Isabel Becerra esposa de Juan de Garay 

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Dr. Ricardo Ramón Benavides

Es tal vez imprescindible, al menos para los santafesinos, el conocimiento de la vida en España y especialmente en América del Sud, de la extremeña Isabel Becerra, como así también las vicisitudes y riesgos ocurridos a la familia de Francisco Becerra, padre de doña Isabel, en el transcurso de la travesía marítima desde el mencionado Reino de España hacia la actual Capital de la República del Paraguay, hoy ciudad de Asunción, donde luego de un azaroso viaje, parte embarcados y parte de a pie, arribaron con vida tres de los cuatro miembros de la familia que habían partido de dicho reino.

Doña Isabel de Becerra y Contreras esposa en primeras nupcias del capitán Juan de Garay, nació en Medellín, Extremadura en el año 1538, habiendo sido sus padres el capitán andaluz Don Francisco Becerra y la extremeña Doña Isabel Becerra y Contreras. Transcurrió su infancia y parte de su adolescencia juntamente con su hermana Doña Elvira en una importante finca urbana en la propia ciudad de Medellín, aunque como decimos, sólo parte de su adolescencia, porque a los catorce años de edad, aproximadamente, se trasladó con sus padres y su hermana a Asunción, ciudad que fuera fundada en esa época en América del Sud.

El motivo fundamental de dicho traslado fue una convocatoria realizada en nombre del rey por una amiga íntima de la familia Becerra, doña Mencia Calderón de Sanabria quien también haría el viaje a América junto a su marido y sus hijas, todo conforme a la Cédula Real que se dictara admitiendo los requerimientos de sacerdotes jesuitas y autoridades reales, disponiendo al efecto, en forma absolutamente voluntaria, el traslado a América del Sur de mujeres casadas y sus esposos, como así también de un numeroso grupo de doncellas “en edad de merecer”, con el fin por parte de éstas últimas, de contraer nupcias con españoles solteros que se hubieran afincado en dichas tierras, particularmente en Asunción, villa recientemente fundada. Estos españoles, según expresaran sacerdotes y autoridades en sendas notas al rey, dada la ausencia de españolas, tenían relaciones con mujeres indígenas y en muchos casos formaban matrimonios estables procreando hijos, situación que generaba en las autoridades reales, verdaderas preocupaciones por la posible pérdida total o parcial del poder, en un futuro no lejano como finalmente ocurrió y también por la defectuosa formación religiosa, dentro de la fe católica de dichos párvulos.

Ante la circunstancia expresada, Juan de Salazar que había sido nombrado tesorero del Río de la Plata, partió con dos carabelas y una nao el 10 de abril de 1550 desde San Lúcar hacia Asunción. Embarcaron en las mismas a trescientas personas entre las cuales se contaban cincuenta mujeres casadas y aproximadamente ochenta doncellas.

Integraba el grupo de mujeres casadas Isabel Becerra, su esposo Francisco Becerra, patrón y capitán de una de las naves y las hijas de ambos, Elvira e Isabel, no así Don Juan de Sanabria, esposo de Doña Mencia, nombrado gobernador y adelantado del Río de la Plata, por haber fallecido poco antes de partir.

Luego de una breve estadía en las Islas Canarias para aprovisionarse de agua y alimentos, sufren una fuerte tormenta de agua y viento que desvía su derrotero frente a las costas de Guinea en África. Allí, sorpresivamente, el 25 de julio de 1550, fueron atacados por un barco de piratas normandos a cargo de un capitán llamado Escorce que amenazaba con ejercer violencia sobre las mujeres y matar a todos los hombres; no obstante, luego de largas capitulaciones, pactan que no se ejercerían actos violentos contra tripulantes o soldados españoles y a cambio éstos se obligan a entregarles todos los bienes de valor que portaran.

Concluido el saqueo, los piratas normandos continuaron su travesía dejando a la deriva a las embarcaciones españolas, pues les habían llevado hasta las cartas de navegación. Al respecto, expresa Juan de Salazar, capitán de la expedición española, en una carta fechada en el Puerto de Santos el 25 de junio de 1550, que “una vez que se vieron libres de los corsarios franceses, anduvieron navegando por muchos días debajo de la línea del Ecuador sin saber el piloto dónde estaba ni cómo hacía para llegar a las costas del Brasil”.

Dada la carencia de agua y comida en buen estado, y cuando ya todos habían perdido las esperanzas de llegar a destino con vida, el 8 de septiembre del año 1550, avistaron y desembarcaron en la Isla de Año Bueno a treinta leguas de las costas brasileñas. Cincuenta días estuvieron los españoles en esa isla y de allí navegaron otros tres meses hasta la Isla de Santa Catalina actual Florianópolis- donde llegaron a mediados de diciembre.

Como no podía ser de otro modo en tal accidentado viaje, ni bien arribaron a las costas brasileñas, los españoles fueron detenidos y arrestados por portugueses que acababan de fundar un fuerte. Allí permanecieron presos por dos años. Luego fueron liberados por pedido del propio rey de España que con intervención de Luis Sarmiento de Mendoza, embajador español en Lisboa, solicitó al rey de Portugal la libertad de sus connacionales detenidos en Brasil. Los portugueses les dieron la libertad pero los dejaron totalmente desamparados para continuar la travesía habiendo incautado todos sus bienes y ambos barcos. Este fue el motivo por el cual un grupo de los liberados, ansiosos de llegar a Asunción, decidió cruzar a pie la selva sub-amazónica desde Santa Catalina hasta esta última ciudad.

Así partió el grupo entre los cuales se encontraba doña Isabel Becerra y sus hijas Isabel y Elvira. Después de sortear grandes peligros y evadir la persecución de indígenas antropófagos, continuaron tenazmente la travesía a través de selvas y ríos caudalosos hasta que por fin, luego de ocho meses, llegaron a Asunción del Paraguay. Allí fueron recibidos con grandes muestras de alegría por parte de sus habitantes.

Bueno es recordar que un viaje que normalmente duraba seis meses entre España y Asunción, les llevó poco más de cinco años. Doña Isabel y sus hijas Isabel y Elvira, quedaron un tiempo en Asunción partiendo luego en un proceso migratorio con un grupo de españoles, a pie y por zonas selváticas hacia Santa Cruz de la Sierra, donde llegaron un tiempo después sin correr demasiados peligros y especialmente sin ser perseguidos por indígenas belicosos.

Fue precisamente en Santa Cruz, donde doña Isabel Becerra hija, conoce al capitán don Juan de Garay, con quien contrae nupcias al poco tiempo, naciendo allí algunos de sus hijos. Luego de transcurrido un largo tiempo, nuevamente se trasladan a Asunción, donde se afincó la familia hasta que Juan de Garay recibe instrucciones de fundar dos ciudades en la costa del río Paraná.

Fundada primero Santa Fe y después Buenos Aires, Garay puebla con españoles y mestizos o mancebos de la tierra la primera de ellas y luego traslada su familia, para quien construye una casa confortable para vivienda definitiva frente a la Plaza Mayor.

De este modo, en la ciudad de Santa Fe se instalaron Juan de Garay, doña Isabel y sus hijos, convirtiéndose en el centro de las actividades del fundador y en el lugar de residencia de toda la familia hasta que Garay pierde su vida en manos de un grupo de indígenas en un lugar próximo a la actual ciudad de Coronda.

Cabe destacar que luego de todas las vicisitudes y contratiempos vividos por doña Isabel, logró la paz y tranquilidad que tanto buscaba y nunca más realizó un solo viaje fuera de la ciudad. Ya anciana, falleció rodeada por sus hijos y nietos y fue sepultada en Santa Fe, pero a diferencia de su hija doña Jerónima -cuyos restos fueran hallados por el Dr. Zapata Gollán en la iglesia San Francisco de Santa Fe La Vieja- los de doña Isabel, nunca se encontraron.