Crónicas de la historia
Barón Biza y las revoluciones radicales

Barón Biza, joven y vestido como un dandy. foto: archivo el litoral
Crónicas de la historia
Barón Biza y las revoluciones radicales
Barón Biza, joven y vestido como un dandy. foto: archivo el litoral
Rogelio Alaniz
Raúl Barón Biza se afilió tres veces al radicalismo. La última vez fue en 1946 y lo hizo para integrarse a la corriente interna de Intransigencia. Tres afiliaciones en tres décadas permiten decir que, efectivamente, si alguna pasión política tenía este hombre, esa pasión se llamaba radicalismo. Barón Biza siempre se sintió radical pero, como correspondía a su estilo, su identidad la vivía y practicaba a su manera.
En la década del treinta se jugó y financió a revoluciones radicales. Lo hizo con la generosidad y el coraje de siempre. Pero también con la arbitrariedad que en su persona ya era una marca registrada. Nunca admitió ser un político; siempre se concibió revolucionario. Un revolucionario muy singular, un revolucionario que, como dijera su hijo, gastó la plata en revoluciones y en putas. Y se enorgullecía de estar procesado por revolucionario y pornógrafo.
Su oposición al régimen conservador de Justo fue manifiesta y frontal. Con motivo del golpe de Estado de Uriburu escribió: “El 6 de septiembre una clase repudiada por el pueblo, los descendientes directos de aquellos asaltantes de caminos, la misma clase que importaba esclavos de Africa, explotaba al indio y aniquilaba a la raza originaria, los mismos descendientes de aquellos comisarios de campaña que hicieron que más de un gaucho se alzara, se habían adueñado, por un cuartelazo, del poder”.
Barón Biza no perdía el tiempo. Regresó de Europa en agosto de 1932 y en seguida se unió al movimiento armado del teniente coronel Atilio Cattáneo. La rebelión fracasó. La policía allanó su casa de la avenida Quintana. Huyó a Córdoba. Allí habían allanado su casa de Alta Gracia. Decidó entregarse a la policía. El 23 de diciembre lo liberaron y casi al filo del fin de año se fue a Montevideo.
Perseguido por la Justicia o exiliado Barón Biza nunca abandonó su tren de vida. Hoteles caros, casinos, mujeres hermosas, whisky de marca, ropa de primera calidad. Una noche de febrero de 1933 estaba jugando en el casino del Hotel Carrasco. Lo hacía con el aburrimiento y la indiferencia de un millonario. Pero dejemos que sea él quien describa ese momento, porque, bueno es saberlo, Barón Biza escribía muy bien. Sobre todo cuando narraba episodios personales y se liberaba de la prisión de un estilo literario rebuscado y escatológico.
El texto en cuestión se inicia así: “La terraza del Carrasco iluminada a giorno. Noche de luna espléndida, en donde el ruido de las bolas se mezcla con la nota sentimental del bandoneón y la risa de las mujeres”. La presentación es perfecta; sobria, precisa. Después se inicia la acción: “Unos señores fuera del hotel deseaban hablarme y no querían dar su nombre. En las sombras de la arboleda la blanca pechera de mi frac contrastaba más con la vestimenta modesta y hasta de aspecto sospechoso de las personas que me habían solicitado. Mi mano dentro del bolsillo del pantalón tanteaba impaciente una pequeña pistola”.
Conviene detenerse en este texto, porque Barón Biza se representa con excelentes imágenes. El estaba en un casino. Jugando y disfrutando de la noche. Los que lo iban a ver eran personas modestas o no lucían el brillo que exhibía la pechera blanca de su frac. Los miró con cierto recelo mientras acariciaba la pistola que llevaba en el bolsillo. Barón Biza siempre iba armado. En el casino, en la calle o en las reuniones políticas.
¿Quiénes eran los hombres que habían pedido hablar con él? Uno era el teniente coronel Sabino Adalid. El otro era el doctor Amadeo Sabattini. Ambos eran revolucionarios radicales en el exilio que lo convocaban para conspirar contra el régimen de Justo. Barón Biza los escuchó con atención y respondió con una sola palabra : “Presente!”. La anécdota es verdadera, pero la escritura de Barón Biza le otorga belleza, dramatismo, la transforma en una pieza con pretensiones literarias.
El hombre tenia dominio del lenguaje. En sus ensayos y manifiestos hay riqueza verbal, claridad expresiva, ritmo. Algunos párrafos son excelentes. En “El derecho de matar”, los momentos de inspiración son visibles: “Era bonita como un pecado de amor. Tenia ese rictus embustero, delicioso y un poco canalla de las bocas nacidas para mentir y besar”.
Sin embargo “El derecho de matar” fracasa -a mi criterio- como novela. La trama es débil , mal estructurada, previsible, desmesurada sin justificaciones y cursi, muy cursi. El libro se vendió en su momento como pan caliente. También las novelas de Hugo Wast se vendían como pan caliente. Hoy, casi ochenta años después, esas lecturas no resiste el paso del tiempo. Los libros de Wast y Barón Biza en ese punto se parecen. Hay otra coincidencia: el antisemitismo de ambos. Más marcado y grosero en Hugo Wast, pero evidente y lastimoso en Barón Biza.
Barón Biza financió con su bolsillo revoluciones radicales, impresión de periódicos, campañas electorales. Por ello padeció prisiones y exilios. Luchaba a su manera y con su estilo. Huelgas de hambre y duelos. También manifiestos: “Debemos darles a nuestros hijos más libertad de la que recibimos”. El texto puede leerse hoy porque mantiene rigurosa actualidad. Cuando escribió estas palabras estaba en Europa. En Londres, para ser más preciso.
Regresó a la Argentina en agosto de 1935 y se metió de lleno en la campaña electoral de Amadeo Sabattini en la provincia de Córdoba. A esaa campaña Barón Biza se la tomó en serio, pero mucho más en serio se tomó la relación que acababa de iniciar con la hija de Sabattini, Clotilde, una adolescente casi veinte años menor que él. El encuentro, decisivo en su vida, se produjo en un baile celebrado en un hotel frente a la estación de Villa María. Allí se conocieron en el joven millonario y calavera y la única hija del político más importante de Córdoba.
Sabattini ganó las elecciones en noviembre de 1935. En la fiesta estaban todos los radicales, pero la ausencia de Barón Biza fue evidente. Los rumores que circulaban decían que la pareja con Clotilde ya se había formado y que Sabattini había manifestado su total oposición. El desenlace no tardará en producirse. En febrero de 1936 Barón Biza secuestró a Clotilde -que se dejó secuestrar alegremente- y ambos se escaparon a Uruguay. El escándalo ganó la calle. La hija del gobernador había sido raptada de un colegio de monjas por el escritor pornógrafo y maldito unas semanas antes de que asumiera el cargo. El escándalo estaba en la calle y en la familia de Sabattini. Según se cuenta, la mujer de don Amadeo se fue a vivir con sus hijos a Rosario y el caudillo radical se quedó solo en su casa.
Don Amadeo prometió no perdonar lo que consideraba una traición y un papelón político. Después habrá algunas reconciliaciones, pero la relación nunca más volverá a ser la misma. Mientras tanto, el 5 de marzo de 1936 la parejita se casó en la localidad uruguaya de Toledo. Nueve meses después nacía Carlos, el primer hijo. No todas eran flores en esa relación. En agosto de ese año habían estado a punto de separarse. Sería el primer intento, pero no el último Durante casi treinta años la historia de Clotilde y Raúl podría escribirse como la historia de sus diferentes intentos de separación, muchos de ellos acompañados de escándalos. Hasta el último, en agosto de 1964, que concluyó con el suicidio de él y el rostro de ella devastado por el ácido.
Sabattini asumió la gobernación y ese año su principal opositor parecía ser su yerno, el mismo que le había financiado la campaña electoral y que ahora le escribía cartas como estas: “Vino usted a solicitarme apoyo moral, físico y financiero. Moral, cuando necesitó un periódico valiente de profunda austeridad cívica “La Víspera” cuyos artículos me llevaron a la cárcel. Físico, cuando en la lejana frontera del litoral luchaba con un grupo de valientes por una patria más grande y mejor. Financiero, cuando Vuestra Excelencia me aseguró que era necesario el dinero para conquistar una provincia en “la que se pudiera hacer pie”. El tiempo me ha probado que lo único que ha deseado Vuestra Excelencia es un cómodo y bien rentado asiento de gobernador. Mi radicalismo, radicalismo de pueblo, no es su radicalismo, señor gobernador, un radicalismo servil, tibio, genuflexo”.
Sabattini caminaba por las paredes. En dos ocasiones Barón Biza fue arrestado. La causa: su Rolls Royce estaba mal estacionado. Barón Biza escribió otro texto donde sugiere que alguna vez desafió a su suegro a duelo y que éste se limitó a dar amplias satisfacciones. Concluye el yerno: “Le queda como último recurso la ayuda de algún matoncito, de aquellos que llevan el retrato de Su Excelencia en el ojal del saco”. Cuando sus amigos le adviertieron que tuviera cuidado porque Sabattini se iba a cobrar esas ofensas, él respondió sin vacilar: “El señor gobernador sabe que no puede intimidarme, lo conozco moral y físicamente en paños menores”. (Continuará)