Una novela de Santa Fe
Una novela de Santa Fe
Carlos Bernatek.
Foto: Archivo El Litoral
Por Enrique Butti
“La noche litoral”, de Carlos Bernatek. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, 2015.
Si existiera en la actualidad el sainete, quizá La noche litoral, última novela de Carlos Bernatek, podría asimilarse a ese género, tal vez como la puesta al día de una estética olvidada. Ficción difícil de encuadrar en la literatura argentina contemporánea, pero fácil de leer en su primera y accesible superficie, utiliza la herramienta formal de un argumento atravesado por personajes grotescos para desarrollar sigilosamente la urdimbre de segundas y terceras lecturas -políticas, históricas, literarias-, donde se va develando, como por capas superpuestas, su otra (¿verdadera?) naturaleza. A poco de andar, el lector percibe lo engañoso de esa accesibilidad sencilla, cuando empieza a abrirse el sentido profundo de interpelación del texto. El escenario es una ciudad de Santa Fe aproximadamente fiel a la actual, pero con algo de diorama laberíntico, una maqueta cuyos itinerarios transita acotada y puntualmente un tremendo protagonista: Ovidio, de sospechosa genealogía y afinidades de origen que lo aproximan a cierto escritor prestigioso, convertido en parodia, en su reverso de trazo grueso. Ovidio vive el acoso erótico y filosófico de su existencia en el ensimismamiento de su reflexión maníaca, narcisista, y provoca la acción desde ese sitio marginal de una clase intermediaria que alguna vez tuvo aspiraciones, lanzando los misiles rencorosos de sus sentencias, mitad lugar común, mitad cosecha propia, sobre los desechos de un fasto imaginario, de un mundo que no le tocó en suerte a tipos como él, descendientes de inmigrantes sin herencia. Su peculiar ética le permite embarcarse en cuanta nave a la deriva se cruce en su camino: aventuras eróticas patéticas, negocios turbios de dudosa eficacia, trabajos rutinarios que se encarga de pervertir, vinculándose con personajes emergentes de los bordes de ese mundillo restringido de normas propias.
En ese tránsito de ciudad pequeña, donde el anonimato se dificulta, emerge con rigor la cuestión de clase que connota territorios, aspiraciones y poderes reales. Ovidio convive con las dicotomías y las paradojas de su pertenencia social y su educación, mientras espía la proximidad y la distancia de los otros: terratenientes, comerciantes, políticos, marginados, inmigrantes, aborígenes, porque su desajuste, en ese marco social ecléctico, su falta de pertenencia lo posiciona en la orilla de la inexistencia.
El procedimiento elegido por el autor sirve de pretexto irónico para construir por detrás del texto un entramado furtivo: la lectura brutal o pedestre que hace el protagonista de ciertas realidades locales, sus escatológicos juicios de valor, apelando a lugares comunes e interpretaciones del saber popular, dan paso a situaciones históricas reales: la voladura del Club del Orden, la inundación de 2003, puntuales detalles de cambios urbanísticos, pequeñas intrigas políticas y una larvada y creciente criminalidad que va envolviendo al personaje hasta llevarlo al desenlace. El texto, con su ritmo vertiginoso, se va asimilando a una máquina de narrar que evita cualquier pintoresquismo romántico. Ovidio, el border de linaje difuso, un sobreviviente sin batalla, encarna las variadas voces de ese intermediario de clase sin clase que se entromete en la historia reciente, en el conflicto social cotidiano, en una hoguera de vanidades berretas, haciendo uso de su flagrante erótica lumpen. El uso deliberado de un lenguaje coloquial brutal o ridículo, va cediendo sutiles intersticios al lector, donde asoman los entresijos de esa segunda lectura que traspasa la mera anécdota.
Con un humor filoso que no repara en correcciones políticas, esta novela irónica, o sainete porno, propone en su vorágine recuperar cierta cronología perdida de antigua data que podría situar como antecedente remoto al Cándido de Voltaire, para saltar a La naranja mecánica de Burgess, pasando por La conjura de los necios de John Kennedy Toole, pero, valga destacarse, con inconfundible tono argentino. La noche litoral es un texto decididamente distinto a lo que se lee habitualmente, que sin embargo reconoce una genealogía para redoblar su apuesta con un humor salvaje y cáustico, en permanentes vueltas de tuerca entre el cinismo y la ironía que alternan el juego de víctima y victimario.