CENTENARIO DE SUPISICHE
CENTENARIO DE SUPISICHE
El paisaje como presencia
En la visión prospectiva que permite el tiempo, la pintura supisicheana es un continuum que ofrece, casi secuencialmente, todo un cosmos de sensorialidades.
J. M. Taverna Irigoyen
El paisaje es un escenario. El paisaje es un espacio. El paisaje es una presencia que palpita y contiene. Un universo a recorrer.
Ricardo Supisiche, pintor por elección, pintó paisajes a lo largo de más de medio siglo. El paisaje que conocía, de isla y río. El paisaje de su comarca. El que descubrió desde la primera niñez y navegó desde entonces en canoas y barcos innumerables. Esa presencia fue, en su caso, materia de indagación permanente. Desde la aparente mediatez temática, hasta el inasible trasfondo.
Porque Supisiche hizo metafísica de ese espacio. Lo desmaterializó y tornó a visualizar en una nueva semántica de recursos / efectos / transposiciones del plano / difumaturas cromáticas / espacialidades figuradas. El escenario tomó otra altura vivencial y la obra -ese proceso secreto y genealógicamente renovado en cada impronta- le facultó para un desarrollo expresivo intenso, fervoroso, de caudal renovado.
En la visión prospectiva que permite el tiempo, la pintura supisicheana es un continuum que ofrece, casi secuencialmente, todo un cosmos de sensorialidades. La materia que digita y condensa formas en su deslizamiento pigmentario. La figura que anima en la verticalidad ese silencio pronunciado. El color que califica casi aéreamente los planos y les da categoría de atmósferas. La luz, en fin, que define, sin pronunciar su origen, la campana del día o de la noche.
La magia
Entendido así, el paisaje de Supisiche alcanza cierto innegable magicismo. No está fijado a circunstancialidades asociativas: es el espacio de un tiempo intransferible. Espacio y tiempo que acuerdan, sin embargo, connotaciones que les son propias. Y que poseen mucho de memoria y de naturaleza recreada. Entonces es, en el doble proceso de plasmación y mirada, que la pintura del maestro corporiza no sólo su mayor énfasis perceptual, sino toda su carga expresiva, no exenta de mediumnidades.
Afirmar que Supisiche logra universalizar el paisaje del litoral no es sino reiterar un consabido aserto. En su mirada de acentos metafísicos, concreta una impresión enriquecida de ese paisaje; y sin transmutarlo, lo proyecta a una dimensión en que la composición rectora y el despojamiento jerarquizador, conjugan las partes integradoras de un todo.
En el centenario de su vida, no puede soslayarse toda la energía que desplegó con un apasionamiento sin caídas. Fue un artista pleno, sin claudicaciones, que dibujó, pintó, hizo grabados y, sobre todo, dio al acto de crear su ínclita dimensión. Una actitud rayana en lo filosófico que, en su caso, facultó para que la estética sin desvincularse con la vida- adquiriera un compás de grave dimensión expresiva. Pintó con la simple sabiduría de quien conoce la luz y sus efectos. Y fue leal a los principios adquiridos, sin desvirtuar la esencia del necesario trasfondo, del contenido que alienta el diálogo visual, de la materia que se transustancia y eleva.
Creó su propia atmósfera y buscó tras las genealogías de las formas la síntesis rectora y la definición del plano aéreo. En tal sentido, Supisiche adquirió un lenguaje propio, distintivo y sensual, tras una paleta notablemente enriquecida y potente. Seguramente, en razón de ello su obra es reconocible como huella digital. Única y plural en sus acentos.
“El pañuelo blanco”.
“Paisaje amarillo”.
“La vieja del río”.
“El raigón”.
Cronología básica
J.T.I.
•Nace en Santa Fe el 6 de noviembre de 1912, hijo de un expedicionario al desierto del general Villegas, que posteriormente recala en esta ciudad como jefe del Distrito.
•En 1917, cuando Ricardo Argentino tiene cinco años, muere el padre. La madre queda con seis hijos y arma coraje.
•A los diez años cae de un tranvía y pierde el brazo izquierdo. Lo obligan a templarse. Comienza a ir a la isla con su hermano Aníbal.
•A los doce años, por alguna inclinación, es enviado a la Academia Reinares, dirigida por entonces por su hijo. Aníbal le obsequia su primera acuarela.
•Llega a Santa Fe el artista triestino Sergio Sergi, a quien se le encomienda organizar la Escuela Municipal de Arte. Ricardo comienza a asistir a los cursos.
•Permanece junto al maestro unos cuatro años, sumándose el joven amigo y pintor Mario Gargatagli.
•Se inicia en el dibujo publicitario en la Escuela Profesional Nocturna Leandro N. Alem. Primer curso oficial del país, organizado por Sergi.
•Ricardo Supisiche toma las cátedras de la Alem y del Liceo Municipal, que le traspasa Sergi. Permanecerá más de doce años en la primera, impartiendo diseño gráfico.
•En 1936 obtiene el Premio Estímulo Artistas Plásticos Santafesinos. Primera exposición en la Florería El Carmen, sobre calle San Martín.
•Empleado en Salud Pública, por las noches continúa en el plano docente. La década del 40 anuncia un fermento cultural de importancia en el medio.
•Años de estudio y de compartida bohemia en la Escuela Provincial de Bellas Artes. Conoce a José Planas Casas. Presencia en Santa Fe de prestigiosos maestros: Orlando Pierri, Emilio Casas Ocampo, Gustavo Cochet,
•Planas Casas reemplaza a Pierri en la Dirección de la Escuela y propone a Supisiche como ayudante de cátedra.
•Cochet deja la Escuela y Supisiche es titular de Pintura, con Raúl Schurjin como ayudante y posteriormente José Domenichini.
•Conocimiento profundo del rio y de la isla. Cofradía con Estrada Bello, Puccinelli, Bardonek, López Carnelli, Lammertyn.
•Conoce a Blanca Fuica, y unen sus vidas. Casa-taller de calle Catamarca, donde nacerá la hija María Clara.
•En 1943 obtiene el Premio Gobierno de la Provincia en el Salón Nacional de Santa Fe. Lo invitan a exponer su obra en el Museo Municipal Genaro Pérez, de Córdoba.
•Entre 1949 y 1950 afirma la certeza que importa la imagen que él pueda tener del río. Sus obras maduran y se proyectan al plano nacional.
•Viaje a Italia para conocer artistas y adquirir obras de pintura metafísica para el coleccionista Ignacio Acquarone.
•Pasa un año sin pintar. Retoma la acuarela. Lo racional sujeta al instinto: nace en 1953 su obra “La nube”, que el artista ubicará como un paso fundamental en su quehacer.
•En 1957 es invitado por la Dirección de Cultura de la Nación a exponer en la sala Graciano Mendilaharzu. Obtiene ese año y al siguiente los premios Fader y Díaz y Clucellas en el Salón Nacional de Santa Fe, el Primer Premio del Salón del Litoral de Entre Ríos y el Gran Premio del Salón Anual de Rosario. En 1958 plasma “El raigón”.
•En 1959 forman el Grupo Setúbal con Ernesto Fertonani, Matías Molinas, José Domenichini, Jorge Planas Viader, Miguel Flores y Armando César Godoy. Diálogos y encuentros, una exposición en Van Riel de Buenos Aires, a más de muestras en la región. En 1961 el grupo se disuelve.
•En 1962 su obra es exhibida en México, Guatemala, Honduras, Nicaragua. Ediciones Ellena edita una carpeta de grabados del artista.
•En 1964, 1965 y 1967 es invitado por la Academia Nacional de Bellas Artes al Premio Palanza. Merece el Primer Premio del Salón IKA de Córdoba. Es invitado a exponer individualmente en el Museo Provincial Rosa Galisteo de Rodríguez.
•A partir del año 1965 expone con exclusividad en Buenos Aires en la Galería Rubbers, de su amigo el marchand Jorge Povarché. Aparecen obras como “El pozo”, “La pared vieja”, “El cajón”, expuestas en Washington en 1968.
•Introduce cierto misterio del Litoral entre 1976 y 1978, con obras como “Homenaje al pescador ahogado”, “Imágenes a la hora incierta”, “El hombre que trajo la noche”, “Paisaje donde el tiempo no existe”, que destaca el crítico Rafael Squirru.
•En 1990 la Municipalidad de Santa Fe lo nombra Ciudadano Ilustre.
•El 6 de noviembre de 1992, al cumplir 80 años, fallece en la ciudad natal.
El recordado artista en su lugar de trabajo. Foto: Colección Danilo Birri
Conceptos del artista
¿Con qué elementos artísticos confrontaría el universo interior de mi pintura? Lo característico en ella es el orden, la medida, la síntesis. También el espacio es un elemento que vislumbro como muy importante. Pienso, por tanto, que lo que hago tiene mucho que ver con la arquitectura.
Cada cuadro es una aventura y debe tener el misterio trascendente de una aventura. Cuando aparece el misterio, eso que está allí, pero que uno no ha puesto del todo sino que ha aparecido sin que pueda atribuírse a ciencia cierta por qué, entonces el cuadro comienza a engrandecerse y se convierte en la gran aventura. Es la obra. Pienso como Pierre Francastel que ya la finalidad del artista no consiste en proporcionar un doble del universo práctica y anteriormente explorado. Eso ya se hizo y se hizo muy bien. Ahora el pintor bucea en otros mundos en su interior, por ejemplo- y estoy de acuerdo con que así sea, porque es esencial lo que sucede en cada uno de nosotros y porque ello significa una apertura que a la vez de traer grandes posibilidades al arte y a la cultura, abre puentes de entendimiento entre los hombres.
Abogando lo anterior, considero que para cualquier persona sensible ya las formas no constituyen un doble del universo usual, manejable para todos, sino un mundo autónomo, sometido sólo a las leyes de los sentidos y del espiritu. Ello, que nos hace dueños de la posibilidad de crear, es también lo que nos facultará para entrar en los siempre necesarios campos de la fantasía.
Desde hace muchos años yo no pinto frente al tema, no utilizo modelos: por lo tanto, plasmo imágenes. Son las imágenes que mi mente forma con lo que veo, lo que oigo, lo que siento, lo que pienso; por eso creo que en mi obra lo real y lo imaginario van de la mano permanentemente.
En general se llama pintores americanos a los que parten del arte indígena y pintan frecuentemente valiéndose de colores terrosos. Yo, que no pertenezco a ese grupo de pintores, pienso sin embargo serlo pues mi pintura tiene mucho que ver con el lugar en que vivo (aunque no lo describo), con su color, su luz, sus habitantes, las supersticiones y los miedos que los sacuden, etc.. Creo que mi pintura es un producto de este medio litoral y que, por ende, tiene el espíritu de esta parte de América.
De tener que relacionar arte y vida en una definición, lo propondría en los siguientes términos: Así como no habría sonido sin silencio, ni luz sin sombras; del mismo modo que necesitamos del oscuro para sentir la presencia del claro, así creo que para el hombre no podría ser la vida sin arte, como tampoco podría ser el arte sin vida.
(Respuestas del artista a preguntas formuladas por el crítico Taverna Irigoyen, e incluidas en el libro Supisiche, editado bajo el sello Rubbers, Buenos Aires, en 1978).
“La nube rosada”. Fotos: Archivo El Litoral