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“El azar en la vida cotidiana”

Si uno sueña que se muere el gato del vecino, y a la mañana siguiente se entera que ese gato se murió, probablemente concluya que se trató de una premonición, y de la fuerza del destino. Es ante ejemplos como éste que Alberto Rojo decidió escribir un libro sobre El azar en la vida cotidiana, y corregir una serie de deducciones y, se diría, supersticiones, que nos acometen ante la presencia del azar, ese azar que suele ser tan mal comprendido.

Nos adentramos en preguntas cómo: ¿existe una teoría matemática del azar? Mientras la geometría fue motivo de grandes reflexiones y teoremas desde hace miles de años, las reglas sencillas (“aunque no tan evidentes”) del azar se investigaron hace relativamente poco tiempo. Enunciados tales como “la probabilidad de que en una reunión de 23 personas tomadas al azar haya dos que cumplan años el mismo día es del 50%” recién fueron propuestos en 1933 por el matemático ruso Alexander Kolmogorov. ¿Por qué tanta demora? “Por un lado, por la dificultad de tratar el azar con el rigor que exigen los matemáticos para entrar en sus ‘palacios de precisos cristales’. Por otro lado, debemos considerar el costado pasional del azar, algo que quizá la geometría no posea, como si el cálculo de probabilidades mezclara en partes iguales las emociones con el intelecto. Además, sobrevuela la manera en que la historia de lo incierto y lo azaroso se entreteje con la religión y la política. Si, como dice Galileo, Dios escribió el libro del universo en lenguaje matemático, entonces el capítulo de las probabilidades lo escribió con caligrafía de médico”.

Rojo nos recuerda, por ejemplo, que en la Biblia el método de echar las suertes aparece más de 70 veces (7 veces en el Nuevo Testamento). En la etimología misma convergen el azar y la religión: la palabra germánica para echar suertes es “Lot”, y de ahí “lotería” y “lote”. Claro que para aquellos creyentes el método (usado por ejemplo para elegir el reemplazante de Judas) no resulta azaroso, ya que se usa como una manera de interrogar la voluntad divina. Y el azar ya tenía una divinidad en Grecia.

Sin embargo, ya en el mundo romano Cicerón intuye: “Todas las noches dormimos y casi nunca pasamos sin soñar. ¿Y nos admira que algo de lo que soñamos se realice?”, dando forma al entendimiento de que si existe un gran número de sueños, la probabilidad de que alguno se concrete es alta. Y el mismo Cicerón, en alusión a la batalla de Cannas, en la que Aníbal vence a los romanos: “¿Todos los que murieron en Cannas habían nacido bajo el mismo horóscopo? Sin embargo, todos tuvieron el mismo fin”.

Pocos siglos más tarde, san Agustín asegura que nada ocurre por azar, ya que todo está regido por Dios, y sólo llamamos azaroso lo que no comprendemos por ignorancia.

En los distintos capítulos Rojo estudia las coincidencias y la manera irrevocable en que están dadas a ocurrir (anulando la creencia en los sueños premonitorios); el cálculo de probabilidades y el juego de las estadísticas; la conexión entre probabilidades y frecuencias con la que aparece un fenómeno; la existencia de la probabilidad inversa (la averiguación probabilística de una causa dado un efecto), entre otros hechos raros de nuestra existencia a merced de “un golpe de dados”.

Muchos autores concibieron obras basados en las leyes o en las ilegalidades de la casualidad y del azar, como Adolfo Bioy Casares, Paul Auster o Vladimir Nabokov. Un interesante apéndice final enumera algunas de esas obras literarias, con Borges a la cabeza. Publicó Siglo XXI en su colección “Ciencia que ladra”.

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