Bruno Alarcón, el tambor de San Martín

En la vecina provincia de Entre Ríos, Gualeguay mantiene viva esta historia, tan ligada a la del libertador. En esta edición, un oportuno homenaje al “tambor mayor del ejército de Los Andes”.

TEXTO. ZUNILDA CERESOLE DE ESPINACO. ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS,.

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Bruno Alarcón era un paisano más entre todos los paisanos que poblaban la tierra entrerriana, excepto el día de la fiesta patria del 25 de Mayo.

 

La ciudad de Gualeguay se sitúa en la región sur de la litoraleña provincia de Entre Ríos, sobre la margen derecha del río de nombre homónimo. Si bien no hay unanimidad sobre el vocablo indígena con que se la ha designado, la teoría con más aceptación es que significa “Río de la cueva del chancho”. No obstante , no son pocos los que aseguran que su verdadero significado es “Río del Tigre” y que fue bautizada así porque en el pasado estos felinos eran muy abundantes en la zona. Se alude al tigre americano, nuestro felino autóctono: el yaguareté.

Fue su fundador Don Tomás de Rocamora, un militar criollo nacido en Nicaragua quien luego de inspeccionar varios lugares cumpliendo órdenes del virrey Vértiz, lo convenció sobre la urgente necesidad de fundar villas que acabaran con los asentamientos espontáneos, para lograr una mejor organización.

En el mes de marzo de 1783, unos 150 hacheros empuñaron filosas hachas para cortar la abigarrada vegetación de la naturaleza virgen donde se levantaría Gualeguay. Rítmicos ecos se expandieron al unísono a cada golpe de hacha y una vez lograda la deforestación, se procedió a limpiar y nivelar el terreno. El día 19 fueron distribuidos los terrenos, y el 20 Rocamora fiscalizó la elección de los miembros del Cabildo.

Se decidió que la villa estaría bajo la protección de San Antonio; por eso fue llamada San Antonio de Gualeguay.

LA HISTORIA DESCUBIERTA

Un sordo rumor histórico que acaricia el corazón permanece vivo en el lugar y nos habla de uno de sus hijos: Bruno Alarcón, quien desempeñó el grado de tambor mayor del ejército de los Andes y luego regresó a Gualeguay para prolongar su gloriosa ancianidad en ella.

Vivía en la ranchería aledaña a la ciudad, era pobre y estoico en la batalla de la vida, tan solo su vigorosa estampa de criollo humilde y a la vez señorial aludía en cierta manera en los afanes de la existencia diaria a ese pasado al que él no se refería en abundancia cuando conversaba, pero que algunas veces gustaba recordar a través de anécdotas oportunas por el giro que había tomado la charla.

Bruno Alarcón era un paisano más entre todos los paisanos que poblaban la tierra entrerriana, excepto el día de la fiesta patria del 25 de Mayo. Ese día recobraba su condición, poco menos que legendaria, de antiguo guerrero del ejército de los Andes amando siempre la libertad hasta bien avanzada su vejez.

Apenas el sol anunciaba su presencia en la fecha patria, desde la plaza de Gualeguay extendiéndose por toda la población, llegaba el saludo de una diana reciamente batida sobre el instrumento. Es que Bruno Alarcón, con su uniforme raído, altivo morrión asentado sobre su cabeza, barbas al viento y su ajetreado y antiguo tambor, como si lo alumbrara un sol sin ocaso, revivía la época en que a la voz del clarín latía su pecho firme y robusto marchando en la guerra con el redoble del tambor que, con ímpetu sonoro, copiaba el latido de su corazón patriótico.

En la dura batalla de su vida, el destino le reservó una sorpresa que quizá constituyó la más considerable satisfacción de su existencia. Un día llegó a Gualeguay el escritor Victoriano E. Montes. Interesado por las tradiciones de esta ciudad, acudió al rancho del viejo guerrero y departió largamente con él. Y fue así como pudo conocer fechas, lugares, ocasiones históricas y anécdotas que fluían de la conversación del anciano granadero.

Conmovido por la historia, el escritor gestionó y obtuvo que el gobierno otorgara a Bruno Alarcón una pensión mensual de doce pesos. La suma era pequeña pero equivalía a un reconocimiento de servicios. Alarcón no pudo disfrutar del beneficio por mucho tiempo, pero fue una constancia oficial para que después su memoria fuera honrada como merecía y no recordada como una vaga leyenda.

RECONOCIMIENTO

Lo cierto es que hasta su más extrema ancianidad cumplió con el deber que se había autoimpuesto, saludó hasta su último año de existencia al sol de la patria con el redoble de su tambor, imbuido de patriótico ímpetu sonoro.

En el cementerio de Gualeguay, panteón de la Sociedad Argentina, se halla la tumba de Bruno Alarcón, Tambor Mayor del Ejército de los Andes. Por resolución Nº 219 del Ministerio de Educación de Entre Ríos, de fecha 31 de julio de 1950 se rindió homenaje a este soldado entrerriano de la independencia, mientras que el 11 de septiembre del mismo año se colocó en su tumba una placa de bronce con la inscripción: “El Ministerio de Educación de Entre Ríos, la Escuela Entrerriana, a la memoria de Bruno Alarcón, Tambor Mayor del Ejército de los Andes, 17 de agosto de 1950, año del Libertador General San Martín”.

Gualeguay, la hermosa ciudad entrerriana, tan celosa de sus tradiciones, tuvo el privilegio de escuchar en el postrer redoble del tambor de San Martín el último eco de la epopeya emancipadora.