EDITORIAL

El capitalismo habrá de mutar

La historia del capitalismo en las sociedades modernas muy bien podría escribirse como la historia de sus crisis. Es más, hasta sería apropiado decir que la existencia de las crisis han sido el fundamento de su salud, sobre todo porque las sucesivas crisis fueron oportunidades excelentemente aprovechadas para promover reformas en su funcionamiento.

En la actualidad, los economistas de diferentes signos coinciden en señalar que se está atravesando por una crisis que afecta seriamente el funcionamiento económico de Estados Unidos y la Unión Europea, los centros políticos del capitalismo occidental. En el caso de Estados Unidos, se habla de la inminencia de un default y en el caso de Europa, los acontecimientos de dominio público en Grecia, España, Irlanda e Italia dan cuenta de una situación delicada, un serio desafío a la unidad de la comunidad europea, sobre todo porque Alemania, el socio más fuerte, reclama políticas de ajustes que los gobiernos de la “Europa pobre” no están dispuestos a asumir.

En el caso de Estados Unidos, la crisis se ha precipitado al impulso de una diversidad de causas. Las guerras mantenidas en Irak y Afganistán representan una formidable sangría de recursos para el Estado, agravada porque la sociedad sospecha -cada vez con más fundamentos- que todo este despliegue tiene un costado aceptable, pero que lo que se calla y oculta es que quienes se benefician con las guerras son un puñado de capitalistas relacionados con los negocios de las armas y el petróleo.

Los recortes fiscales promovidos en tiempos de Bush, el incremento de los gastos sociales alentados por la gestión de Obama, son también factores que gravitan en la crisis. ¿Cómo resolverá Estados Unidos esta situación? Es el gran interrogante que preocupa a políticos y funcionarios. ¿Qué costos están dispuestos a pagar? ¿Quiénes serán los beneficiarios y los perjudicados por las decisiones que se tomen? También son preguntas que por ahora no tiene respuesta.

Lo que los hechos demuestran cada vez con más insistencia es que el capitalismo como modo de producción globalizado no puede seguir funcionando en las actuales condiciones. La gravitación del capital financiero, los altos niveles de especulación, la fuga de capitales, la emisión desenfrenada de dólares, deberán regularse o autorregularse. El criterio defendido por banqueros y especuladores, de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas, ya no es tolerado ni por el sistema ni por las sociedades.

Esta crisis se produce, además, en un contexto singular marcado por la presencia de India y China en el mercado mundial. La emergencia de nuevos actores económicos y políticos complejizan la relación y dan cuenta de una realidad multipolar que se contrasta con el unilateralismo impulsado por Estados Unidos después de la caída del Muro de Berlín. Digamos que los tiempos que se avecinan son difíciles pero interesantes. El capitalismo está en los umbrales de una nueva mutación, única alternativa que se le presenta si no quiere que el certificado de defunción que sus enemigos históricos le extienden constantemente, esta vez se haga realidad.