Bicentenario de la Independencia Nacional (14)

El Congreso de Tucumán y la invasión portuguesa a la Banda Oriental

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Imagen que ilustra la entrada de los portugueses a la ciudad de Montevideo por el Portón de San Pedro, el 20 de enero de 1817. Litografía del artista uruguayo Gilberto Bellini (1908 - 1935). Foto: archivo el litoral

 

Por Alejandro A. Damianovich

Una de las mayores contradicciones que aparenta ofrecer la obra del Congreso de Tucumán consiste en que, mientras declaraba la independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica, el 9 de Julio de 1816, contemplaba impasible la invasión portuguesa a la Banda Oriental, espacio que había formado parte del territorio del ex virreinato del Río de la Plata y que constituía el núcleo central de la Liga de los Pueblos Libres que integraban también Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba y Misiones.

La contradicción es aparente, porque desde mucho tiempo antes estaba decidido por las autoridades porteñas que dominaban el Congreso, que la Banda Oriental no formaría parte del nuevo Estado que surgiera del proceso revolucionario. En los mismos días en que se declaraba la independencia en Tucumán, los ejércitos veteranos llegados a Brasil desde Portugal, iniciaban su marcha hacia el sur.

Los motivos del abandono de los orientales a sus propias fuerzas respondían a varias razones. En primer lugar se había demonizado a la figura de José Artigas, su caudillo, quien por sus ideas federales que negaban la doctrina centralista del Directorio, sus convicciones republicanas que iban a contrapelo de la tendencia monárquica mayoritaria en el seno del Congreso, y sus “escandalosas” políticas de inclusión étnica y social, despertaba las más ásperas reacciones entre los liberales ilustrados, para quienes el pueblo era una abstracción declamatoria que cuando tomaba encarnadura se convertía en “chusma” y “populacho”.

En segundo lugar, porque, como ya señalé en otros artículos de esta misma serie, Buenos Aires aspiraba a seguir siendo el “puerto único y preciso” de todo el territorio, a controlar las rentas de aduana y a regular la navegación de los ríos. En este esquema no había lugar para otro puerto de ultramar, de modo que Montevideo debía formar parte de otro país, de otro Estado, ya fuera un pueblo naciente bajo el mando de Artigas -cosa que se le ofreció reiteradas veces y que el caudillo y el Congreso de Oriente rechazaron- o bajo la dominación del reino de Portugal.

La invasión, parte de la guerra porteña contra Artigas

El diplomático Manuel José García alentaba la invasión en Río de Janeiro. Se había quedado allí luego de que fracasara la gestión que, en enero de 1815, le había encomendado el director Carlos M. de Alvear, consistente en lograr que el Río de la Plata fuera un protectorado británico. El tratado anglo-español de 1814 había frustrado cualquier conversación al respecto, pero García continuó cerca de la Corte portuguesa y se propuso alentar la idea de invadir la campaña uruguaya y la ciudad de Montevideo.

En sus comunicaciones secretas con el director supremo Pueyrredón, García explicaba que la invasión era una ventaja enorme para las Provincias Unidas del Río de la Plata. Es que quedaría anulado el poder de Artigas, que también preocupaba al rey Juan desde el momento que el caudillo despertaba simpatías en los gauderios riograndenses. Y además permitiría a Buenos Aires y a las provincias que la seguían, concentrarse en la guerra contra los españoles del Alto Perú. Aseguraba, asimismo, que la ocupación portuguesa sería transitoria y que no había peligro de que se extendiese a los pueblos del Litoral.

En resumen, la invasión portuguesa a la Banda Oriental era parte de la guerra entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y la Liga de los Pueblos Libres. Esta confederación de hecho, que respondía al proyecto artiguista, sería atacada simultáneamente en dos frentes. Los portugueses invadirían la Banda Oriental y tomarían Montevideo; y los porteños atacarían Santa Fe y Entre Ríos. Nadie imaginaba la capacidad de resistencia de la “chusma” y el “populacho”, que harían frente a los portugueses durante tres años.

Avance portugués y toma de Montevideo.

El avance portugués se inició en junio de 1816, y el 20 de enero de 1817 el general Lecor tomaba Montevideo, justo cuando el Congreso de Tucumán trasladaba su sede a Buenos Aires.

Mientras tanto Artigas recriminaba su inacción al Directorio y señalaba a Pueyrredón que “...sea V. E. un neutral, un indiferente o un enemigo, tema...y tema con justicia, el desenfreno de unos pueblos...V. E. es responsable ante las aras de la Patria de su inacción o de su malicia”.

Sin remordimientos, Pueyrredón comunicaba a San Martín las novedades: “Los portugueses consiguen ventajas sobre Artigas en todas partes y este genio infernal acaba de cerrar los puertos de esa Banda contra nosotros, a pretexto de que no tomamos parte en su guerra...”. “Su guerra” era la manera en que Pueyrredón denominaba la heroica defensa de Artigas del territorio nacional. Se quería presentar el conflicto como una guerra ajena, y así lo mostraron Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, los historiadores que ocultaron la entrega.

Durante 1817 y 1818 Artigas y sus jefes orientales enfrentaron a los portugueses con valor, mientras en Entre Ríos, Francisco Ramírez redujo a ciertos jefes seducidos por Buenos Aires para traicionar a Artigas, pero no pudo evitar que los portugueses tomaran brevemente Concepción del Uruguay. En Santa Fe -el otro frente de la misma guerra-, Estanislao López se multiplicaba para enfrentar a las tropas que enviaba el general Belgrano desde el norte, al mando de Bustos, primero, y de Lamadrid y Paz después, más las que desde Buenos Aires invadían al mando de Balcarce, ejércitos que llegarían a ocupar por cinco días la ciudad de Santa Fe e incendiarían Rosario en su retirada. A todos los vencería en un ir y venir de muchas leguas y pocos días, entre el 7 de noviembre y el 2 de diciembre de 1818.

El Congreso avala la invasión.

En este contexto, el Congreso de Tucumán había resuelto, en cláusulas reservadas y reservadísimas formuladas en sesiones secretas de septiembre de 1816, acordar con la Corte de Río de Janeiro, que si la invasión se reducía sólo a la ocupación de la Banda Oriental, y se daban garantías de que no se extendería a Entre Ríos, las Provincias Unidas del Río de la Plata podrían llegar a reconocer a Juan VI como protector y garante de su libertad e independencia, restableciendo la casa de los Incas (la propuesta de Belgrano) y enlazándola con la de Braganza (dinastía a la que pertenecía Juan). Si esto no se aceptaba, se ofrecería la coronación de un infante de Brasil, o príncipe extranjero que se casase con una integrante de la Casa Real portuguesa, quien reinaría en Buenos Aires con una Constitución dictada por el Congreso. Si tampoco esto prosperara, se ofrecería reconocer a Juan como rey del Río de la Plata, como Estado distinto del Brasil, siempre que mantuviera su Corte en Río de Janeiro y se rigiera por una Constitución que dictara el Congreso.

Consumada la invasión y la toma de Montevideo, el director Pueyrredón accedió a negociar con Portugal un “convenio de ocupación interina” de la Banda Oriental. El Congreso, el mismo que había declarado la Independencia en Tucumán, aprobó el tratado el 14 de diciembre de 1817 en sesiones ultrasecretas.

Poco más de dos años después, la Liga de los Pueblos Libres se imponía sobre el Directorio en Cepeda, el 1º de febrero de 1820. Caía un gobierno que había entregado a Portugal una parte esencial del territorio, y un Congreso que había dado un grito heroico de libertad e independencia el 9 de Julio de 1816, pero que después había formulado en secreto, con gran reserva, las cláusulas de una posible sujeción regional al rey Juan y la aprobación de la invasión portuguesa.

Pero el daño ya estaba consumado y Artigas era vencido en Tacuarembó por un poderoso ejército portugués pocos días antes (el 22 de enero). La tragedia oriental había costado diez mil vidas. El conflicto continuaría en 1825, ahora contra Brasil independiente desde 1822, para culminar con la independencia del Uruguay en 1828. Se cumplía el viejo anhelo de Buenos Aires y se esfumaba para siempre el proyecto integrador artiguista.