Unión-Colón a puertas cerradas... sin gente

El vaciamiento del clásico

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El vaciamiento del clásico

Víctimas del vaciamiento. Parafraseando el tercer y último disco de Hermética, editado en 1994 y que llegó a disco de oro. Así se sentirán los hinchas del fútbol de Santa Fe mañana a las 11 cuando “obligados” tengan que escuchar el clásico por radio o mirarlo por la tele sin poder ir a la cancha. Foto: Pablo Aguirre

Darío Pignata

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Como Romeo sin Julieta. Como París sin la Torre Eiffel. Como el Vaticano sin el Papa. Como comer sin sal. Como el liso sin espuma. Como un verano en Santa Fe sin mosquitos, sin calor ni cervezas. Eso es un clásico sin gente para esta bendita ciudad de Garay. Y como pasa con las cosas verdaderamente importantes de las vida —el fútbol es lo más importante de las menos importantes—, ahora sentimos con el clásico esa nostalgia. A mí me gustaría tener de vuelta a mis abuelas para darle más besos de los que pude darle cuando niño. Pero ya no están y no se recupera. En la redacción, vivimos recordando anécdotas de “Cacho” Roteta, de Juan Carlos Romano, del “Negro” Goody y tantos otros que ya no están. No van a volver. Me gustaría volver a jugar al fútbol 5 con el “Mono” en el Ateneo, aunque me robe goles. O tomar lo que sea con “Manzana” hasta que se haga de día. Tampoco están. En la vida, muchas veces, uno valora las cosas cuando las pierde.

A mí no me “cayeron” las fichas todavía. Será porque el domingo me toca quedarme en la redacción —se sabe, un operativo espectacular de El Litoral el mismo día— y no ir a la cancha. Entonces, es como que sin darme cuenta no me doy cuenta. Nunca se vio lo que se verá mañana. No sólo en la historia del derby local sino en la historia de los clásicos en la Argentina. A lo sumo, con público local únicamente, que es lo que se debió hacer hace un año y no se hizo.

Duele escuchar a los que piensan como escribía Jorge Luis Borges: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”.

Entonces, a los detractores históricos de la pelotita, esta decisión les viene como anillo al dedo.

Pero también duele escuchar a los que suponen que el fútbol es Drácula y que vivimos en Disneylandia. En líneas generales, lo que pasa con el fútbol es el espejo de cómo vivimos. Hoy algunos se golpean el pecho diciendo “qué vergüenza lo que pasa en la cancha” y está bien. El fútbol les da lugar. Pero también duele que un chico no pueda salir solo a la siesta a la Ciclovía porque, en el mejor de los casos, lo roban. Si vuelve sin la bici pero vivo hay que festejarlo como otro nacimiento. Duele cuando un jubilado va solo a buscar su “premio”. Duele todos los días, cuando al lado de la Sección Deportes llegan los periodistas de Sucesos/Policiales y cuentan lo que pasa todos los días en las calles.

Y si bien no coincido en decir “la culpa la tiene Pablo Farías”, del mismo modo no me parece serio que el arco opositor trate de sacar ventajas de votos en torno a la inseguridad. No jodamos: ningún gobernante puede asegurarnos hoy que no nos va a pasar nada y que vamos a volver a vivir tomando mate en la vereda con la puerta abierta como era antes.

A Capitanich en el Chaco le pasa lo mismo que a Bonfatti acá, a Urribarri del otro lado del Túnel, a María Fabiana Ríos en Tierra del Fuego o a Urtubey en Salta. No me parece hoy —nunca más que en esto quisiera equivocarme— que la seguridad en el país pase por un color político. Es obvio que ningún gobernante es igual a otro y cada uno tiene su impronta. Pero no es serio sacar tajada, o intentarlo al menos, con este tema por una cuestión más que simple: el resultante final de lo que estamos hablando se cuenta con vidas. Así de triste.

En términos de fútbol, hace años que nos vivimos tirando la pelota. Los dirigentes dicen que lo debe hacer el Estado. El Estado dice que los dirigentes no colaboran. Los policías dicen que cuando los agarran, entran por una puerta y salen por la otra. Así, la pelota va a manos de los jueces. Y los jueces argumentan que las leyes no alcanzan, que son insuficientes. Conclusión: es el cuento de la buena pipa. La culpa siempre la tiene el otro.

Hay una realidad por la cual Lerche y Spahn no pueden mirar para otro lado: nunca aplicaron el derecho de admisión con los violentos. Pero también es real lo que argumentan: “No somos policías, para esos pagamos cientos de miles de pesos todos los fines de semana en cada operativo”. Así, llegamos de vuelta a la historia del huevo o la gallina. Nadie sabe qué nació primero, si la responsabilidad de los dirigentes que callan o miran para otro lado o la falta de eficacia del sistema.

Y ahora volvemos al fútbol como reflejo de la vida misma. ¿Por qué serían “buenos” en detener a los “malos” que tumban un alambrado, tiran piedras o suspenden un partido en una cancha si no son capaces de encerrar de por vida a quienes violan una y otra vez a niños de tres, cuatro o cinco años? (al fin y al cabo, lo que menos importa es la edad).

Entonces, la frase de “Pacho” Maturana me retumba más que nunca: “Se juega como se vive”. El fútbol argentino es violento porque vivimos en un país violento. Claro que acá se nos fue la mano. Los destrozos de la barra de Unión en el último clásico escribieron el primer capítulo; la seguidilla violenta de la barra de Colón le puso la página final. Esos condimentos, sumados a un estadio vulnerable y más apto para violentos que otros escenarios, terminó armando un combo letal.

Los dirigentes santafesinos quedaron en off-side viendo sin chistar cómo la AFA ponía el clásico en la fecha 16 sin hacer nada. Y los gobernantes quedaron en off-side cuando jugaron un clásico con público —el primero—, sin saber qué iban a hacer con el segundo. La frase “éste va con visitantes, el otro después vemos” se paga con el costo más alto: tribunas vacías y clásico sin gente por primera vez en la historia.

No hay mal que dure cien años. Siempre después de la peor de las tormentas, sale el sol. No sirven los errores sino aprendemos. Uno se puede volver a equivocar pero no de la misma manera. Como si otra vez se cayera el Puente Colgante o como si el agua del Salado entrara de nuevo por el mismo lugar y de la misma forma.

Al clásico lo fueron vaciando de a poco hasta dejarlo sin nada. Por eso la tristeza de mañana. Un estadio amurallado, las tribunas vacías. Unión-Colón sin gente es como imaginar un enero fresco en Santa Fe. En la capital del sol, congelamos lo más caliente que teníamos: la fiesta del fútbol. Nos tenemos que hacer cargo. Nadie puede mirar para otro lado. Esta vez, no vale hacerse el distraído y tirar la pelota afuera. Además, si mañana la tiran a la tribuna no se las va a alcanzar nadie.