Crónicas de la historia

Juana Manso y la educación de la mujer

missing image file

La vida no fue complaciente con Juana Manso. En una sociedad que veía a la mujer como un bello adorno, ella era fea; en un mundo donde el dinero definía el valor de la gente, ella era pobre.

Foto: Archivo El Litoral

por Rogelio Alaniz

[email protected]

Fue una gran mujer y los grandes hombres de su tiempo así lo reconocieron. Su desenfado, lucidez y coraje lo pagó con lágrimas y soledad, pero nadie la oyó quejarse o arrepentirse por el camino elegido. No tuvo el linaje de Mariquita Sánchez, ni la belleza de Eduarda Mansilla, ni la sensualidad de Juana Gorriti, pero sin desmerecer a nadie, como dicen la señoras, fue la más atrevida de todas, la que con más consecuencia luchó por lo que creía y la que, por supuesto, pagó el precio más alto por su osadía.

La vida no fue complaciente con ella. En una sociedad que veía a la mujer como un bello adorno, ella era fea; en un mundo donde el dinero definía el valor de la gente, ella era pobre; en un tiempo en que las mujeres de la sociedad vivían protegidas por el marido o el padre, ella vivía sola.

Las desgracias y sinsabores la alcanzaron rápido. En menos de dos años perdió a los dos hombres de su vida: el padre y el marido. El padre falleció y el marido la abandonó para seguir detrás de una cortesana de la corte de Pedro II. Esas desgracias y humillaciones en lugar de disminuirla la hicieron más fuerte.

Su inteligencia y sensibilidad nunca se quejaron de los desprecios y humillaciones recibidas; pero el que acusó el recibo fue su cuerpo. A los cincuenta años parecía una vieja, como si las difamaciones, burlas y calumnias hubieran sido latigazos sobre su cuerpo indefenso. “La Manso es la única persona que se ha apasionado por llevar la cruz en los hombros”, le escribe Sarmiento a su amiga Mary Mann.

Mientras vivió sus enemigos le negaron el pan y el agua; cuando murió le negaron una tumba. Honrada, sensible, lúcida, fue atacada con saña por la misma sociedad que diez años antes había aplaudido o mirado con indiferencia el martirilogio de Camila O'Gorman.

Como todas las mujeres que contradicen la moral y las normas establecidas, fue acusada de loca. El muy cristiano y devoto Félix Frías le decía “Juana la Loca”. De “desorganizada cerebral” la acusaba el médico Enrique Santos Olalla. El marido, que fue un mediocre violinista y al que la historia sólo recuerda por haberse casado con ella, también la acusó de loca cuando Juana propuso en Brasil editar una revista dirigida al público femenino.

Una amistad de otros tiempos

Como no podía ser de otra manera, “Juana la Loca”, fue la amiga, la colaboradora y la mano derecha e izquierda de ese otro gran loco de la historia argentina que fue Domingo Faustino Sarmiento. No fue una amistad fácil. No podía serlo conociendo el perfil de los personajes. Sin embargo, la relación entre ellos puede muy bien ser considerada un ejemplo de amistad entre un hombre y una mujer.

Capítulo aparte, los méritos de Sarmiento, ya que muy pocos hombres en esos tiempos fueron capaces de sostener una amistad de ese nivel y de otorgarle a una mujer tantas responsabilidades políticas. En la segunda mitad del siglo XIX hacía falta ser progresista en serio para confiar en una mujer y defenderla de los ataques de sus enemigos, “Usted Juana fue quien entre cuatro o cinco millones de habitantes en Chile y Argentina comprendió mi obra educativa y que inspirándose en mi pensamiento puso el hombro al edificio que veía desplomarse”, escribió Sarmiento de ella, rindiéndole el homenaje más franco y leal que un político -además presidente de la Nación- puede decirle a una mujer.

Juana podía ser muy crítica del poder, pero sabía muy bien dónde estaba parada y, cuando era necesario jugarse, apostaba muy bien sus cartas. En 1868 fue una de las principales activistas a favor de su candidatura presidencial. Sarmiento le escribe: “Sólo a una persona como usted puede ocurrírsele semejante desatino. Quién sino usted imaginaría un maestro en la presidencia”.

La amistad entre Sarmiento y Juana transcurrió entre los años cincuenta y setenta del siglo XIX. Sorprende a los observadores el tono apasionado con que Sarmiento la pondera. “¿Sabe usted de una argentina que, ahora o antes, haya escrito, hablado, publicado o trabajado por una idea útil, compuesto versos y redactado un diario? Una mujer pensadora es un escándalo y usted ha escandalizado a toda la raza”.

Torpemente virtuosa

El problema o la virtud de Juana es que nunca fue lo que se dice políticamente correcta. Tenía la convicción y la prepotencia de los justos. Suponía que la esclavitud era aberrante y así lo decía; pensaba que la mujer era discriminada y así lo decía; creía que la educación era el camino para arribar a una sociedad justa y así lo decía y lo hacía. Para las almas puras y los ignorantes, era imprudente y torpe; intransigente e irascible, pero gracias a sus “imprudencias y torpezas” pudo realizar una formidable labor educativa.

Nadie en aquellos tiempos, ni siquiera los más avanzados, defendían a los indios. Juana Manso lo hizo. Y lo hizo con coraje y sin pelos en la lengua. Cuando se entera de una campaña militar para aniquilarlos escribe: “¿No habrá otro medio de persuasión para estos desventurados que no sea el sable, el plomo o el licor?” Y cuando le responden que los indios son salvajes, infieles y sucios ella responde: “Esta patria es de ellos como nuestra. La conquista los esclavizó, los arrojó de sus lares y nosotros después de la independencia no hemos hecho más que continuar la obra que habían iniciado los conquistadores: los hemos conquistado con fuego o con licor”. Para el Buenos Aires de entonces estas palabras eran ofensivas. Sarmiento, que la quería bien y sabía a lo que se estaba exponiendo le escribe: “Baje usted la voz de sus discursos y sus escritos a fin de que no llegue hasta aquí el sordo rumor de la displicente turba”.

Los objetivos de Juana siempre fueron públicos, es decir, políticos. No intervenía en la vida social para seducir a los hombres. Ella era diferente. Su defensa de la mujer atacaba al mismo tiempo el autoritarismo, la discriminación y el racismo. Sostenía los derechos de las mujeres, no como un adorno o una virtud privada, sino como un requisito para la construcción de una sociedad libre e igualitaria.

La conferencia: una transgresión

Si Mariquita Sánchez instala la tertulia como espacio de sociabilidad social, cultural y político dirigido por una mujer, Juana Manso instala la conferencia, la mujer que habla en público, lejos del hogar, la familia o los hijos. Referirse al carácter transgresor de la conferencia dictada por una mujer hoy parece una ingenuidad, pero en 1870 no lo era. Entonces una mujer fuera de su casa era un escándalo y una mujer hablando en público lo más parecido a la pornografía.

Una ensayista observa que la conferencia como género provocaba tanto rechazo porque expresaba la versión laica del sermón religioso. En aquellos años, además de los sacerdotes, a los únicos que se les aceptaba hablar en público era a los políticos. Ahora tal vez se entienda por qué a la principal militante de la educación y los derechos de la mujer se le dijo “Juana la Loca”.

Para Manso, la consigna “educar al soberano” se traducía en educar a la mujer. Defiende con elocuencia el derecho de la mujer a leer, a disfrutar de la compañía de un libro. En sus escritos cuando habla de las mujeres les dice “Compatriotas”. “Todos mis esfuerzos están consagrados a la educación de mis compatriotas”, escribe.

El 1º de enero de 1854 funda el Álbum de Señoritas. El emprendimiento llega sólo hasta el número ocho. “Conté con obtener el apoyo del círculo ilustrado de Buenos Aires... nada he logrado”. Un sacerdote la acusa de querer destruir la familia. La respuesta de Juana no se hace demorar: “La ilustración de la mujer, lejos de perjudicarla la elevará y le dará a su matrimonio un fin mucho más noble que el que ahora tiene”.

Su reclamo incluye a los ricos y a los pobres. “Vosotros ricos, ¿por qué no la educáis ilustrada, en vez de criarlas para el goce brutal? Y vosotros pobres; ¿por qué le cerráis torpemente las veredas de la industria y el trabajo y las colocáis entre las alternativas de la prostitución y la miseria?”. Después de todo, fue Sarmiento el que dijo: “Puede juzgarse el grado de civilización de un pueblo por el lugar que le otorga a la mujer”.

(Continuará)