Los primeros calores

Cuando aparecen los primeros calorcitos de primavera, hay gente que entra en pánico: uno debe usar ropa más ligera que deja al descubierto tu silueta tal como la tallaste, de modo arteramente oculto, durante todo el invierno. ¡Ahhhhhhhhh!

Los primeros calores
 

Una remera, un pantalón corto, una minifalda, una blusa, una musculosa son prendas adecuadas para esta época del año y estas latitudes, pero tienen un defecto constitutivo: dejan al aire partes generosas de nuestro generoso cuerpo y, más técnicamente, muestran sin disimulo y sin rima lo que hiciste y sobre todo lo que no hiciste en el largo invierno.

No voy a hablar de nadie en particular y me inmolo solito, sin necesidad de apelar al piadoso “tengo un amigo que...” No señor: yo solito he construido, no sólo este invierno, sino los anteriores también, un sólido plan circunvalar para mi otrora gallarda cintura. Ahora no es gallarda. Y mucho menos, cintura. Pero toda esa construcción, que me costó, no puede ser tirada a la basura sólo porque a la sociedad de consumo, a los médicos, a tu pareja, a tu guardarropa se les ocurre que vos, en fin, bueno, un poquito, te fuiste al carajo...

Aparecen las dietas culposas, las jugadas desesperadas, los atajos que sólo son un callejón sin salida cuya pared es, de nuevo, tu propio cuerpo excedido. Jodido chocar contra vos mismo.

Crimen y castigo, chiquito: o asumís tu cuerpo tal cual es (incluso con la ilusa potencialidad de que retroceda a algún estadio anterior) o te ponés las pilas y hacés algo que igual no te servirá de nada. Porque lo que uno no está dispuesto a asumir es a cambiar de hábitos. ¡Con lo que me costó estar a gusto con este, por qué voy a cambiarlo! O a cambiar, o resina (resinación). Yo me inclino por resina. Y a encarar el verano con lo que uno tiene. Y orgulloso además.

Pero hay gente que se desespera, que cree necesario luchar consigo misma (lo primero que debo decirte, chiquita, es que te amigues: vas a estar vos con vos todo el tiempo) y que quiere hacer algo “ya”. Y hay, desde luego, (mucha) gente sin escrúpulos que te ofrece tratamientos rápidos y urgentes para tus escrúpulos, y específicamente para que tus escrúpulos estén más o menos duros y en su lugar, centímetro más o menos.

Esos mismos cretinos, a sabiendas de que estás desesperado o desesperada, te dicen muy sueltos de cuerpo (ellos, nosotros estamos fajados hasta el meñique) que “estás a tiempo” y que podés lucir un cuerpo perfecto para el inminente verano. Y te muestran, además (cretinos, soretes) el cuerpo de una chica que ya tenía abdominales marcados cuando nació, la muy guacha. Hacía abdominales ya para tomar la mamadera o para usar el chupete.

Estamos tan ciegos que no vemos, ni entendemos, ni pensamos, ni nada: uno mismo, vos y yo, no podemos tener ese cuerpo ni empezando de nuevo, básicamente porque tenemos estos cuerpos y no esos. Pero igual aprovechamos la promoción.

Hay una amplísima batería de propuestas, desde médicas (por ejemplo: te proponen con esa frescura semi científica cirugías correctivas -a mí me tienen que hacer de nuevo- y no invasivas -yo necesito un desembarco de Normandía completo, otra que invasión...-) hasta alimenticias (para obtener algún resultado a mí me tocan dos hojas de lechuga por los próximos dieciocho años); desde rejuvecimientos exprés hasta cosas más o menos orientales, meditación y tai algo...

Yo no le quiero patear el negocio a nadie (los esfuerzos en la insatisfacción con el propio cuerpo se concentran en los pelados, en los excedidos de peso y en la sexualidad; yo, pelos, tengo...) pero permítanme al menos advertirles que, además de potencialmente riesgosos para la salud, la mayoría de esos cantos de sirenas son profundamente mentirosos. Por lo que, asumido y comunicado lo anterior, me compro una malla nueva un poco más grande y sigo con mi vida y con mi cuerpo, que así están fantásticos.