ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

Hombres maduros

Por Luciano Lutereau (*)

En una ocasión reciente, un muchacho joven me decía: “El problema con las mujeres es que maduran y listo”. Interrogado al respecto, continúa: “Sí, maduran y los hombres, en cambio, queremos seguir haciendo cosas de chicos toda la vida, como mi tío que tiene 40 años y todavía juega a la play”. “¡Qué problema!”, agrego por mi parte. “No, el problema es que las mujeres te hacen madurar, sin mujeres no se puede crecer”.

He aquí un punto del cual muchos varones reniegan: poder atesorar, a pesar de la edad, algún resto de sus aficiones infantiles. En efecto, la amistad masculina muchas veces se sostiene en este erotismo de infancia (conservado en la adolescencia); por ejemplo, cuando se reúnen compañeros de la escuela y se comportan, aunque hayan pasado más de veinte años, como los jóvenes que alguna vez fueron. Esta particular regresión (reflejada en las mismas anécdotas, los mismos chistes, etc.) se manifiesta en esa pasión masculina por lo “mismo”, en una reiteración que no produce pérdida.

Un sufrimiento por este particular “resto” psíquico se expresa en la queja de ciertos varones en función de afirmar que “ya están grandes” para determinada cosa u otra. Incluso, es llamativa la nominación de “huevón” (o “pajarón”) para estos casos.

El aspecto culpabilizante desde el cual se plantean estas consideraciones radica en la suposición de que el crecer implica una tarea individual. En este punto, cabe recordar el modo en que D. W. Winnicott pensaba esta cuestión a contrapelo: la maduración no es el desarrollo, sino que implica fundamentalmente el encuentro con otros y, en particular, los vínculos más saludables son aquellos en que, a pesar de la edad, podemos conservar cierta capacidad lúdica y creativa.

El “hombre de traje gris” que muchas veces se desplaza por la ciudad, sin otro interés más que el trabajo, es un “falso adulto”, en la medida en que apenas adquirió un rol social sin poder habitarlo de manera auténtica, es decir, sin integrar los aspectos que, en su infancia, implicaron un descubrimiento de la espontaneidad.

Ahora bien, el segundo aspecto relevante en la indicación del muchacho mencionado radica en la referencia al otro sexo. ¿De qué modo podría madurar un hombre si no es en el encuentro con la pregunta por la alteridad? Esta última confronta con lo más propio de la sexualidad: conminar a una determinación respecto de la posición subjetiva. Por esta vía es que suelen surgir muchas fantasías en varones, nuevamente relativas a la cuestión de la “pérdida”: de tiempo, de libertad, de etc. Es lo que Jacques Lacan llamó la “ética del soltero” (a partir de un comentario al escritor Henri de Montherlant), en la que se pone de manifiesto el rechazo al lazo con el Otro sexuado. “El soltero es el que se hace el chocolate solo”, dijo también Lacan en “El reverso del psicoanálisis” (esta vez con una alusión a Marcel Duchamp).

No obstante, a pesar de su auto-satisfacción, el soltero también puede dejar de ser un solitario. Es el caso de un muchacho que, luego de abandonar la casa paterna, con una vida relativamente exitosa desde el punto de vista de los logros yoicos, en el momento en que inicia una relación con una chica, el día en que le dice, al salir él primero, “Quedate y cerrá vos cuando te vayas”, a partir de ese momento inicia un síntoma de obsesivo basado en tener que volver a ver si cerró la llave de la canilla, si cerró la heladera, la fantasía acuciante de que se prenda fuego la casa... Dicho de otro modo, el síntoma precipita como respuesta a la coordenada en que se planteó la elección de un partenaire sexuado. Elegir una mujer, pero al mismo tiempo absolver esa elección por la vía del síntoma que denota, en este caso, una relación con la pulsión y los restos (desechos) que esperaba encontrar cada vez que volvía. Ese resto en que la relación no cierra, podría decirse.

Por eso, en última instancia, si hay un camino en la madurez para el psicoanálisis, sólo puede ser a través del síntoma, como lo más propio del ser del sujeto, lejos de cualquier idealización que busque normativizar una “moral para todos y todas”.

(*) Doctor en Filosofía y magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.

“El problema con las mujeres es que maduran y listo. (...) los hombres, en cambio, queremos seguir haciendo cosas de chicos toda la vida, como mi tío que tiene 40 años y todavía juega a la play”.