La batalla de Pozo de Vargas
La batalla de Pozo de Vargas
Rogelio Alaniz
Se la conoce como la batalla de Pozo de Vargas. Una zamba escrita por Andrés Chazarreta le otorgó al episodio una dimensión mítica inusitada. A partir de allí, revisionistas y liberales se disputan desde la autoría de la zamba hasta el resultado de la batalla. La leyenda persiste, pero la historia, como disciplina, ha reducido el mito a su expresión mínima.
Como se recordará, en Pozo de Vargas pelearon las tropas mitristas dirigidas por Antonino y Manuel Taboada, contra las tropas federales a cargo de Felipe Varela. Fue una batalla que se inició a la una de la tarde y concluyó seis horas después con la victoria sin atenuantes de los nacionales. La leyenda señala que en el fragor del combate, y cuando las tropas mitristas parecían desbordadas por los bravos jinetes de Varela, Taboada le ordenó al mayor José Brizuela, jefe de la banda de música del ejército, que tocara la zamba. Y pareciera que los acordes de la música templaron a los santiagueños que recuperaron posiciones y lograron derrotar a los federales.
Ningún historiador serio asegura que este episodio haya ocurrido y que, además, haya sido decisivo en el desenlace de la batalla. Es verdad que los ejércitos solían llevar sus bandas musicales, pero de allí a suponer que una zamba haya incidido en el resultado del combate hay una larga distancia, la misma que existe entre la historia y la leyenda o entre una batalla y una peña folklórica.
Sin embargo, treinta años después de la batalla, el músico santiagueño Andrés Chazarreta comenzó a hablar de la zamba de Vargas. Según sus declaraciones, su abuela canturreaba en voz baja esta zamba cuando lavaba ropa o se sentaba en el viejo sillón bajo la sombra de un añoso árbol. Con su fino oído de poeta, Chazarreta se dedicó a investigar y es así como pudo conocer a dos soldados que participaron en el combate que corroboraron la versión: la batalla se había ganado porque los acordes de la zamba inspiraron a la tropa.
Por su lado, los revisionistas tejieron su propia leyenda. Según ellos, la zamba de Vargas es la cueca de Vargas, tocada por la banda de música de Varela. Ortega Peña y Duhalde, en su libro sobre Varela, señalan que el género musical que identificaba a los federales era la cueca y no la zamba. En realidad, la batalla de Vargas es una espina clavada en el corazón del revisionismo, no sólo porque se trata de una victoria liberal, sino porque el coraje de los soldados de Taboada demostró que el coraje no era un patrimonio exclusivo de las montoneras federales. Los soldados que pelearon a las órdenes de Taboada eran tan humildes y tan gauchos como los soldados de Varela. La diferencia no estaba en los atributos morales de la tropa, sino en la conducción militar. Los errores cometidos por Varela en ese combate demuestran que era un hombre incapacitado para asumir la responsabilidad que él mismo se había asignado. Fueron esos errores garrafales los que permitieron que los Taboada, al frente de algo más de mil hombres, derrotaran a las tropas de Varela que sumaban unos cinco mil soldados.
Para no enredarnos en la abigarrada madeja de la coyuntura, tratemos de ubicar el contexto histórico y político en el que se produjeron los hechos. Para 1867 la Argentina estaba gobernada por el llamado Partido Liberal, una designación cómoda pero no muy apropiada, porque el marco de alianzas de Mitre era mucho más amplio. El dominio nacional se terminó de consolidar después de la batalla de Pavón. Es allí cuando se produce un antes y un después en la historia argentina. Pavón es la victoria de Mitre sobre Urquiza, pero es por sobre todas las cosas la victoria del Estado nacional.
Urquiza fue el primero en entender ese cambio de situación. Su conducta no provino de la supuesta traición al ideario federal, sino de un diagnóstico realista acerca de las nuevas relaciones de fuerza. Esa verdad, que Urquiza entendió porque era un jefe militar en serio y un estadista de fuste, fue la que no entendieron -tal vez no podían entenderla- los caudillos federales del noroeste.
De todos modos, lo que precipitó los acontecimientos fue la guerra del Paraguay iniciada en 1865 y concluida con la victoria de la Triple Alianza en 1870. No viene al caso ahora divagar acerca de la guerra del Paraguay. Basta con saber que la decisión de ir a la guerra fue respaldada por la totalidad de la clase dirigente. Fue una guerra donde estuvo comprometida la Nación, y los revisionistas deberían saber que sabotear a las tropas de su país en una guerra con el extranjero, es traición a la patria.
La guerra del Paraguay puso a prueba la consistencia del orden mitrista. A juzgar por los resultados, Urquiza no estaba equivocado al sostener que después de Pavón no había margen para rebeliones locales, Cuando los federales le reprocharon al héroe de Caseros su negativa a ayudar a las montoneras del norte, Urquiza respondió lo siguiente: “Mis enemigos me han acusado de muchas cosas, menos de tonto, porque saben muy bien que no lo soy. Y un gran tonto sería yo apoyando movimientos armados que carecen de toda posibilidad de triunfo”. Las frase son duras pero precisas.
A su vez, a la batalla de Pozo de Vargas hay que ubicarla en un contexto más regional. Para noviembre de 1866 se iniciaba la “revolución de los colorados”. En Mendoza se hacía cargo del poder el coronel Carlos Juan Rodríguez, quien además de derrocar al gobernador Melitón Arroyo, vencía en la batalla de Luján de Cuyo a las tropas dirigidas por Pablo Irrazábal, el asesino del Chacho Peñaloza. Por su lado, el coronel Juan de Dios Videla avanzaba sobre San Juan, derrocaba al gobernador Camilo Rojo y en la batalla de Rinconada del Pocito vencía al gobernador de La Rioja. Asimismo, Felipe y Juan Saá, derrotaban al coronel mitrista José Miguel Arredondo en “Pampa del Portezuelo”. O sea que para principios de 1867 los federales controlaban cuatro provincias y contaban con el apoyo tácito de Córdoba y Catamarca, proyectando sus expectativas hacia las provincias del litoral, incluida la Banda Oriental. Eso es lo que pensaba, entre otros, Felipe Varela, que acababa de regresar de Chile.
Cuando Mitre se enteró de lo que estaba pasando en Paraguay, regresó a Buenos Aires, organizó un ejército y lo puso al mando de Wenceslao Paunero. Los principales colaboradores de Paunero serán los hermanos Taboada, caudillos de Santiago del Estero y leales al orden mitrista. Los otros oficiales de la causa serán los coroneles Campos y Arredondo.
El 29 de marzo de 1867 se iniciaba el principio del fin. Arredondo y Luis María Campos derrotaron a los Sáa en la batalla de San Ignacio. Con la derrota de San Ignacio la causa federal estaba descalabrada,. No obstante ello, Varela decidió presentar batalla confiado en la superioridad y el valor de sus hombres. Al frente de más de cinco mil hombres avanzó hacia Catamarca y allí cometió dos errores tremendos. En primer lugar, en vez de reforzar su ejército apostándose en Catamarca, decidió avanzar hacia La Rioja. Al debilitamiento logístico de sus tropas se le sumó la sed. Varela se había olvidado o no había tenido en cuenta que en cualquier travesía por el desierto es indispensable atender la provisión de agua para las tropas. No lo hizo y cuando quiso hacerlo ya era tarde. Las tropas de los Taboada lo esperaban alrededor del principal pozo de agua, el famoso pozo de la estancia de Vargas ubicado a una legua de La Rioja.
La leyenda cuenta que los soldados de Varela pelearon con coraje; la zamba señala que los que recuperaron el valor fueron los hombres de Taboada. El balance de muertos en el campo de batalla no deja dudas: más de mil muertos federales contra doscientos nacionales. Otro resultado no se puede esperar en un enfrentamiento de fusiles a repetición contra lanzas bien afiladas.
Todos pelearon con coraje, porque en esos tiempos ésa era la constante de los hombres que servían a un caudillo o a otro sin preguntar demasiado sobre cuestiones teóricas. Pero al coraje de lo soldados de Taboada se le sumó el aporte de los rifles Sharps, que hicieron estragos entre los lanceros federales y, entre otras novedades, mataron al caballo de Varela quien salvó su vida gracias a la ayuda de una mujer que la leyenda recuerda con el nombre de Dolores Díaz, apodada la “Tigra”.
Varela reorganizará luego sus tropas, pero ya el ímpetu inicial estaba perdido, como lo confirmarán las posteriores derrotas. Varela era un hombre valiente y hombre honrado que creía en lo que decía defender. Un solo defecto se le puede señalar: estaba totalmente equivocado y en política -y su continuidad, la guerra- esa falta no se perdona.
Años después de la batalla, el músico santiagueño Andrés Chazarreta comenzó a hablar de la zamba que su abuela canturreaba mientras lavaba ropa.
Frente a frente. Las imágenes muestran a Felipe Varela (izquierda) y Antonino Taboada (derecha), respectivos comandantes de las tropas federales y nacionales. Foto: Archivo El Litoral
La leyenda cuenta que los soldados de Varela pelearon con coraje; la zamba señala que los que recuperaron el valor fueron los hombres de Taboada.