Ciencia y tecnología en la región (III)

Los inicios de un gran proyecto

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Maqueta construida sobre la base de la Ingeniería Básica de la Planta Experimental de Agua Pesada.Como referencia, la columna de intercambio isotópico más alta mide bastante más de 90 metros de altura. Foto: Gentileza Dr. Alberto Cassano.

Alberto E. Cassano

En recuerdo del Ing. R. Ballesteros a quien el CCT Conicet-Santa Fe tanto le debe.

Continuando con este rescate de la historia y los actores de las realizaciones en que he estado involucrado, comenzaré a comentar el muy dificultoso período 1976-1982.

En agosto de 1976, recibí un llamado del Interventor del Conicet en que me preguntó si era cierto que tenía un proyecto para el desarrollo de un Centro Multidisciplinario en Santa Fe. Al confirmarle el hecho, me dijo que en una carta expreso me mandaba las exigencias preliminares que ponía el B.I.D. (Banco Interamericano de Desarrollo) para analizar la posibilidad de otorgar un crédito al Conicet para desarrollar Centros Regionales. Parece que lo único que existía como plan era lo mío. Al recibir la información me enteré que disponíamos de cuatro semanas para desarrollar un proyecto completo (que terminó siendo de cuatro volúmenes de trescientas páginas cada uno que ya incluía los planos del Edificio del actual Intec I). Acordamos con Cerro que por esas semanas él sólo se ocuparía del proyecto con la Cnea y yo me haría cargo del otro, para lo cual las seis dactilógrafas que teníamos (tomadas por concurso; el 50% de ellas era bilingüe) trabajarían en turnos corridos durante veinticuatro horas (las actoras anónimas). Yo grababa en un dictáfono y dos personas de buena redacción le daban la forma definitiva. Para los aspectos económicos, contratamos a un joven recién recibido y regresado en Estados Unidos llamado José L. Machinea. Nuestro proyecto justificó el pedido preliminar del Conicet al B.I.D., que terminó construyendo con el crédito logrado cuatro centros regionales: en Santa Fe, Bahía Blanca, Mendoza y Puerto Madryn. Pero no podíamos olvidarnos que nuestros terrenos tenían arriba de ellos tres metros de agua. El Conicet no tenía partidas para construcciones y no queríamos entrar en la burocracia y “otras discusiones” de la Dirección Nacional de Arquitectura. Hicimos un trámite con Ciliberti y nos enteramos que el Ministerio de Obras Públicas tenía una muy pequeña draga en desuso porque su motor estaba en muy malas condiciones. Nos la cedieron sin cargo. Viajamos a Buenos Aires y en el Conicet nos dieron trece cargos de la Carrera del Personal de Apoyo (doce “Artesanos” y un Profesional Principal) y fondos para comprar los caños para comenzar a refular el terreno. Por concurso, tomamos doce peones (de nuevo, los actores ignorados) para trabajar, en turnos de tres, las 24 horas del día (incluyendo todos los feriados, sin excepciones) y pusimos al frente al Ing. Ricardo Ballestero (un hombre con experiencia, durísimo, que de entrada me dijo: “usted sabe manejar becarios e investigadores, deme libertad para manejar esto a mí”, y así se hizo). Al poco tiempo, el motor no dio más. Hicimos un trabajo estrictamente administrativo -por computadora- para la EPE en trueque por un una línea de tensión y un transformador ubicado a 8 metros de altura. El Conicet compró de inmediato un motor eléctrico. Y así, luego de tres años y medio, teníamos aproximadamente 20 hectáreas refuladas con una altura superior en 1,5 m al nivel de la Casa de Gobierno (cualquiera se puede imaginar por qué tomé esa decisión). Todas las Navidades y Primeros de Año, personalmente, les llevaba a los operarios el Pan Dulce y la Sidra y en las proximidades del 9 de julio, comía con ellos un locro.

Con Ciliberti, seguimos viajando semanalmente a Bs. As. Pero ahora para hacer todos los planos de lo que hoy se conoce como CCT Santa Fe. En 1977 estaban todos los planos de detalle terminados y en 1978 se licitaron las obras, que aunque parezca mentira -porque ahora sí, tuvo que intervenir la Dirección Nacional de Arquitectura y perdimos el control total de las tareas-, todavía no están terminadas.

El proyecto de la Planta Modelo Experimental de Agua Pesada involucraba la Ingeniería Básica, con un cronograma de finalización el 1º de marzo de 1978, las supervisiones de la Ingeniería de Detalle, el Montaje y la Puesta a Punto de la Planta. La primera decisión -una iniciativa de R. Cerro, que obviamente respaldé- fue que haríamos todo el diseño por Simulación por Computadora usando o produciendo teóricamente toda la información que fuera necesaria. Para ello desarrollamos el tercer simulador de procesos que existió por esos años en el mundo -denominado Prospro- (Programa de Simulación de Procesos). Al carecer de una buena computadora, de seis a ocho integrantes del grupo (que rotaban) viajaban a Buenos Aires todas las semanas para usar, por contrato con la Facultad de Ingeniería de la UBA, su computadora. Pero para disponer de tiempos libres sólo nos habilitaban los horarios nocturnos (de 21:00 a 07:00 horas) y lo hacían de lunes a viernes (otra vez los actores ignorados, sobre todo porque varios de ellos tenían familia). El 1º de marzo de 1978 entregamos toda la Ingeniería Básica, salvo el Control de la Planta ya que no habíamos hecho ningún trabajo experimental. El resultado era producto sólo de la capacidad de los jóvenes ejecutores (el promedio de edad de todo el grupo, incluyéndome, era menor a 30 años) y de la calidad de nuestro Prospro. En 1977, habíamos tenido que desplazar (para ser suave) al jefe del Grupo de Control (un sujeto con buenos antecedentes “en los papeles”). Tuvimos la fortuna de poderlo reemplazar, casi de inmediato, por un ingeniero químico doctorado en Control en Inglaterra, que había sido enviado a perfeccionarse por Gas del Estado (con licencia con sueldo) y que a su regreso le informaron “que no les era de utilidad”. Se tenía que buscar otra repartición nacional para cumplir su compromiso por la licencia percibida. No era de Santa Fe; un familiar le informó de nuestra existencia. Por teléfono me comentó sus antecedentes. Dos o tres días después el Dr. G. Meira estaba contratado y, con su grupo, entregó con tan sólo seis meses de retardo, lo que faltaba de la Ingeniería Básica.

Cuando se hizo público el llamado a licitación de nuestro diseño de la Planta, aparecieron las ofertas de Plantas Completas por parte de empresas estatales y privadas de Canadá, Alemania y Suiza. La Planta Experimental seguiría adelante (para tener el reaseguro del manejo nacional de la tecnología) pero las urgencias del Plan Nuclear hicieron que la Cnea abriera una nueva licitación por una de tamaño industrial, con entrega de llave en mano. Como parte de nuestro contrato, nos tocó evaluar las ofertas. Durante ese proceso, con Cerro les preguntamos a los canadienses por qué ahora se había abierto el mercado y en ese momento aparecían las ofertas. La respuesta fue muy simple: “Hemos estudiado el pliego de la licitación de la Planta Experimental. Ustedes ya lograron desarrollar la tecnología y el proyecto, con ajustes, va a funcionar. Para qué vamos a perder la oportunidad de hacer un buen negocio”. Esa fue la confirmación de que no nos habíamos equivocado por mucho. En 1982, con una inversión total cercana a los 100.000.000 de dólares, la Planta Experimental estaba terminada y la Argentina poseía el control de una tecnología propia para producir Agua Pesada. Pero hacía falta para ello un Plan de Desarrollo Nuclear, gestado en 1973, que muy poco después fue totalmente interrumpido.

Cada uno de los becarios que participaron, a su turno, viajó al exterior a hacer su doctorado. La sangría que producía siempre se compensaba con el esfuerzo de los demás, pero nuestro plan de desarrollo de recursos humanos en el máximo nivel nunca se interrumpió, ni siquiera por este proyecto. Uno de los últimos en salir fue el actual director del CCT Conicet Santa Fe, el Dr. M. Chiovetta, que había empezado a trabajar conmigo, siendo estudiante, en el año 1971.

(Continuará).

Al carecer de una buena computadora, de seis a ocho integrantes del grupo viajaban a Buenos Aires todas las semanas para usar, por contrato con la Facultad de Ingeniería de la UBA, su computadora.