mesa de café

Fútbol y patria

REMO ERDOSAIN

Otoño con neblina. A José la neblina le recuerda el Támesis y los relatos de Sherlock Holmes. Marcial me dice en voz baja: siempre tan original nuestro amigo. José no lo escucha y sigue hablando sobre la atmósfera. Abel comenta al pasar los peligros de la neblina en la ruta. En algún momento alguien se refiere al Mundial de fútbol, otro habla de las performance de Colón y Unión en sus respectivos campeonatos. La charla en algún momento languidece.

—El deporte nunca fue el fuerte de esta mesa -se queja José.

—Somos personas inteligentes, no una barra del tablón -refuta Marcial.

—Tal como se presentan las cosas, en la actualidad yo no separaría al deporte de la política.

—Yo no lo separaría -dice Abel- por el contrario, sus relaciones son cada vez más evidentes; es más creo que siempre lo han sido.

—En homenaje a la historia -digo- nunca hay que olvidar que una de las vidrieras fundamentales de Hitler fueron los Juegos Olímpicos. O sea que el deporte desde hace décadas es manipulado por la política y es el instrumento preferido de los dictadores y déspotas.

—Yo no lo veo así -sostiene José- para mí el fútbol es popular y es la gran fiesta del pueblo. Y si el gobierno es popular debe estar al lado del pueblo, de sus alegrías y tristezas.

—Vos sos peronista hasta cuando jugás a las bolitas.

—Y cuando juego al fútbol mucho más -responde José orgulloso.

—¿Y no se te ocurre que esos sentimientos son manipulados, no se te ocurre que es una reedición del viejo pan y circo?, pregunto.

—Esos son escrúpulos de los gorilas de siempre -responde José- el hombre del pueblo no tiene ni tiempo ni ganas para andar haciéndose esas preguntas.

—Distingamos -dice Marcial- yo no tengo nada contra veintidós tipos que corren detrás de una pelota; me molesta que la gente se idiotice, pero más me molestan los negocios multimillonarios que se arman alrededor de estas denominadas pasiones populares y mucho más me fastidia que los gobiernos quieran prenderse de la fiesta.

—Y para avalar lo que decís -digo- miremos a lo que hace este gobierno.

—Que a uno le guste el fútbol dice Abel- no quiere decir que esté manipulando a nadie. Ustedes al final son más autoritarios que los autoritarios; no admiten que la gente del pueblo se divierta.

—¿Se divierten realmente? pregunto.

—Yo nunca los veo contentos -dice Marcial- es lo más raro del mundo: si pierden están enojados, lo cual es previsible, pero si ganan también están enojados.

—A mí me gusta el fútbol -dice Abel- me gusta ir a la cancha, me gusta que mi equipo gane, festejo los goles y me pongo triste cuando perdemos. Me gusta mirar los partidos con los muchachos mientras comemos un asado acompañado de un buen vino o un discreto barril de cerveza. No creo que el fútbol sea lo más importante en mi vida, pero mi vida sería mucho más pobre sin el fútbol. Además, saber de fútbol, saber cómo va el campeonato, saber cómo nos estamos preparando para el Mundial de Brasil es una manera de estar conectado con la gente. Si no sabés nada de fútbol te quedas afuera de un montón de conversaciones.

—En esas condiciones, yo prefiero quedarme afuera -responde Marcial.

—Es verdad -digo- que el fútbol es pasión de multitudes, pero a mí me parece que todo tiene un límite. No son los hinchas de fútbol el problema, el problema son los gobiernos que se valen del fútbol para ganar poder.

—Es así, pero no es para tanto -dice Abel- pensemos que en 1978 los militares manipularon un Mundial de fútbol y unos años después estaban en el banquillo de los acusados. Y en 1986 fuimos campeones del mundo de vuelta y al otro año Alfonsín fue derrotado en todas las elecciones. Y no creo que a Macri le vaya mejor si Boca sale campeón. O Bonfatti mejore su popularidad si Rosario Central o Colón, o quien sea, se llevan la Copa América o algo parecido.

—Vos pintás las cosas color de rosa -digo- pero por algo el gobierno nacional arma “Fútbol para todos” y por algo ha previsto que durante el mes del Mundial no se hable de otra cosa que no sea el campeonato.

—Los gobiernos pueden hacer lo que se les da la gana -responde Abel- pero para el común de la gente las cosas están bien diferenciadas. Si Argentina sale campeón del mundo este año, la señora Cristina no va a ser más popular de lo que es; la gente tampoco se va a olvidar de los sueldos bajos, la inflación, la inseguridad o los pésimos servicios públicos.

—Es así pero no tanto -dice Marcial- en estos días los barrabravas reclamaron como si fueran un sindicato para que les paguen el viaje a Brasil. Algo parecido hicieron en el Mundial pasado y lo mismo vienen haciendo desde hace años ¿De dónde sale esa plata? ¿Por qué le regalan pasajes y estadías?

—Yo no lo sé ni me importa -responde- José encogiéndose de hombros.

—Yo tampoco -agrega Abel.

—No nos hagamos los distraídos -digo- todos sabemos que en este negocio donde se juegan millones y millones de pesos hay algo más que el acto inocente de hinchar por un equipo.

—No lo desconozco -dice Abel- pero no me hace perder el sueño. Vos vas al cine y no preguntás por los negocios que existen detrás de la pantalla con los actores, los productores o los guionistas; vas al teatro y tampoco indagás sobre este tema y cuando comprás un libro no dejás de comprarlo porque la editorial que lo editó sea una multinacional.

—Aceptemos el mundo como es y dejémonos de joder -dice José- el fútbol es pueblo y va a existir siempre le guste o no a los gobiernos y a los gorilas.

—Pues a mí no me gusta exclama Marcial.

—Lo siento por vos -dice Abel sonriendo- sos vos el que te lo perdés. El hincha de Boca está condenado a la soledad.

—Yo lo que pienso -dice José- es que el mes que viene la patria se juega en una cancha de fútbol.

—Vos tenés un pobre concepto de patria digo.

—Es lo que vos pensás, pero no es lo que piensa la mayoría.

—Es lo que pienso y lo pienso desde siempre -respondo- en 1978 yo hinchaba por Holanda, no por la Argentina; hinchaba por los jugadores que se habían interesado por la violación de los derechos humanos y no por un equipo armado por los milicos para hacerse propaganda.

-No comparto concluye José.

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