El baile de los planetas
Instrumento musical ideado por Leonardo da Vinci, presentado en Italia en el marco de una muestra sobre “Leonardo y la música”. Foto: Archivo El Litoral
Nidya Mondino de Forni
Cuenta Leonardo que en ocasión de una visita de Ludovico Sforza, llamado “el Moro”, a Lorenzo el Magnífico, en Florencia, acudieron ambos al taller de Verrocchio, en aquel tiempo el mayor y más importante de todos los centros de producción artística.
Fue ante el cuadro Bautismo de Cristo donde más tiempo se detuvieron, admirados por la maestría y perfección del ángel. Distinguían en él gran diferencia con el resto de la pintura. Consultado al respecto, Verrocchio respondió que ese ángel había sido pintado por el mejor de sus discípulos, Leonardo da Vinci, y que el resto había sido pintado por algunos de sus otros alumnos. Próximo a marcharse, “el Moro” se acercó a Leonardo y lo animó a que si alguna vez deseaba abandonar Florencia le avisara. Con el tiempo y al enterarse de un concurso de música que se iba a celebrar en Milán, Leonardo logró convencer a Lorenzo para que lo enviara junto a un cantante a participar en él. Puesto que tanto al Medici como al Sforza los unía la afición a la música debió de creer Lorenzo que era una excelente ocasión para estrechar vínculos con el poderoso vecino y Leonardo, por su parte, debió ver la posibilidad de cambiar de señor. Durante el concurso, el auditorio, y principalmente “el Moro”, quedaron impresionados por la calidad de la interpretación y aún mucho más por las letras improvisadas a partir de las peticiones que los invitados hacían en el momento. Así entró Leonardo al servicio de Ludovico, donde además de brindar sus conocimientos en los distintos servicios en multitud de áreas en las que se declaraba experto, debió demostrar también sus habilidades artísticas musicales y poéticas.
Cabe acotar que Leonardo no se limitó a un conocimiento teórico de la música, sino que la practicaba como una de sus ocupaciones favoritas, cantando y acompañándose con instrumentos musicales, preferentemente con la “viola de braccio”, que a veces aparece bajo el nombre de lira, o también cítara. De sus escritos se desprende que tenía aversión por la repetición de la obra de música. Consideraba que su destino era el de ser creada para morir en el instante mismo de su realización: “La música tiene dos enfermedades, una de ellas es mortal y la otra pertenece a la decrepitud; la mortal va unida siempre al instante mismo que sigue a su creación; la de la decrepitud la hace odiosa y vil en su repetición”.
Con motivo de las bodas de Gian Galeazzo Sforza (sobrino de “el Moro”) con Isabel de Aragón, se le encargó la organización de los festejos. El espectáculo fue presentado como “Fiesta del Paraíso”, aunque aquellos que lo vieron lo denominaron “El baile de los planetas”. El poeta Bellincioni escribió el libreto y los poemas, mientras Leonardo se encargó de la escenografía, tanto de la parte mecánica como de la estética, del vestuario y con gran probabilidad de la música. En particular de la música que se oye detrás del escenario ejecutada por timbales, campanas, pífanos.
“Al llegar la medianoche y finalizar la cena, la música y el baile pararon. Se redujo la iluminación del salón y comenzó a descorrerse el pesado talón situado en el extremo contrario a la mesa presidencial. Todos quedaron paralizados y pronto corrió un rumor de admiración por el inmenso salón. Ante los ojos de todos los presentes apareció una enorme cúpula semiesférica completamente recubierta de oro en su interior que representaba la bóveda celeste. En ella aparecían suspendidas cientos de pequeñas antorchas, ocultas que imitaban estrellas y siete nichos, en los que según el rango, se situaban los siete planetas. Junto a este medio huevo, también iluminados, los doce signos del Zodíaco ofrecían un espectáculo maravilloso: bolas de cristal llenas de agua de colores con luz en su interior producían extraños reflejos. Los planetas, representados por actores (...) giraban lentamente al tiempo que sonaban dulces cantos del coro y música celestial producida por campanas de cristal accionadas por un teclado de mi invención (...) Todo parecía girar flotando en el espacio, tal y como sucede en el verdadero Universo. Por un breve espacio de tiempo, todos pudimos vivir la magia de los planetas girando suspendidos; allí mismo, sobre nuestras cabezas, nos sentimos rodeados de algo imposible, pero que estaba ocurriendo. A mí mismo, me cautivó la magia de aquel espectáculo sobrecogedor y fantástico. Cuando más absortos estaban, un ángel totalmente recubierto de oro y con alas de cisne apareció desde una cámara oculta y dirigió unos versos al duque. Nadie podría creer que era un niño real. Luego los planetas se fueron presentando uno a uno y junto con las Tres Gracias y las Siete Virtudes fueron bajando para felicitar a los novios. Les siguieron los dioses romanos (...) Mientras desde una colina simulada los Signos del Zodíaco entonaban cánticos en coro (...) Continuó luego un desfile de carros alegóricos tirados por todo tipo de animales fantásticos (...) Para terminar en un baile para los invitados hasta el amanecer”. (Del libro de Dolores García: El secreto de Mona Lisa)
Seguramente estos invitados, envueltos en esa atmósfera gracias a la genialidad de Leonardo, pudieron captar la belleza de la eterna armonía del Universo sintiendo además la honda felicidad de pertenecer a un todo que late con un solo corazón.