Para ejercitar la fe
Para ejercitar la fe
El barón de Holmberg: un aristócrata austríaco en el Ejército del Norte
Eduard Ladislaus Kaunitz von Holmberg, militar austríaco que combatió a favor de la independencia de la Argentina.
Juan Pablo Bustos Thames
Todos recordamos que el Gral. San Martín, junto con los generales Alvear y Zapiola arribaron a Buenos Aires el 9 de marzo de 1812 a bordo de la fragata inglesa George Canning, para ofrecer sus servicios a la causa de la Independencia Nacional. Sin embargo, no es muy conocido que, junto con estos “famosos” pasajeros, también llegaron otros cuatro oficiales.
Así publicó La Gazeta de Buenos Aires este evento: “A este puerto han llegado, entre otros particulares que conducía la fragata inglesa, el Teniente Coronel de Caballería José de San Martín, Primer Ayudante de Campo del General en Jefe del Ejército de la Isla, marqués de Coupigny; el Capitán de Infantería Francisco Vera; el Alférez de Navío José Zapiola; el Capitán de Milicias Francisco Chilavert; el Alférez de Carabineros Reales, Carlos Alvear y Balbastro; el Subteniente de Infantería Antonio Arellano y el Primer Teniente de Guardias Valonas Eduardo Kailitz (sic), Barón de Holmberg. Estos individuos han venido a ofrecer sus servicios al gobierno y han sido recibidos con la consideración que merecen por los sentimientos que protestan en obsequio de los intereses de la Patria”.
De todos los compañeros de pasaje mencionados, hoy nos ocuparemos de Eduard Ladislaus Kaunitz von Holmberg, más conocido como el “Barón de Holmberg”. Había nacido en el Imperio Austríaco, según muchos, en el Tirol, y para otros en Moravia (actual República Checa). Tenía la misma edad que el Gral. San Martín. A los 16 años, sus padres lo enviaron a las academias militares de Prusia, una potencia militar de la época, en donde permaneció algunos años. Allí adquirió el apego al rigor prusiano y a la estricta observancia de las órdenes militares.
Luego sirvió sin destacar en el Ducado de Berg, durante las guerras napoleónicas. Al no progresar militarmente en Alemania, ofreció sus servicios a España, donde se enroló en las Guardias Valonas, cuerpo de infantería de élite, similar a la Guardia Suiza vaticana o francesa, donde se alistaban, año a año, 500 voluntarios católicos belgas y holandeses principalmente, para servir de guardia personal del Rey de España.
Allí llegó al bajo rango de teniente primero. A raíz de la Invasión Napoleónica a España, el Barón debió refugiarse en Cádiz, junto con los restos de su regimiento. Es donde pudo haber conocido a Carlos de Alvear, y tal vez, también a San Martín. No se sentía reconocido en España, donde se relegaban a extranjeros y americanos, de quienes se desconfiaba; prefiriéndose, en cambio, fomentar las carreras militares de los nobles españoles de pura cepa. Como sea que fuese, encontramos a Holmberg en Londres, en 1811, codeándose con los americanos e iniciándose como en la Logia de Caballeros Racionales Nº 7, que conducía, precisamente, Alvear. Todos ellos habían solicitado, enterados de los movimientos independentistas de América, a fines de 1810, sus respectivas bajas del ejército español.
El Barón no solamente exhibía sus dotes de militar formado bajo la escuela prusiana, sino que también introdujo el estudio de la botánica en la Argentina. Trajo varias plantas, bulbos y semillas de especies desconocidas, inquietud que heredaron luego sus descendientes. Soltero como San Martín, en 1813 Holmberg se casó con María Antonia Balbastro, porteña y prima de la esposa de Carlos de Alvear, emparentándose entonces con éste.
No bien arribó a Buenos Aires, fue destacado al Ejército del Norte, separándose de sus compañeros de viaje, que se quedaron en Buenos Aires. La idea era que Holmberg organizara la artillería y el parque del desbandado ejército.
Su arribo al Norte fue casi en simultáneo con el del nuevo jefe: el general Manuel Belgrano, quien quedó sumamente fascinado con el Barón y le hizo merecedor de su mayor confianza. Ya en Jujuy, Holmberg tuvo el honor de conducir la Bandera de Belgrano, desde la posada en que éste se hospedaba al Cabildo de la Ciudad, donde fue exhibida con todos los honores el 25 de Mayo de 1812, en el segundo aniversario de la Revolución.
El propio general le confirió el grado de teniente coronel y lo designó “jefe de Estado Mayor en todo lo concerniente a Artillería e Ingenieros”; con lo que podríamos decir que un barón austríaco fue el fundador del Arma de Ingenieros del Ejército Argentino. De un solo toque, Holmberg ascendió, meteóricamente, a un rango que nunca había podido alcanzar en Europa.
Con su germánica dedicación, eficiencia y tenacidad, el barón puso manos a la obra de inmediato y en pocos días inventarió todas las existencias, elevó un petitorio de las necesidades más urgentes, se abocó a fabricar granadas, municiones y balas de cañón. Instaló una fundición en Jujuy, donde se fabricaron cañones y dos culebrinas de bronce.
Aplicaba a sus subordinados el máximo rigor y era inflexible ante las faltas o desobediencias. Afirmaba que había que combatir la “mala costumbre de la siesta”. Años después, sus soldados lo apodaron “Cincuenta Palos”, ya que ante la menor falta, los sancionaba con esa pena. Se hizo bastante antipático con sus pares y en el Ejército muchos oficiales, encabezados por Manuel Dorrego, empezaron a planear cómo sacárselo de encima. Tenía un gran sentido del patriotismo: “Cuando el servicio del Estado lo exige no se pregunta al individuo ¿quieres?, sino que se le dice claramente, ¡debes!”, llegó a expresar.
Hablaba con un fuerte acento alemán, y muchos ni siquiera escribían correctamente su apellido. Cuenta el Gral. Paz que Belgrano designó al barón “comandante general de artillería, y aún se le llamaba jefe de estado mayor, sin que entonces ni ahora haya podido saber lo que se entendía bajo esta denominación”. Ocurre que en la época no se conocía muy bien lo que significaba “Estado Mayor”, y lo que hacía un Estado Mayor en los ejércitos patrios. Tales funciones las cumplía generalmente el “Mayor General” (o segundo jefe) de cada fuerza, que en el Ejército del Norte era Eustoquio Díaz Vélez.
Para Paz, al dar a Holmberg “un título que nadie entendía, sólo se quiso halagarlo, porque se tenía de él la más alta idea, en punto a conocimientos militares y práctica de la guerra”.
El mismo Paz, entonces ayudante de campo del Barón, fue testigo de las consideraciones que se le dispensaba y cuánto valía su opinión. Lo que más le ganó el apoyo de Belgrano fue su apego a la disciplina severa, “llegando a tanto que quería aplicar sin discernimiento a nuestros ejércitos semi-irregulares los rigores de la disciplina alemana”. Con esto se hizo odioso en el Ejército y marcó, a la larga, su separación.
Cuando el Barón llegó a Jujuy, pidió traer a la artillería distintos oficiales de las otras armas. Paz era entonces un joven teniente primero (el mismo rango de Holmberg en las Guardias Valonas) de los Dragones del Perú, destacado en Humahuaca, para observar los movimientos enemigos.
Un día, en forma sorpresiva, recibió órdenes de incorporarse a la artillería, “en clase de agregado, pero conservando la efectividad en mi cuerpo”. Obviamente, alguien (que Paz ignoraba) lo recomendó al recién llegado Barón para que lo tomara como ayudante. Tiempo después, cuando Holmberg le propuso a Paz que pasara a ser efectivo de artillería, éste prefirió seguir revistando en su arma favorita, la caballería.
Cumpliendo con la orden impartida, el teniente Paz se incorporó a la fracción de artilleros destacada en Humahuaca; y sólo cuando toda la retaguardia recibió órdenes de retirarse y reunirse con el resto del ejército, fue que Paz conoció personalmente al Barón.
Así fue que el teniente Paz, después legendario general de caballería, participó en la Batalla de Tucumán como ayudante de campo del jefe de la artillería patriota, arma que aprendió a valorar, junto a un riguroso barón austríaco, amante de las plantas y de las flores, que luchó, junto a nosotros, por su nueva patria de adopción.
El teniente Paz, después legendario general de caballería, participó en la Batalla de Tucumán como ayudante de campo del jefe de la artillería patriota, arma que aprendió a valorar junto a un riguroso barón austríaco, amante de las plantas y de las flores, que luchó por su nueva patria de adopción.