María Félix

Una mujer con corazón de hombre

La actriz tenía una personalidad avasalladora, conocida por el mote de “come-hombres”. Representó en una época la belleza mexicana.

La nota

Luis Buñuel la dirigió en “Los ambiciosos”, donde actuó junto al actor francés Gerard Philippe. Foto: Archivo El Litoral

Ana María Zancada

Fue uno de los rostros más hermosos que dio el cine de todo el mundo, desde sus inicios. Era la Doña, Doña Bárbara, María Bonita. Sabedora y segura de ello, dueña de una personalidad avasalladora, no le tuvo miedo ni a los hombres, ni a las cámaras, ni al escándalo ni mucho menos a sus rivales del mismo sexo, si tan siquiera hubiesen existido.

Cuenta la leyenda que un productor al verla, le ofreció trabajo en el cine y ella muy desenfadadamente le contestó: “Cuando yo entre en el cine lo haré por la puerta grande”.

Nació como María de los Angeles Félix, en Alamos, Estado mexicano de Sonora, el 8 de abril de 1914. Fue la décima de once hijos y dicen los memoriosos que desde la infancia comenzó con las transgresiones, ya que estuvo profundamente enamorada de uno de sus hermanos. Su primer matrimonio sobre el cual nunca habló fue con un vendedor de cosméticos, pero que le dio un hijo, Enrique Álvarez Félix, tal vez el único verdadero amor de su vida.

En 1942, comienza su carrera cinematográfica, cubriendo roles junto a Jorge Negrete en “El peñón de las ánimas”. Siguen otros trabajos hasta que surge “Doña Bárbara”, sobre una novela de Rómulo Gallegos. Así comienza a gestarse la leyenda de esta mujer de belleza dura y provocativa. Y allí nace “La Doña”, para ser un mito antes casi de que le llegara la fama.

“Soy una mujer con corazón de hombre”, se ufanaba y desde el vamos instaló su personalidad avasallante en una de las sociedades más machistas del planeta.

Es en esos años, 1942, en que agrega a su lista de “come-hombres” otro matrimonio relámpago con Raúl Prado, a pesar de que ella luego se empeñase en negarlo.

Pero en 1943, se casa con “el feo” Agustín Lara, que estaba en la cúspide de la fama. Es en este lapso en que nace “María bonita”. María colecciona hombres. Los toma y los deja. Es ahora Emilio Fernández, que la dirige en “Enamorada” (1946), “Río escondido” (1947) y “Maclovia” (1948).

Una reina

Pero no sólo Lara le canta enamoradas estrofas. El compositor Alfredo Jiménez le ruega en “Ella”... “Me cansé de rogarle... era el último brindis de un bohemio por una reina”...”. Y efectivamente era una reina. Diego Rivera dijo: ... “Era un ser monstruosamente perfecto...”.

María Félix fue producto de su propia creación. Su belleza no tiene parangón. Sabía elegir sus papeles, moverse, caminar, vestirse, elegir los hombres que la dirigen en la pantalla y que usó en la vida privada. ¿Tuvo corazón tal vez? No se sabe. Sí, una intuición innata para fabricar un personaje e ir por el mundo avasallando todo a su paso.

Se transformó en estrella internacional: “La corona negra” (1951) con Rossano Brazzi y Vittorio Gassman, con argumento de Jean Cocteau y dirección de Luis Saslavsky. En España “La noche del sábado” (1950), “Faustina (1957), en Francia, “La bella Otero” (1954) y “Los héroes están cansados”, con Ives Montand, rodaje que casi fracasa debido a los celos de Simone Signoret. En Estados Unidos, rechazó el papel de “La condesa descalza” que luego tomó Ava Gardner. En Francia se le atribuyen amores lésbicos con Colette, su vida es un torbellino de rumores, amores inventados, romances truncos, joyas, roles protagónicos, donde no se destaca tanto su condición de actriz como su deslumbrante belleza. Su sola presencia en la pantalla, su rostro perfecto, sus ojos que podían cautivar y odiar al mismo tiempo, su estampa de mujer perfecta y dominante bastaban para llenar las salas.

En la Argentina

“No es suficiente con ser bonita, hay que saber serlo”. Ella lo sabía y bien que lo ponía en práctica.

En Argentina, filma “La pasión desnuda”, bajo las órdenes de Luis César Amadori. Su pareja fue Carlos Thompson que sufrió en carne propia los caprichos de una mujer que no conocía límites para su voluntad de diva. Lo plantó frente al mundo y sin aviso previo. Antes de que el pobre hombre se diera cuenta, quedó esperando con un anillo de bodas que nunca pudo usar.

María partió para casarse con Jorge Negrete. Era el machote mexicano que la esperaba con un collar de esmeraldas que luego dio que hablar. Esa boda se transmitió por radio a toda Latinoamérica. Poco después Negrete murió de cirrosis.

María, por supuesto, se volvió a casar con un millonario que la rodeó del lujo a que estaba acostumbrada. Sus últimos años transcurrieron en su palacete del DF en México rodeada de sus joyas, sus pieles, su guardarropas diseñado especialmente para ella por los más famosos, los cuadros de Diego Rivera y Antoine Tzapoff.

La leyenda

En 1992, Verónica Castro, en su programa de TV “Mala noche no”, le hace una entrevista de cinco horas donde María demuestra que a pesar de los años sigue siendo la misma mujer dura y de respuestas filosas. Sabe que aún tiene un público que la admira.

María Félix fue una creación de ella misma. Pero se negó a ser la Norma Desmond de “Sunset Bvard.”. Vivió como una diosa hasta el final. A pesar de los años transitados, cuidó su cuerpo, su imagen y su belleza que no menguaba. Mantuvo viva la leyenda.

Pero sí hay algo que hace que deje su pináculo de diosa: la muerte de su amado hijo de un ataque al corazón en 1996. Aunque se recompone, junta los pedazos de su helado corazón y sigue adelante.

Muere el día de su cumpleaños, 8 de abril de 2002, mientras dormía. Fue velada durante 22 horas en el Palacio de Bellas Artes de México, con el féretro cerrado, según era su voluntad. Luego el cortejo pasó por el Teatro Jorge Negrete, donde la Asociación Nacional de Actores le rindió tributo y el público coreó María Bonita, mientras en la calle la aclamaban: “Viva la Doña, Viva María Bonita”.

Sus restos descansan en el Panteón Francés, junto a su amado hijo Enrique Álvarez Félix.


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El otoñal rostro de una de las mujeres de más fuerte personalidad en el mundo del cine. Fotos: Archivo El Litoral

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“Los héroes están cansados” fue el título que protagonizó junto a Yves Montand.

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El prestigio de las figuras con las que trabajó en cine es indiscutido. Aquí junto a Jean Renoir y Jean Gabin, durante el rodaje de “French Cancan”.

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Se transformó en una estrella internacional y filmó junto a grandes actores y directores.