Preludio de tango
Preludio de tango
Jorge Vidal
Manuel Adet
Él dice que sus grandes tangos son “Tres esperanzas”, “Puente Alsina”, “La vieja serenata” o “Palpitando el escolaso”. No tengo nada que decir de las preferencias de Vidal, pero modestamente el tango que más me gusta de este cantor que algunos definieron como un gardeliano de primera línea es “Milonga fina”, poema de Celedonio Flores con música de José Servidio. Sin exageraciones: no me canso de escuchar esta “Milonga fina” que alguna vez Gardel grabó en 1924 con su habitual solvencia y Vidal lo hará treinta años después.
Orlando Vidal, conocido después como Jorge, nació en el barrio de Caballito, calle Méndez de los Andes al 700, el 12 de octubre de 1924. Sus padres eran provincianos, la madre, Damiana Lucero y el padre, Estanislao Vidal. Familia modesta, con cuatro hijos y una sola fuente de ingresos que en algún momento se va a cortar. El pibe Vidal conoce los rigores de la pobreza desde muy chico lo que redundará en un temprano aprendizaje callejero, esa escuela que le marcará el lenguaje, la pinta, la forma de sonreír y, por supuesto, el modo de cantar.
Según sus propias palabras, aprendió a cantar escuchando la radio. Después vinieron algunas lecciones de solfeo y guitarra, pero la principal maestra fue la calle donde a las habilidades del tango le sumó las habilidades en el fútbol, como lo confirmaron los técnicos de San Lorenzo de Almagro, quienes lo tuvieron un tiempo jugando en la quinta división.
Está de más decir que fue el tango el que se impuso. El pibe se ganaba la vida haciendo mandados, vendiendo lo que podía sin preguntar demasiado el origen de la mercadería y cantando cuando se lo permitían, cantando y pasando la gorra. En esas correrías, conoció a un señor Rauch que tenía un estudio ubicado en las esquinas de Rivadavia y Talcahuano. Allí se inició como cantante. Todas las noches se hacía presente para interpretar tangos de hacha y tiza para un público de chicas ligeras y hombres calaveras. Todo fue bien hasta la noche que se hizo presente y se encontró con un operativo policial que además de detener a las chicas y a algunos clientes buscaban al tal señor Rauch imputado por tráfico de drogas y trata de blancas.
Los biógrafos dicen que para mediados de los años cuarenta ingresó a la Escuela Naval Militar de Río Santiago, más por necesidad que por vocación castrense. Una tarde burla a sus controles y se hace presente en el concurso de cantores organizado por el teatro Smart, concurso al que lo consagrarán ganador por unanimidad. La carrera militar no va a durar mucho. Para 1945 y al calor de los debates políticos de ese año clave de la historia argentina, Vidal fue dado de baja, con lo que las fuerzas armadas perdieron un soldado, pero los argentinos ganamos a un excelente cantor de tangos.
Su debut fue en la confitería La Paz ubicada cerca de las barrancas de Belgrano. Vidal cuenta que la función la propagandizaron a pulmón, pegando afiches en el barrio y alquilando el smoking y los instrumentos. Todo funcionó de maravillas hasta cierta hora de la noche cuando a uno de los parroquianos, con muchas copas de más, se le ocurrió cantar por cuenta propia. Fue allí que el dueño del local quiso poner orden, momento en el que fue apuñalado y murió en el acto mientras los músicos y los cantores escapaban por donde podían.
Poco tiempo después, lo encontramos cantando en el café Argentino del barrio de Chacarita, acompañado por el cuarteto de guitarra integrado por Huerta, Fontana y Moreno y dirigido por Jaime Vila. Son tiempos duros para un cantor con pocas relaciones y muchas esperanzas. Vidal canta en boliches, bodegones, cafetines de mala muerte. Duerme donde lo sorprende la noche: arriba de las mesas de un bar, en un rincón, en la mesa de billar y cuando las cosas andan bien en alguna pensión barata.
El azar en estas peripecias siempre juega su carta. Osvaldo Ruggero y Jorge Caldara, músicos de Osvaldo Pugliese, lo escuchan cantar en uno de esos piringundines y le llevan la noticia al maestro. El propio Vidal cuenta que una madrugada, cuando está durmiendo arriba de una mesa de billar, siente que alguien lo despierta. Abre los ojos con algo de mal humor y para su sorpresa descubre que quien está a su lado es el maestro Pugliese, ya entonces un mito viviente del tango. ¿Motivos de esa extraña visita? Proponerle que cante en su orquesta. Vidal estaba emocionado. No podía creer que una personalidad como don Osvaldo se haga presente en ese lugar para pedirle que cante.
El debut a toda orquesta se da en 1949 en la sede de Racing Club. Lo acompañan a Vidal ese otro gran cantor que fue Alberto Morán. Vidal estará dos años con Pugliese. Muchos años después, en una entrevista, considerará que al lado del maestro aprendió todo lo que había que aprender para cantar tangos. En ese período, graba ocho temas para el sello Odeón y consagra para siempre “Puente Alsina”. También para esos años conoce a Luis Sandrini, quien le da un consejo de oro para aplicar al canto: “Cuando uno habla tiene más valor el silencio de la pausa que el sonido de la palabra”.
Se sabe que Vidal era peronista y peronista comprometido, mientras que Pugliese era comunista y por consagrarse a ese ideal fue perseguido por Perón. La leyenda cuenta que cuando Pugliese no podía dirigir la orquesta, la función se cumplía lo mismo y un ramo de rosas rojas en el piano honraban al maestro ausente. La anécdota registra que una noche dos agentes suben al escenario para detener a Pugliese. Gran conmoción en el público, sobre todo cuando Vidal, que no comparte el comunismo del autor de “La Yumba”, pero respeta sus convicciones y su talento, enfrenta a puño limpio a los dos policías y le da tiempo al maestro para que pueda escapar por uno de los costados del escenario.
Vidal se quedará con Pugliese hasta 1951. Le gustaba cantar solo y acompañado de guitarras. Para principios de 1952 estará presente en la confitería La Armonía de calle Corrientes, acompañado por el conjunto de guitarras que dirige Jaime Vila. Las presentaciones se hacen extensivas al Maipo Pigall y el Casanova, donde también luce su calidad Ángel Vargas. En esos años, graba seis temas con la orquesta dirigida por Argentino Galván.
Capítulo aparte merece su participación en el cine y el teatro. En 1956, está presente en la película dirigida por Arturo Mom, “El tango en París”. Lo acompañan en el film Olinda Bozán, Julia Sandoval y Enrique Serrano. Al año siguiente, participa en la obra de teatro “Yo soy Juan Tango”, dirigida por el maestro Francisco Canaro con quien siempre mantuvo una excelente relación. Pertenece a ese período “Tangolandia”, con Alba Solís, Beba Bidart y Juan Carlos Copes.
En 1958, Jorge Vidal viaja a Estados Unidos donde actuará en el famoso “Show de Sullivan” y luego lucirá su talento vocal en los escenarios del Sheraton Hotel, el Carnegie Hall y el Waldorf Astoria de Nueva York. El hombre pasará largas temporadas en Estados Unidos, pero siempre regresará a la Argentina donde es querido y respetado. Preocupado por la condición laboral de los cantores funda la Asociación Argentina de Cantantes y más adelante la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires le brinda un reconocimiento institucional al cantor que se lo podía ver todos los domingos en el Hipódromo de Palermo o La Plata saludando amigos y admiradores. Jorge Vidal murió el 14 de septiembre de 2010.