LENGUAJE Y MITO
¡Soy Gardel!
Luciano Andreychuk
“¡Está vivo! ¡Gardel está vivo!”, gritó desaforado el relator de fútbol cuando Maradona le hizo un gol perfecto a Grecia en el Mundial de Fútbol de Estados Unidos, en 1994. Unos días después, tras el siguiente partido de Argentina contra Nigeria, a Maradona le daba positivo el dopaje. Efectivamente, Gardel estaba vivo.
Estaba vivo porque el mito gardeliano se había escapado por un resquicio metafórico de ese relato futbolístico, y había actuado. El me cortaron las piernas y todo esa sarasa maradoniana posterior fue sólo la reafirmación de la activación cultural del mito Gardel, además del fin de la carrera del jugador.
¿Por qué había operado el mito gardeliano en el gol de Maradona a través del relato del gol? Veamos. Un mito popular argentino (como Gardel, el propio Maradona, el Che Guevara, Evita, los cuatro más emblemáticos) sedimenta y se vuelve basamento en el imaginario colectivo de la sociedad, no tanto por los atributos o grandezas de los seres mitificados como por sus defectos e imperfecciones, contradicciones, enigmas, traumas y destinos trágicos.
Maradona había consumido una sustancia prohibida antes del partido contra Nigeria. Engaño a las normas. Maradona hoy quizás sea el mejor ejemplo del hombre público imperfecto y contradictorio. Y por sus defectos y contradicciones es más mito popular que por haber hecho historia como deportista. En rigor, es más mito por aquello que por haber sido el mejor futbolista de todos los tiempos.
Ahora vayamos al mito gardeliano. Carlos Gardel fue el más grande cantor popular de la historia argentina. Fue un producto cultural bisagra: su obra fue un factor de homogeneización entre los criollos e inmigrantes (y entre las clases obreras y la incipiente clase media). Inauguró el salto del tango canción y el tango cantado. Abrió las puertas del cine nacional al mundo, incluso a Hollywood.
Pero sobre el Gardel hombre pesó y aún pesa un interminable listado de enigmas y secretos. Que si su nombre original fue Charles Romuald Gardés; que si nació en Tacuarembó, que si en Toulouse, que si en un arrabal de Buenos Aires. También se llegaron a considerar hipótesis sobre su posible homosexualidad.
En año pasado, una investigación de un diario nacional recopiló antecedentes policiales históricos que sindicaban a Gardel en su mocedad como prontuariado por estafador, experto en el engaño delictivo del “Cuento del tío”. Gardel muere trágicamente en 1935, en un accidente de avión e Medellín, dicen que en el ocaso de su carrera (Vázquez Rial, Horacio, Las dos muertes de Gardel, Ediciones B. Barcelona, 2001).
Carlos Gardel es el mito popular argentino por antonomasia. Porque además de sus grandezas como protagonista de la historia argentina, lleva consigo a cuestas todos esos elementos que construyen el ser mitológico: Historia épica, enigmas, secretos no revelados, imperfecciones, muerte trágica.
Y como los mitos populares nos interpelaron siempre y aun nos interpelan, también se filtran en nuestras expresiones coloquiales. La expresión exclamativa “¡Soy (o sos) Gardel!” tiene un profuso uso en las frases cotidianas de los argentinos. Mito activado. Y cuando se activa un mito, opera subrepticia e inconscientemente en nuestros actos de habla, desnudando nuestras propias virtudes, defectos y contradicciones.
Pensemos. ¿En qué ocasiones habituales se dice la frase “¡Soy (o sos) Gardel!”? “Si apruebo esta materia, avanzo en mi carrera y soy Gardel”. “Si logro sacar el crédito para construir mi casa, soy Gardel”. “Si este mes llego a pagar todas las deudas que tengo, soy Gardel”. Ésa sería la interpelación positiva del mito sobre el habla coloquial.
Pero como el mito popular está principalmente constituido de los defectos e imperfecciones de los seres mitificados, las expresiones más usadas son del tipo: “-Le tiré cien mangos al inspector de tránsito (delito de cohecho) y no me hizo la multa. -Ah, pero vos sos Gardel”. “Si logro hacer este curro (engaño o fraude económico a un tercero), soy Gardel”. La lista sigue ad infinitum, y a quien le quepa mejor el saco... Ésa es la interpelación negativa del mito gardeliano en el habla de los argentinos.
El intelectual Juan José Sebreli se encargó de demoler (literalmente) los cuatro grandes mitos populares argentinos: Gardel, Evita, el Che y Maradona. “Creo que una sociedad democrática, con hombres libres y conscientes de su responsabilidad, no puede poner en manos de los mitos su propio destino”, señaló en una entrevista periodística tiempo atrás.
Un mito popular “es peligroso si se lo quiere reinstalar en la vida cotidiana de los tiempos modernos; es absurdo si se lo eleva a conocimiento superior, y es perverso cuando se lo usa como instrumento político”, escribe Sebreli (Comediantes y Mártires, Ensayo contra los mitos, Random House Mondadori, 2008, pág. 15-16).
Y prosigue: “El mito es un proceso maniqueo de divinización y demonización, y a veces, ambas se unen en un mismo individuo. Los ídolos populares (...) tienen dos rostros: uno lumínico, otro tenebroso. Oscilan siempre entre lo sagrado y lo impuro” (op. cit., pág. 31).
Más allá del juicio moral que se les pueda imputar, sean seres tocados por alguna deidad o por algún demonio, sean prohombres o víctimas de destinos condenados, los mitos populares argentinos hablan a través de nosotros. Nos aguijonean con sus interpelaciones, se nos escurren por el tamiz del habla cotidiana, de expresiones que usamos a diario. Para bien, y para mal. Entonces Gardel, nuestro querido “Mudo”, está vivo.