Rescatan palabras moribundas
Rescatan palabras moribundas
Ana Mendoza
(EFE)
Evitar que caigan en el olvido voces como ababol, archiperres, chiticalla, encocorar, siguemepollo o zorrocloco es uno de los objetivos del libro Palabras moribundas, en el que Pilar García Mouton y Álex Grijelmo han reunido un sinfín de términos que están a punto de pasar a mejor vida.
El libro contiene más de 150 entradas y pretende dar “una segunda vida” a ciertos términos cuyo significado ignora la mayoría de los hablantes y a otros que disfrutan de buena salud en diversas zonas de España o de Hispanoamérica pero son desconocidos en el resto.
Esta obra “es un pequeño museo de las palabras, pero un museo interactivo porque uno ve las palabras en el libro y sale con ellas”, afirma en una entrevista Álex Grijelmo, periodista y autor de varias obras relacionadas con el lenguaje. Se trata de “acercar palabras que todos tenemos en la trastienda, propias del lenguaje rural en algunos casos y que empiezan a desprestigiarse porque ya no se utilizan en las ciudades”, añade García Mouton, profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España.
Y es que en la trastienda quedaron arrumbadas hace tiempo voces como “acerico”, en su acepción de “almohada pequeña que se pone sobre las otras grandes de la cama para mayor comodidad”; “alifafes” (achaques leves), “andancio” (enfermedad epidémica leve) o “siguemepollo”, esa “cinta que como adorno llevaban las mujeres, dejándola pendiente a la espalda”, según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE).
Palabras moribundas, editado por Taurus, tiene su antecedente inmediato en el programa de Radio Nacional de España “No es un día cualquiera”, que se emite los fines de semana, aunque el libro “es radicalmente distinto”, aclara la filóloga. Grijelmo llevó en dicho programa la sección “Palabras moribundas“ desde septiembre de 2004 hasta julio de 2007, y a partir de esa fecha se hizo cargo de él García Moutón.
El gran poder evocador de muchas de las voces incluidas en el libro es una de sus mayores riquezas. También su capacidad de emocionar. Términos como la “achicoria” que sustituía al café en la posguerra española, cuando éste era un artículo de lujo; la “aljofifa” que se utilizaba para fregar el suelo antes de que se inventase la fregona, o como “guateque”, esa fiesta que organizaban en casa los jóvenes, generalmente aprovechando la ausencia de los padres, trasladarán a muchos lectores a su infancia o juventud.
Hay voces que que en América siguen “muy vivas”. Así sucede con “atarantado”, que en México “designa al que va atontado, al que conduce distraído“; con “borceguí”, que en Argentina se emplea para un tipo de botines que llega al tobillo, o con “chinela”, ese sinónimo de calzado cómodo, de uso cotidiano en varios países hispanoamericanos. Vivos siguen también en América el término “frazada”, sinónimo de manta de lana, y “palangana”, aunque con acepciones diversas según los países.
Y hay otras palabras cuyo significado es diferente a uno y otro lado del Atlántico, como “pickup”, una voz que en España fue desplazada por “tocadiscos” y que en América “es una furgoneta o camioneta. En la base estadounidense de Rota, en el sur de España, a la camioneta que llegó con los americanos la llamaban ‘la picá’, con su pronunciación a la andaluza”.
Este singular diccionario contiene la historia de cada palabra, porque eso “contribuye a darles prestigio y a que la gente las vuelva a querer”, indica García Mouton. Así, los que no son del oriente español se enterarán de que “ababol” es sinónimo de amapola (“eres más del campo que los ababoles”, se dice) y de “persona distraída, simple, abobada”, y verán además que “archiperres” significa “cosas inútiles” y figurará en la próxima edición del DRAE.
“Chiticalla” (persona que calla y no descubre ni revela lo que ve) es “una palabra antiquísima, documentada en el siglo XVI, como parte del refrán ‘No hay casa do no haya su chiticalla’”, según los autores.
También es antigua “encocorar” (“fastidiar, molestar con exceso“), y que es poco usada, lo mismo que sucede con “zorrocloco“ (“hombre tardo en sus acciones y que parece bobo, pero que no se descuida en su utilidad y provecho“), que sigue viva en Canarias.