Tras las huellas de un gran soñador

En el prólogo de “Los muros y las puertas en el teatro de Víctor García”, Carlos Pacheco pone énfasis en destacar que dos puestas en escena mostraron su etapa creativa más importante en Buenos Aires, Yerma (1974), de Federico García Lorca, en el teatro Astral y Las criadas (1984), de Jean Genet, en el desaparecido teatro Odeón. Hablar hoy de Víctor García parece tema de memoriosos. Afortunadamente, quedamos algunos a los que hasta nos resulta un lujo recordado en la Argentina actual. Y sobre todo, luego de leer este documento que ha construido con tanto afecto el arquitecto tucumano Juan Carlos Malcún.

Quien esto escribe sólo recuerda haber visto imágenes de Yerma a través de spots televisivos que anuncian las funciones del espectáculo. Impactaba ese juego escénico que lograba una lona subiendo y bajando, mientras los intérpretes se movían sobre ella una absoluta naturalidad.

Año después, el Dr. Francisco Javier en su libro La renovación del espacio escénico, haría con ese espectáculo un profundo y minucioso trabajo que nos ayudaría a comprender la verdadera capacidad innovadora de aquel joven director argentino. Javier lo ubica en su libro al lado de Ariane Mnouchkine y Luca Ronconi.

A la puesta de Las criadas asistí ya como espectador. Y fue deslumbrante observar a Nuria Espert y a Julieta Serrano caminar sobre un espejado plano inclinado con total soltura, mientras la oscuridad del texto de Genet se proyectaba desde ese espejo a la platea.

Si bien por aquellas épocas muy pocas novedades acercaban a García a su país, es notable cómo los alumnos de la Escuela de Teatro de la Universidad de Tucumán estuvieron tenazmente familiarizados con su obra.Y es que, por forma, las investigaciones de Juan Carlos Malcún y su equipo no se han detenido en el tiempo y han buscado divulgarlo dentro del medio académico, allí donde Víctor se sentiría un extraño.

A través de Los muros y las puertas en el teatro de Víctor García, el lector descubrirá a un creador superior, dotado de una imaginación y un nivel de realización tan intenso como pocas veces hemos conocido en este país.

Inteligente, carismático y provocador, su personalidad mundana se entregó al teatro de forma irreverente. A tal punto, que eligió dejar de lado su entorno afectivo, mientras otros veían cómo su vida se desgajaba. El teatro, para él, ocuparía el centro mismo de todas las cosas.

Éste es el primer libro que, en Argentina, da a conocer el universo personal y creativo de Víctor García, un artista que realizó aportes importantísimos para la escena contemporánea mundial.

Juan Carlos Malcún habla poco sobre él. Se ha preocupado más por documentar innumerables testimonios de gente que supo reconsiderar tanto la excéntrica personalidad de Víctor como la estatura artística de su genio. Y si bien es el padre de la iniciativa que aporta la pasión, y el territorio evocativo donde contar esta historia, les cede desinteresadamente la palabra a quienes trabajaron junto al brillante creador. Por eso, este libro está construido por múltiples voces: argentinas, brasileñas, europeas, asiáticas. Un espectro multiculural generoso y elocuente.

De esta manera, llegamos a conocer a un gran soñador. Vivió muy poco, es cierto, pero supo generar imágenes de una belleza tan profunda y revulsiva que, al cabo de todos estos años, siguen perdurando intactas en la memoria de muchos.

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