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“La gran transformación en el gusto musical”

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Decidir la programación de un concierto no es fácil. Hay que tener en cuenta no sólo las características y posibilidades y excelencia de los músicos, sino también al público al que está destinado, sus gustos, las modas, los gustos. Si esto es así en nuestra época, mucho más radicales eran los factores puestos en juego en el pasado. De allí que el historiador William Weber se haya abocado a estudiar con minuciosidad la programación de conciertos “de Haydn a Brahms” en La gran transformación en el gusto musical, cuya versión al castellano acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica.

El objetivo del libro es estudiar los tipos de programas de conciertos que se llevaban a cabo entre 1750 y1875, especialmente en algunas ciudades europeas (Londres, París, Leipzig y Viena), pero también en otros centros, incluidos los Estados Unidos. Se entiende que el interés está centrado en el concierto de música de cámara; el concierto pago o el de virtuoso y su sucesor, el recital; la serie orquestal y su rival, el concierto al aire libre y jardines conocido como promenade, y también los espectáculos con repertorios vocales, especialmente el concierto de baladas, el café-concert y la forma temprana de la gala de ópera.

Nos enteramos que “mientras que en la actualidad esperamos que un típico concierto orquestal ofrezca tres obras de grandes compositores, los programas alrededor de 1780 incluían entre ocho y quince piezas, algunas de compositores fallecidos. En un mismo programa escucharíamos una mezcla de números de ópera, conciertos, solos instrumentales, oberturas o sinfonías y posiblemente un cuarteto para cuerdas o una canción. No había gran diferencia entre un interés serio en la música y un interés ocasional; se reunían para escuchar un mismo programa personas con necesidades y gustos variados”.

Weber señala al año 1848 como un hito en la historia musical. “La revolución obligó a los miembros de la comunidad musical a llegar a un entendimiento con su estructura fragmentaria; surgía un nuevo orden. La música clásica alcanzó un estatus hegemónico dentro del pensamiento musical, la pedagogía y las ceremonias públicas... Al mismo tiempo, se organizaban nuevos tipos de conciertos para el gran público -conciertos de baladas, music halls, café-concerts y programas de canciones y de fragmentos de óperas- que formaban mundos en sí mismos, cuya relación con la vida de la música clásica era limitada. Por otra parte, se desató una batalla intensa basada en las afirmaciones de que los conciertos de música clásica dejaban de lado la música contemporánea. La guerra ideológica se desató entre quienes favorecían los estilos musicales de vanguardia y quienes los atacaban”.

La grandeza de la edad de oro se vería sacudida profundamente en la década previa a la Primera Guerra Mundial. La dicotomía frente a una nueva música popular se ampliaría. Finalmente “las líneas que separaban las esferas culturales cambiaron en el siglo XX con el fonógrafo y la radio, abriendo nuevos públicos para la música, tanto popular como clásica. Los compositores y grupos de intérpretes comenzaron a cruzarse de una esfera a otra y el Kronos Quartet interpretó tanto música de Thelonius Monk como de Bela Bartók”.