EN EL MUSEO MUNICIPAL SOR JOSEFA

Muestra homenaje a Ernesto Fertonani

El jueves a las 20 quedará inaugurada una exposición que reúne obras representativas de diferentes períodos y estéticas del artista. Se realiza en el marco de los 10 años de su fallecimiento.

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La imagen, una captura de fines de la década del ‘50. Foto: BIRRI/ARCHIVO EL LITORAL

 

De la redacción de El Litoral

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Ernesto Fertonani, uno de los artistas más destacados de la plástica santafesina y nacional, será homenajeado en el Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas (MMAV), en ocasión de conmemorarse una década de su fallecimiento.

Será este jueves a las 20 con la inauguración de la exposición en la que se exhibirá una selección de obras representativas de sus diferentes períodos y estéticas. La misma podrá visitarse gratuitamente hasta el lunes 15 de abril y se inscribe en el ciclo de muestras Cerveza Santa Fe, empresa que junto a Tersuave apoyan desde hace años al MMAV en su valioso rol de padrinos.

Como parte de la exposición, el sábado 23 a las 18 se desarrollará la “Ruta del Liso”, un recorrido especial en el marco del ciclo de muestras Cerveza Santa Fe.

La primera parada de la ruta será el MMAV, donde el crítico de arte Domingo Sahda encabezará una visita guiada de la exposición para continuar a las 20 en la Casa-Museo de la Cervecería Santa Fe. La propuesta es libre y gratuita, incluye transporte para el traslado de un lugar al otro y culmina con dos lisos sin cargo en el Patio de la Cervecería.

CONTEMPORANEIDAD

“Fertonani pintaba rápidamente para evitar que la sensación del momento cambiase”, afirma Nilda Marsili y completa: “Conocía el oficio. En él, color y materia no son casuales, son expresiones de una fuerza interior que pugna por salir. No le interesaba copiar la naturaleza, sino estar en consonancia con ella. Mirar la naturaleza será el estímulo para desarrollar una inusitada capacidad para emplear el color más vivo y saturado. Fertonani olvida las sombras, la luz surge en el cuadro mediante contrastes de colores. Interpretaba lo que veía, según su espíritu rebelde de pintor, casas rojas, cielos rojos, soles verdes, pinceladas marcadas cargadas de óleo. Utilizaba los colores de manera que podían exaltarse o aniquilarse recíprocamente. El color de Fertonani contiene en sí mismo la luz y hace las veces de luz. Decía Braque: “La pintura es el dolor que deviene luz’”.

En un texto llamado “El acontecimiento espacial en la obra de Ernesto Fertonani”, José Luis Roces sostiene: “Como en los 31 lienzos de Claude Monet de La Catedral de Rouen, el paisaje en la obra de Ernesto Fertonani no puede estatizarse, no puede nombrarse de una vez y para siempre, debe repetirse para encontrar en las supuestas igualdades acontecimientos diferentes. Es como si en lugar de mirar tantas veces una obra mirásemos muchas veces la misma”.

“Mirar actualmente su obra significa, entre otras cosas, acometer la mirada sobre la percepción de un espacio abierto, construido subjetivamente, pero calificado desde el contacto del hombre con la territorialidad que lo circunda.

“Sus pinturas organizan un acontecimiento, entendido como una donación de sentido a quien persigue su propio ‘precepto’ y sus propias valoraciones, sobre un paisaje vibrante, colorido, abrasador y atemporal. La vigencia de la obra de Fertonani se sostiene en la idea de su preocupación por determinados conceptos que hacen que debamos constantemente revisitar. ¿No es acaso un valor de la contemporaneidad el que podamos volver una y otra vez a relacionar conceptos supratemporales como sostén de lo permanente?”.

Trayectoria

Fertonani (1920)

•Estudió en la Escuela Leandro Alem y en la nueva Escuela Mantovani, de la que formó la primera camada de egresados. •En 1958, asistió a los cursos de composición que dictó el artista rosarino Oscar Herrero Miranda.

•Integró el grupo Setúbal junto a Ricardo Supisiche, Matías Molinas, José Domenichini, Jorge Planas Viader, Miguel Flores y Armando César Godoy, que tuvo actuación en diversos puntos del país entre 1959 y 1961.

•Fue maestro de artistas e imprimió con su apellido un sello registrado en materia de artes plásticas. Su nombre figura ya entre los personajes célebres que enriquecen a la ciudad con sus obras.

•Sus obras recorrieron salones nacionales, provinciales y municipales; integrando muestras colectivas e individuales.

•Docente, restaurador, dibujante, creador nato. Hoy, su trabajo -reconocido a lo largo de toda su carrera con innumerables premios y distinciones- forma parte del patrimonio de museos e instituciones. •Falleció el 10 abril de 2003.

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“En él, color y materia no son casuales, son expresiones de una fuerza interior que pugna por salir”. El sábado a las 18 el crítico de arte Domingo Sahda encabezará una visita guiada. Foto: ARCHIVO EL LITORAL

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El artista abuelo

Ana Laura Fertonani

Mi papá solía contar que cuando él era chico llegó a su casa un galerista de Buenos Aires para ofrecerle a mi abuelo un sueldo, muy buena plata, para que pintara cuadros y que mi abuelo lo echó, en muy malos términos, que cómo se le ocurría a ese señor que él podía pintar para alguien, en determinadas circunstancias, horarios, cumplir una jornada laboral... El hombre se fue. La situación económica de la familia no era para nada buena y mi papá pensó que el viejo estaba loco. Encima, vio a su mamá, Guela, que se acercó, le posó las manos en el cuerpo violentado, y le dijo: “No esperaba menos de vos”.

“Ahora entiendo”, me lo contó repleto de orgullo, por eso le gustaba cuando le decían que era un “Fertonani”.

Mi abuelo era eso, un artista, con esa bendita y maldita necesidad de pintar, de aprender, de enseñar, de recitar “qué es el arte”. Honesto, temperamental, a veces testarudo, atravesado por el dolor de perder a su mujer joven, encontró en la pintura la fuente de vida, y más tarde el refugio que le permitió amar y reconciliarse en algún lugar con la vida.

Lo conocí ya cincuentón y me atormentaba cuando le mostraba los dibujos que hacía en las horas de plástica. No podía concebir ciertas estructuras.

Aspiraba a la perfección y ahí estaba su esencia, en la “perfección de su oficio”, que era el simple concepto de arte y filosofía de vida que llevaba en el alma.

Aún lo veo, en el año ‘98, llegando ancho a casa donde el grabador lo esperaba para una intensa entrevista. Ahí supe mucho más de él: que sus padres lo ayudaron y no tuvo impedimentos para ir a la escuela a aprender dibujo publicitario y artes plásticas. Pero que también por eso lo dejó una novia.

Siempre habló de los grandes maestros que tuvo, con quienes intentó buscar su propia dimensión para trabajar; de lo que aprendió no sólo en el salón de clases sino en tardes de charlas. Hablaban de arte, de lo abstracto y lo figurativo, de las dimensiones personales de trabajo, del sistema capitalista que se apoderó del espíritu para formar oficinistas de la pintura.

Esas conversaciones se extendían los domingos en la casa de “Supi”, en las reuniones que sostenía el Grupo Setúbal en 1959.

Ya hace 10 años que se fue. El día anterior seguía dando instrucciones a sus hijos y a su mujer -también artista-, Elsa Rotman, de un lado al otro en la sala del sanatorio, amarrado al suero. No sabía que se iba, o fingía no saberlo, porque no dijo nada, ni una palabra del destino de su obra... la creación que se ensaña con desafiar su muerte.