Mesa de café
Palpitando los comicios
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Remo Erdosain
José le pregunta a Marcial si apoyará a Torres del Sel.
—¿Y se puede saber por qué tanta curiosidad? -pregunta Marcial que acaba de pedirle a Quito que le sirva su habitual taza de té.
—No es curiosidad, es verificar la coherencia de la gente -dice José- siempre has ponderado a Macri, te gusta Reutemann, estás enamorado de Scioli, por lo tanto lo lógico sería que apoyés a Torres del Sel en Santa Fe.
—Me gusta Macri, pero no me gusta Duhalde y mucho menos la gente que anda cerca de Duhalde -responde Marcial.
—Tampoco son tiempos para hacerse el delicado -insiste José.
—Yo no me hago el delicado, soy delicado -responde- y cierta gente me provoca mucho rechazo. Soy de derecha, o gorila como a vos te gusta decir, pero por ser coherente con esos principios me impongo límites.
—Todavía no sé si apoyas a Torres del Sel -digo yo.
—Yo tampoco lo sé- responde Marcial- no me gusta un candidato impuesto por el dedo de Buenos Aires, pero como a este muchacho Del Sel no lo conozco quiero darle una oportunidad, así que voy a escuchar atentamente todo lo que diga.
—Lo de darle comida y agua a los negritos me pareció sensacional -dice Abel con sorna.
—Estamos en democracia y cada uno dice lo que mejor le parece -señala Marcial- yo no hubiera usado la palabra “negritos” para referirme a los pobres.
—¿Y cuál hubieras usado? -pregunta José.
—Personas, ciudadanos, pobres en todo caso, pero negritos tiene algo de despectivo, de racista.
—Vos más que un conservador parecés un progresista -dice Abel sonriendo.
—El progresismo es un invento de los conservadores, mi querido Abel. Los conservadores que yo defiendo han sido siempre progresistas.
—Casi de izquierda -digo yo, continuando con la broma.
—No, eso sí que no, siempre fuimos de derecha.
—Y entonces, ¿en qué quedamos?
—Quedamos en que la derecha es progresista, lo que ocurre es que los que son retardatarios son los de izquierda. En mi vida he visto algo tan conservador y anacrónico como esta izquierda, enemiga de los cambios y de adaptarse a los nuevos tiempos. Lo digo sin exageraciones: la izquierda es el nuevo partido conservador de la Argentina.
—Yo creí que esa etiqueta le correspondía a los peronistas -dice Abel.
—Los peronistas son conservadores, pero de otra clase. En primer lugar, tienen votos y en segundo lugar expresan una suerte de fascismo civilizado que se congenia muy bien con esta sociedad.
—Lo único que falta es que digas que el peronismo es fascista.
—No lo digo yo, lo decía Perón, y lo repetía a cada rato: “Todo lo que aprendí de política lo aprendí cuando viví en Italia”.
—¿Y cuándo Perón vivió en Italia? -pregunta Abel que toda su vida se llevó a rendir Historia.
—A mediados de la década del treinta -responde Marcial- y que yo sepa en esos años el que mandaba en Italia no era Francisco de Asís sino un señor llamado Benito Mussolini.
—Perón pudo haber tenido simpatías con el fascismo, como las tuvo Gandhi o Nasser, pero el peronismo no fue ni es fascista -asegura José.
—Yo diría o admitiría -observa Marcial- que el peronismo es una suerte de fascismo suavizado por la corrupción, un fascismo contado por un relator de cuentos verdes.
—No podés decir que los candidatos que el peronismo presenta en Santa Fe son fascistas -digo yo.
—No lo son, es cierto -responde- pero porque hoy no es negocio ser fascista.
—A mí, Omar Perotti, me parece una excelente persona -insisto.
—Tal vez lo sea -dice Abel- en Rafaela no se puede ser intendente y mala persona. Perotti es primero rafaelino y después es peronista.
—Él seguramente no piensa lo mismo -dice José.
—Él tiene derecho a pensar lo que mejor le parezca, pero muchas veces la gente no se parece a la imagen que se hace de sí misma.
—Y de Bielsa, ¿qué me cuentan? -pregunta Abel.
—Yo de personas que viven en otra provincia no hablo -dice Marcial- de quien te puedo decir algo es de Cachi Martínez.
—¿Y que podés decir de ese muchacho? -pregunto.
—Digo que en su momento constituyó un movimiento político que se llamó Cien por Ciento Santafesino.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Tiene que ver que no se puede postular la pureza santafesina y después someterse a un candidato que vive en Buenos Aires -responde Marcial.
—Si es por eso -dice Abel- Rossi también es un candidato impuesto por Buenos Aires. Sin el apoyo de los Kirchner y la billetera de los Kirchner, Rossi es nadie.
—Rossi ha demostrado ser un dirigente capaz -responde José.
—¿Capaz de qué? -pregunta Marcial con su infalible sonrisa.
—¿Mercier tampoco te gusta?
—Es conservador como yo -dice Marcial- pero también quiero verlo correr en la cancha.
—Está bien, está bien -dice José, después de zamparse un trago largo de cerveza- los dirigentes peronistas son todos malos porque los buenos son los del Frente Progresista.
—¿Buenos para qué? -vuelve a preguntar Marcial.
—En el caso de Bonfatti -responde José- buenos para prometer cargos, repartir subsidios y cheques...
—Si la mitad de lo que está haciendo el señor Bonfatti con los dineros públicos lo hubieran hecho los peronistas ya estaríamos denunciados en las Naciones Unidas -dice José.
—Ustedes hablan de Bonfatti, pero no dicen una palabra de Giustiniani y Barletta -acusa Abel.
—No hace falta que digamos nada; ellos lo dicen -digo- preguntale a cualquiera de ellos qué opina sobre lo que está haciendo Bonfatti con los recursos públicos.
—Binner salió a cruzarlo a Giustiniani y le dijo que si lo seguía acusando con ese tono le iba a retirar el saludo -replica Abel.
—Mirá cómo tiemblo -dice Marcial sonriendo.
—A mí me parece -digo- que si me acusan de algo, trato de demostrar que soy inocente, no de hacerme el ofendido. La ofensa en política no existe, existe la deliberación, la argumentación.
—Giustiniani y Barletta se quejan porque Bonfatti hace lo que a ellos les gustaría hacer si tuvieran la chequera -insiste Abel.
—Ésa es una hipótesis, no un juicio -dice Marcial.
—No comparto -responde Abel.