En la tierra de mis ancestros

En la tierra de mis ancestros

La autora recorre con nostalgia y emoción la costa italiana de Liguria, donde nacieron sus abuelos.

 

Textos y fotos. Graciela Daneri.

Mi llegada a Liguria -y ya en el primer pueblito de sus confines por donde pasó el tren- mi corazón dio un vuelco, como lo hace siempre al sentir palpitar en mi sangre la tierra de mis ancestros. Nos estábamos dirigiendo hacia Lavagna, il paese del nonno Stefano, previa escala en Chiavari, el de la nonna Maria Rosa.

A Lavagna llegamos un atardecer otoñal, esos en los cuales el día va muriendo cansinamente, pero aún empeñado en derramar sobre un mar calmo sus pálidos destellos rojizos en el Poniente. Es una ciudad más bien pequeña y separada de la vecina Chiavari sólo por un río, el Entella, y ambas a menos de 50 Km. de Génova.

El paisaje de la región es incomparable, con montañas cayendo a pique sobre playas bañadas por las aguas de la Costa Azul italiana. Y fue precisamente Lavagna el sitio elegido para establecernos y de ahí recorrer toda la región, de Poniente a Levante.

UNA EMOCIONANTE EXPERIENCIA

Como típica urbe provinciana, en Lavagna se disfruta de calles apacibles atravesadas por añejas recovas que cobijan cafés, restós, pubs y boutiques en las que no faltan las más renombradas marcas. En el centro sobresale la Basílica de Santo Stefano, del siglo XVII, con una generosa y bella escalinata de acceso. Sus plazas, muy cuidadas y floridas, concentran a su alrededor la mayor parte de la actividad comercial -como que en un determinado día se desarrolla en la principal el característico mercato al aperto o bancarella, donde se pueden conseguir desde alimentos hasta calzados, ropa de vestir y de cama, artículos para el hogar, bisutería, esto es de todo. Allí van los comerciantes con sus traffics, y sobre las bancarelle (simples caballetes) exponen sus mercancías. Por supuesto, en todas las ciudades italianas la gente (y hasta los turistas) espera este día porque además de encontrar lo que necesita en un mismo sitio, el costo es notoriamente más ventajoso.

También en torno a la plaza principal se aglutinan los restaurantes. A uno de ellos, tomado al azar, nos dirigimos para paladear ravioles rellenos con mariscos y salsa también de frutos de mar, amén de un buen plato de tallarines al pesto (¡cómo no disfrutar del típico plato genovés!). Pero lo mejor vendría al finalizar la cena. Dado que había muchos comensales y nosotros queríamos irnos ya a descansar, para acelerar el trámite del pago me dirigí directamente a la caja con mi tarjeta de crédito. Cuando ahí vieron que me apellidaba Daneri, pero la tarjeta estaba emitida por un banco argentino, quien me cobraba se sintió intrigado y me preguntó la razón. “Porque vivo en Argentina, aunque tengo ciudadanía italiana y procedo de familia genovesa”, respondí. No fue más que decir esto para que llamara al dueño, a otros comensales y se armara un revuelo porque una Daneri había vuelto al terruño de sus orígenes. De allí en más todos participaron para saber mis otros apellidos genoveses, a los que iban asignando el pueblo de origen. ¡Increíble y emocionante! Fue ésta una recepción tan cálida que jamás imaginé recibirla tan lejos de mis pagos santafesinos.

LA FLORIDA CHIAVARI

Chiavari, algo más populosa y más activa, posee grandes plazas, en cuyos jardines predominan rosales -que nadie destroza- y palmeras. Esta simpática y cuidada ciudad, que constituye el centro del golfo del Tigullio, está rodeada de olivos, castañares, avellanos y se halla circundada por una muralla defensiva medieval (tuvo que soportar invasiones de francos, godos, bizantinos y hasta Napoleón se apoderó de ella, dada su estratégica ubicación) de la cual aún hoy se conservan algunos retazos.

Son innumerables sus templos, tanto en el centro como en las afueras, con diversa arquitectura (románica, gótica, barroca, neoclásica), aunque el más célebre es el marmóreo y neoclásico Santuario de Nuestra Señora del Huerto (donde se apareció la Virgen), que posee un estupendo atrio soportado por bellas columnas corintias.

No faltan en Chiavari los palacios, tales como el Bianco (hoy sede del Municipio), el Rovaschieri, el Rivarola, el Rocca, el Palazzo di Giustizia en la plaza homónima, donde se erige el monumento al genovés Giuseppe Mazzini, considerado entre los padres de la patria junto a Garibaldi y Vittorio Emanuele II di Savoia, que también cuentan con sus respectivos monumentos y plazas, al igual que el también genovés Cristoforo Colombo (en Chiavari, ni en ninguna parte de Italia al menos, el descubridor de América fue objeto de ninguna necedad-capricho político ni de ningún posterior abandono, si hasta la Universidad de Columbia, en EE.UU., se referencia a él). Esta ciudad tiene además interesantes museos y lindas playas para dedicarse al ocio.

REMINISCENCIAS DE LA BELLE ÉPOQUE

Sobre la misma ribera lígure también está Rapallo, con un bulevar marítimo con todas las reminiscencias edilicias de la belle époque. Cuentan que fue el sitio preferido de Nietzsche y donde escribió muchas de sus páginas más trascendentes. También Kandinsky encontró ahí su inspiración a la hora de pintar algunos de sus cuadros figurativos. Además, la ciudad llegó a albergar a otros notables de las letras, como Yeats, Gabriela Mistral, Hemingway, Ezra Pount y hasta Ford Madox Ford. Situada frente al golfo del Tigullio, tiene unos 30.000 habitantes, que se incrementan notoriamente durante la temporada estival, gracias a su clima, sus playas y su añejo encanto urbano.

Y si de las preferencias de los poetas e intelectuales hablamos, el Premio Nobel Eugenio Montale, en cambio, se solazaba mucho en Monterosso (uno de los poblados de Le Cinque Terre), ese deslumbrante villorrio de arenas pedregosas, con el sol cayendo sobre ellas y las aguas que mansamente bañan la costa.

SANTA MARGHERITA, DESLUMBRANTE

Otra jornada la dedicamos a Santa Margherita Ligure, que desde el siglo XIX centró su movida social y mundana en el Gran Hotel Miramare, por cuyos salones cuentan que pasaron Eleonora Duse y D’Annunzio. Por sus calles trajinó también quien esto escribe, cuando asistía a las clases en la esplendorosa Villa Durazzo, antaño una residencia nobiliaria, para presentar una tesina justamente sobre Eugenio Montale, porque en ese palacete se desarrollan cursos de la Universidad de Génova.

Y si uno tiene ganas de caminar un poco (o, si no, tomar un ómnibus urbano) puede llegar hasta Portofino a pie, yendo por senderos junto al mar y sumergiéndose cada tanto en sus aguas. Portofino como Santa Margherita constituyen puertos privilegiados, donde se encuentran anclados lujosos e imponentes yates. Cuenta la historia del lugar que Guy de Maupassant era un habitué de ese enclave, mientras que los habitantes más viejos recuerdan al más contemporáneo Truman Capote, al que veían caminar por su ribera.

SÍMBOLO DE LA CANCIÓN ITALIANA

Trasponiendo Génova, camino hacia la frontera con Francia, una de las localidades más renombradas de la región es, por cierto, Sanremo, cuyo paisaje no difiere sustancialmente de las anteriores. Su fama la apuntala el tradicional Festival de la Canción, escenario consagratorio para tantas voces italianas (Modugno, Nicola di Bari, Gigliola Cinquetti, Iva Zanicchi o Andrea Boccelli, por citar sólo algunos que se convirtieron en verdaderos astros). Otro notable de este festival fue Luigi Tenco, que murió aquí allá por 1967, cuando tomó la decisión de suicidarse, teniendo tan sólo 28 años; las especulaciones de ese episodio fueron varias, desde un desaire sentimental (supuestamente de la cantante ítalo-francesa Dalida) a un hipotético desentendimiento con el propio Festival, que por esos días no admitió su tema “Ciao amore, ciao”, que hoy perdura como uno de sus éxitos incuestionables.

Otro que vivió y murió en Sanremo fue el científico sueco Alfred Nobel, cuya residencia, conocida como Villa Nobel, es visitada por mucha gente. Sí, playas al margen, Sanremo es una localidad sumamente activa y frecuentada, con callejas estrechas por las cuales gente y vehículos se ven forzados a realizar inimaginables maniobras para desplazarse.

UNA JORNADA XENEIZE

Y en esa cotidiana recorrida por pueblos de Liguria hicimos un alto en la más cosmopolita y populosa Génova. No más que abandonar Genova Brignole, una de sus estaciones ferroviarias, enfilamos al encuentro de una de sus arterias principales, la XX Settembre, extensa y tradicional, flanqueada por recovas, donde se encuentra el corazón comercial y se palpita el fragor cotidiano.

En uno de sus extremos la Piazza Ferrari con su gran fontana es una especie de nexo entre el casco histórico y la ciudad moderna. Y allí está el centro financiero, el famoso Teatro Carlo Felice y el Palacio Ducal, hoy museo. Momentos después, vagando, ingresamos en la ciudad histórica, la de callecitas súper estrechas, caserones añejos, en uno de los cuales se dice que habría nacido Cristóbal Colón.

Siguiendo por esas sendas desembocamos en el puerto, con su famosa Lanterna (antiguo faro de la ciudad), área que fue magníficamente reformulada por el arquitecto Renzo Piano. Una de esas vías que ascienden y descienden nos conduce a la medieval Catedral de San Lorenzo, todo un emblema ciudadano, construida a listones grises oscuros y blancos típicamente genoveses, con leones que flanquean el ingreso.

Y algo para no olvidar: el barrio marinero de Boccadasse, con sus casas coloridas, del cual la tradición dice que de allí deriva tanto el porteño barrio de La Boca, como el club que lleva su nombre, ya que fue el sitio donde se arraigaron los genoveses. Liguria es muchísimo más rica que lo aquí citado (bastaría mencionar San Fruttuoso, Recco, Camogli, Nervi, Savona...) y para conocerla mejor se hace indispensable viajar hasta allí y retornar cada tanto.

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UNA PERLA MARAVILLOSA

En la costa italiana de la Liguria destaca por su pintoresquismo una verdadera perla: la conocida como Le Cinque Terre, en referencia a cinco pequeñísimas poblaciones que literalmente se arrojan desde las montañas hacia el mar y lucen enormemente atractivas. Ellas son, de Oeste a Este, Monterosso, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore, pertenecientes a la provincia de La Spezia (ya en el límite con la Región de Toscana), y que, junto a Portovenere y las islas Palmaria, Tino y Tinetto, fueron declaradas por la Unesco Patrimonio de la Humanidad.

En cuanto a La Spezia, si bien es cabecera de Le Cinque Terre y la más populosa, es también -según mi gusto- la menos agraciada, a pesar de que acredita el hecho que Shelley y Lord Byron la eligieron para establecer su residencia. De ahí que a esta ciudad y su entorno geográfico se les dio en denominar la Bahía de los Poetas, inclusive porque en sus aguas, durante un naufragio, Shelley encontró la muerte.

De Le Cinque Terre, Riomaggiore es acaso la más bella. No más que descender del tren para llegar al ejido urbano implica desplazarse por interminables callejuelas empedradas y empinadas; tratar de sortear las cuerdas de las barcazas típicas de un pueblecito de pescadores, escuchando los más variados idiomas debido a la enorme cantidad de turistas que allí se congregan; ir descubriendo el colorido de sus casas, de sus tejados multiformes también de cara a un mar que, al atardecer, nos depara un panorama incomparable, con el sol sepultándose en el horizonte.

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