Crónica política

Las lecciones de las urnas

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Rogelio Alaniz

Con las novedades del caso, puede decirse sin temor a caer en la resignación que los resultados fueron previsibles. La previsibilidad en este caso no le resta méritos a los ganadores, en todo caso pone en evidencia que la victoria no es el producto del azar o de algún imponderable, sino de la capacidad de articular el esfuerzo propio con un proyecto de largo alcance.

Bonfatti y Rossi son los ganadores de estos comicios. No son improvisados, no son imprevisibles, no son irresponsables. Se trata de dirigentes fogueados en la política, controvertidos como corresponde a todo político que se precie y a los que no se les puede hacer reproches sobre su hombría de bien. Hay otro dato que debe destacarse: son dos dirigentes bien plantados en sus posiciones políticas: uno es peronista y el otro es socialista; uno no disimula su adhesión a Cristina Fernández, el otro exhibe una vida de militancia al lado de Hermes Binner. Con ellos se puede o no estar de acuerdo, pero nadie puede decir que no sabe con quién está tratando. Esa identidad clara, limpia si se quiere, le hace muy bien a la democracia.

El otro candidato que ha sorprendido a los observadores fue Miguel Torres del Sel. Hizo una muy buena elección con una publicidad que estuvo muy por debajo de la de sus contendientes y sin el estímulo de competir con algún opositor interno. A diferencia de Bonfatti o Rossi, que son la encarnación misma de la política, Torres del Sel expresa la antipolítica, una particular modalidad criolla de hacer política diciendo que están en contra de la política.

El voto a Torres del Sel podría ser calificado de derecha o también como un voto antisistema. Su alineamiento con el PRO de Macri a nivel nacional le otorga una identidad singular. Del Sel proviene del mundo de la farándula, un continente que desde hace tiempo interviene en política con resultados diversos, pero que en la provincia de Santa Fe nunca han sido malos. La imagen del actor cómico sin duda que atrae votos, pero en todos los casos el perfil de esos votos suele ser más o menos el mismo.

Cuando digo que Torres del Sel es un candidato de la derecha, no estoy profiriendo un insulto o una descalificación moral, sino definiendo un concepto. La derecha no sólo existe, sino que además es necesaria a todo sistema porque sus propuestas atienden a una necesidad histórica y humana. Para ser más claro: no quiero un país de derecha, pero tampoco un país donde la derecha no exista

Torres del Sel no tiene la obligación de haber leído a los clásicos de la teoría política, pero los que sí nos hemos tomado el trabajo de hacerlo, sabemos que detrás o delante de su propuesta apolítica, de sus consignas simplificadoras donde la felicidad parece estar a la vuelta de la esquina, palpita una añeja tradición que los estudiosos con muy buenos argumentos han calificado de derechista. Una de los más lúcidos teóricos de la derecha contemporánea, Irving Kristol, sostiene que la estrategia más adecuada en un mundo agobiado por las ideologías y la politización facciosa es presentar candidatos que seduzcan al electorado más despolitizado, aquello que se suele calificar como la “mayoría silenciosa”. Kristol no cree en las ideologías, no cree en los partidos, cree en las virtudes del mercado acompañado de un mínimo de política dirigida a asegurar las libertades económicas, proteger la propiedad, alentar el consumo y defender las tradiciones conservadoras. Esa relación entre liberalismo y conservadorismo es la que defienden, con las variaciones del caso, teóricos como Daniel Bell y Robert Nozick.

El problema de la derecha en la Argentina es que por razones históricas no osa decir su nombre y entonces se presenta bajo diferentes rótulos que pueden ser interesantes, pero nunca alcanzan a disimular la identidad central. Siempre he dicho que a todo dirigente hay que evaluarlo no sólo por él mismo, sino también por los que lo rodean. Torres del Sel en ese sentido no es una excepción. Aunque la cita le quede grande, habría que decir, como dijera Ortega y Gasset, que él es él y sus circunstancias y, en este caso, esas circunstancias se llaman Macri y Duhalde, pero también Campanella, Nicotra y toda la claque que, según se mire, lo acompaña o se oculta detrás de su figura.

Las elecciones celebradas el domingo no son necesariamente un anticipo lineal de las previstas para el 24 de julio. Juegan los mismos jugadores, con el mismo naipe, pero el reparto de cartas será diferente. Las dos grandes coaliciones, la Frentista y la peronista asistirán a la encrucijada del 24 de julio con realidades diferentes. En el Frente Progresista hay muy buenos motivos para creer que su estructura de poder se mantendrá intacta. Así lo han manifestado sus principales dirigentes, pero también -y esto es lo importante- lo han manifestado sus votantes. Los radicales liderados por Mario Barletta votarán por Bonfatti, lo mismo que los socialistas conducidos por Rubén Giustiniani. Algo parecido puede decirse del ARI y la Democracia Progresista uno de cuyos dirigentes históricos, Carlos Caballero Martín ya se ha expresado en esa dirección.

La campaña electoral del Frente Progresista ha sido áspera, pero los candidatos no se han dicho cosas irreparables. Seguramente han quedado heridas, pero al respecto es bueno aclarar que en un pacto político los firmantes no están obligados a quererse o a estar enamorados, alcanza con respetar las cláusulas del contrato. La fortaleza del Frente Progresista en ese sentido no reside tanto en las buenas intenciones de sus integrantes o en las promesas de amor que se hagan, sino en la convicción de que fuera del Frente los espera la oscuridad y el frío.

Lo mismo no puede decirse del peronismo. Es probable que sus dirigentes digan que cerrarán filas detrás de Rossi, pero ese compromiso no tiene por qué ser sincero o hacerse extensivo a sus electores. Un porcentaje de los votos que fueron para Perotti y Bielsa emigrarán a otras candidaturas. No soy adivino y no puedo decir los porcentajes de esa deserción, pero no será menor. Puede que el liderazgo de Cristina aporte adhesiones, puede que Rossi amplíe su convocatoria, pero en todos los casos el peronismo está en condiciones de perder más votos que el Frente Progresista y, en una elección competitiva, esa sangría es decisiva.

Estos comicios han servido para promocionar dirigentes en todos los niveles. Binner asiste al escenario nacional con los mejores pergaminos. A pesar de sus aires suizos demostró ser un jugador de agallas: apostó fuerte y ganó; nadie puede pretender más en política. Con él la provincia de Santa Fe instala en el orden nacional a un dirigente del cual debe estar orgullosa. Se trata de un político honrado y con una gestión que ha sido aprobada por más del sesenta por ciento del electorado.

En el peronismo, Agustín Rossi ha demostrado que la coherencia política y la militancia fundada en convicciones más temprano que tarde da sus satisfacciones. Como en la vida, a los hombres se los pone a prueba no cuando les va bien sino cuando la fortuna no les sonríe. Rossi ha superado ese desafío; se ha fogueado en los rigores más duros pero más reveladores de la política: la derrota.

Como dato curioso, o como lección política hacia el futuro, María Eugenia Bielsa fue la dirigente más votada en toda la provincia. Es verdad que no se deben hacer asociaciones lineales, pero su performance inevitablemente alienta a suponer que sin saberlo los peronistas de Rafael Bielsa tenían en sus filas a la candidata ganadora. El mítico bastón de mariscal estaba en la mochila de esta mujer, pero por razones inexplicables o, tal, vez, por razones relacionadas con el machismo, donde siempre la mujer suele ser postergada, incluso con su anuencia, dejaron pasar la probable ocasión de ganar las elecciones.

En las filas de Frente Progresista hay por lo menos dos figuras que han ganado relieve. Se trata de José Corral y Mario Barletta. Pertenecen al mismo partido, al mismo sector político y a la misma historia militante. Son radicales, universitarios y cada uno a su manera ha sido probado en la gestión. Corral suma a su juventud experiencia política y lucidez, dos virtudes que escasean en los tiempos que corren. Con Barletta el radicalismo ha instalado por primera vez en muchos años a un dirigente a escala provincial con posibilidades serias de proyectarse en el orden nacional. Los votos no le alcanzaron para ganar, pero le sobraron para afianzar la recuperación de la UCR. Barletta es presente, pero por sobre todas las cosas es futuro. Es joven, sabe jugar y se tiene confianza. ¿Qué más puede pedirle a los dioses?

Binner asiste al escenario nacional con los mejores pergaminos. Demostró ser un jugador de agallas: apostó fuerte y ganó; nadie puede pretender más en política.

Agustín Rossi ha demostrado que la coherencia política y la militancia fundada en convicciones más temprano que tarde dan sus satisfacciones.