“COLOQUIOS DE LA COMARCA”
“COLOQUIOS DE LA COMARCA”
Palabras que pintan la aldea
Guillermo Alfieri y Gito Petersen presentaron su libro el jueves, en el Foro Cultural Universitario. Hubo un sentido recuerdo para Eduardo Baumann; anécdotas, reflexiones y un puñado de buenas historias.
Los coloquios son entrevistas a personajes que testifican aquello de que “no es lo mismo que vivir honrar la vida”. Los protagonistas dialogaron con Alfieri (izq.) y posaron como modelos espontáneos para los dibujos de Petersen.
Foto: PABLO AGUIRRE
Natalia Pandolfo
npandolfo@ellitoral.com
Fue una presentación sin presentador. Frente a los lectores santafesinos, periodista e ilustrador decidieron que no tenía sentido convocar a alguien para que hablara bien del libro. Que hablara mal no cabe dentro de las reglas del decoro, así que optaron directamente por esquivar los formalismos.
Como en un fogón, las historias fueron desfilando solas. Son ellas las protagonistas de “Coloquios de la comarca”: 19 entrevistas que fueron publicadas en El Diario y difundidas a través de Radio Cualquiera, ambos medios de Paraná.
“Hace poco presentábamos ‘El libro de Alipio Tito Paoletti’, y en primera fila estaba Eduardo Baumann, que predicaba a favor de la estrecha relación cultural entre Santa Fe y Paraná. Él se reservaba el segundo plano de comunicador, sin el ejercicio ilegal de la autorreferencia. Eduardo hizo algo que no debía: se murió el 27 de diciembre de 2010. Sabía y nos animaba acerca del proyecto de editar ‘Coloquios...” contó Alfieri, a modo de homenaje. El silencio posterior fue salpicado sólo por alguna tos aislada, de ésas que sólo unos cuantos años de Imparciales pueden garantizar.
Sobre la melodía de “Crece desde el pie” de Alfredo Zitarrosa comenzaron a proyectarse imágenes de la ciudad de ayer y hoy, y de los comarcanos de antes y de ahora, compiladas por Petersen: fotografías que evocan épocas en las que alguien se preocupaba por registrar testimonios para la posteridad.
LITURGIA DE LA PALABRA
Con relatos y pinceladas de humor, el periodista y el dibujante hicieron desfilar fragmentos de distintas vidas. La de Mónica Portillo, una vecina de la comarca que a los 41 años le hizo un corte de mangas a la muerte y pudo vivir a pesar de que los médicos aseguraban que su sueño era una quimera. “Ella nos dijo que hay que hablar de todo: de lo bueno y de lo malo; de los sueños, de los aciertos, de los fracasos. De la muerte. Porque de eso se trata la vida”, contó Alfieri.
De Mauricio Dayub, el actor que de chico sentía que la plaza era un campo inmenso, inabarcable con la mirada, y que un día pudo verla íntegra desde la ventana de un hotel, metido en su traje de artista consagrado que vuelve al pago.
De Walter Heinze, el artista entrañable que hizo escuela y que decía que este país, en vez de ser una tierra de jinetes, se había convertido en una tierra de desensilladores hasta que aclare. “Y la verdad es que aclarar, aclara poco”, remataba.
De Augusto Nux y Yolanda Darrieux, el notable pintor y su compañera de ruta, “docente y proyectista tozuda de iniciativas sostenidas por la convicción”. Augusto se explayó en la entrevista sobre la armonía que producen las diferencias, y Yolanda apuntó que “el amor es un aditamento fantástico para existir en plenitud”.
De Gustavo Lambruschini, el extrovertido profesor de Filosofía de la Universidad Nacional de Entre Ríos que habla con desprecio de los “miserables”, a quienes define como “esos tipos que se ocupan de cosas pequeñas, y la gran epopeya de la emancipación humana les pasa desapercibida”.
De Josefina Zubizarreta, la docente que en realidad se llamaba Josefa pero cuyo nombre había cambiado por la simple y potente decisión del pueblo. Cuenta la historia que su papá había ido sólo tres meses a la escuela, pero le tomaba la lección religiosamente antes de ir a trabajar, de 4 a 6 de la mañana, también como un modo propio de aprender.
De Tito Caramagna, el bandoneonista a quien el entrevistador pudo preguntarle, entre mates y galletitas, qué había dentro de un bandoneón, y qué era un bandoneón. “Es el compañero que te escucha, que no te reta, pero que se queja si no lo tratás bien”, definió.
De Lucy Ramírez, la chica que vendía sándwiches y regalaba lecciones de dignidad por los pasillos del diario. Ella contó que su mamá le había enseñado que no hay nada mejor que hacer feliz a los demás y trabajar de forma independiente.
De Daniel Verzeñassi, el ambientalista que con su retórica ayuda a abrir cabezas. Dice que “somos el río. Y si vemos más allá, somos la montaña y la selva que producen el río. Y somos los ríos que alimentan los mares”.
De Ricardo Leguízamo, el humorista que suele ponerse serio, y que recomienda “reírse de los que se ríen de nosotros”.
De Eduardo Broguet, el gran lector, que afirma que “el saber más profundo no está en los libros, pero la lectura ayuda a rastrear y encontrar ese saber”.
De Cosita Romero, el hombre que de chico pedía en la calle y que podría haber devenido delincuente de marca mayor pero que, por una fuerte voluntad y una gran inteligencia, logró torcer su rumbo.
De Esmeralda Rolland, la mujer de Héctor Santángelo, quienes tuvieron un grupo de teatro independiente que sería el primero en tener sala propia en el país. Ella cuenta historias de cuando no siempre se comía, y de cómo Héctor les inventaba historias a sus hijos para que se fueran a la cama con media sonrisa.
De Daniela Gómez y Carmen Germano, la hija y la madre de desaparecidos que le encontraron la respuesta al ‘por algo será’: “Será porque eran pensantes y querían un mundo distinto”.
De Armando Salzman, alma máter del centro cultural La Hendija, que dejó como regalo la frase de Ray Bradbury: “Saltar al vacío y, en pleno salto, desplegar las alas para mantenerse y crecer”.
De Juan Manuel Alfaro, el poeta que llamó “asterisco en el aire” al vilano o panadero; como ejemplo de que todo cabe en el universo infinito de la poesía.
De Elio Leyes, el inventor de la Universidad Popular de Paraná. Él nos propuso que había que alentar las utopías y citó a Henry Barbusse, quien dijo: “Esperemos el amanecer. Vendrá el amanecer”.
De Stella Berduc, la poeta, actriz y escritora y sus historias de “casamientos, rupturas, pasiones, trabajos, mudanzas, trasgresiones con la marca registrada”.
Y del Zurdo Martínez, que gustaba hablar de un pueblo nuevo que maneja las cosas. “Por ahora, lo único que nos salva es el arte. Para que la política sea una canción, hay que ser libres”, expresaba.
“Justamente del escuchar surgen los más hondos interrogantes”, opina Rodolfo Braceli en la solapa del libro. Se refiere a “escuchar el olor de la tristeza o el olor de la alegría”. De esto van, precisamente, los Coloquios. Lector riguroso, formador de periodistas, Alfieri tiene la habilidad de ubicar, frente a cada entrevistado, el reflector en el lugar oportuno. Cada entrevista evidencia un mismo sello, casi una clave existencial, confesada por el propio autor ya sobre el final de la charla: la intención imperturbable de seguir aprendiendo.
Con relatos y pinceladas de humor, el periodista y el dibujante hicieron desfilar fragmentos de distintas vidas.
Del valor y los valores
“Se sabe que existen enfermedades profesionales. Padecen los riñones de los choferes, los pulmones de los mineros, las piernas de los peluqueros, el codo de los tenistas, la vista de las costureras y los huesos de los intelectuales sedentarios. Lo que deseamos destacar en este acto es que también hay que reconocer el miedo profesional. El mismo que en nosotros se agudiza al presentar, ahora en Santa Fe, ‘Coloquios...’”, admitió Alfieri.
“La teoría es que el miedo profesional anda del brazo con la responsabilidad de cada cual cuando encara la realidad de su oficio (...). Nos parece que textos y caricaturas escapan a la esclavitud de la actualidad; que los entrevistados reflejan una porción del universo cultural de la región; que lo exponen en el discurso sobre el tema que dominan, en charla abierta y abarcativa, en la que también se tocan asuntos generales e incidentales, sin trabas al despliegue anecdótico y hasta al tono confesional, que demuestran los valores del personaje”.