Aniversario de la batalla de Suipacha

El primer triunfo argentino

Juan Pablo Bustos Thames

El 7 de noviembre se conmemoró un nuevo aniversario de la primera victoria de las armas patrias; hecho muy importante en nuestra historia. Inmediatamente después de la Revolución de Mayo, se conformó el Ejército Auxiliar del Perú, también conocido en nuestra historia como Ejército del Norte.

Este cuerpo armado entró en acción en Córdoba, durante el mes de agosto de 1810, poniendo trágico fin a la aventura contrarrevolucionaria del ex Virrey Liniers y sus compañeros.

Suprimido ese foco realista, recién en septiembre de 1810, el Ejército avanzó, desde Córdoba hacia el norte. Su estadía en la Docta por más de un mes, había relajado su disciplina y acentuado la deserción. Entonces, su nuevo comandante, el coronel Antonio González Balcarce y el representante de la Junta en el Ejército, Juan José Castelli tomaron medidas para restablecer el orden y la obediencia. Impusieron ejercicios y prácticas a los soldados (González Balcarce había luchado en España contra los franceses y tenía algo de experiencia en el adiestramiento de milicias). A los jefes se los instruía en “conferencias militares”, que luego se volcaban a los demás oficiales inferiores. Se ordenó al ejército no molestar a los vecinos por donde pasaban, para conservar el prestigio de los soldados y ganarse la confianza de los habitantes del interior.

Así, las tropas se pusieron en marcha hacia el Norte, nuevamente. A su paso, se difundían proclamas revolucionarias, se aseguraba la obediencia a la Junta y la elección de diputados, que eran enviados a la Capital. Si había faltas, se las castigaba duramente. Como resultado, el Ejército logró la adhesión de todos los pueblos a su paso. Recibía abastecimientos, monturas, caballos y hombres que lo engrosaban. Así prosiguió prácticamente todo su trayecto, hasta que los soldados llegaron al Alto Perú (en el territorio de la actual República de Bolivia).

Una tropa intrépida y valiente

En el Altiplano, los realistas, armados y movilizados por el virrey del Perú, José de Abascal y Souza, el marqués de la Concordia, habían reunido poderosas fuerzas, que esperaban el avance del pequeño ejército patrio. Había proclamado Abascal que los revolucionarios eran “hombres destinados por la naturaleza a sólo vegetar y vivir en la oscuridad y abatimiento, sin el enérgico carácter de la virtud, y con la humillante debilidad de todos los vicios, aspiran a lograr la vil efímera representación conque los execrables delitos señalan a los grandes criminales”.

En octubre de 1810 tuvo lugar una pequeña escaramuza en Tupiza, donde un teniente y 11 húsares de Pueyrredón atacaron valientemente una partida realista. Se premió a todos, salvo a un húsar que huyó de miedo. Entonces, González Balcarce destinó a este último al lugar más peligroso de la vanguardia, para que pudiera reivindicarse ante sus camaradas.

Al notar la agresividad de las fuerzas patrias, los realistas, al mando de un marino, el capitán de fragata José de Córdova, se atrincheraron en el pueblo de Santiago de Cotagaita, en una posición segura y fácil de defender.

Entonces, el 27 de octubre, mientras Castelli reunía y organizaba tropas en la retaguardia (en Yavi, localidad ubicada en la actual provincia de Jujuy), Balcarce, entusiasmado, atacó las posiciones realistas a media mañana. Nuestros soldados, casi todos nativos de las Provincias Bajas, no estaban acostumbrados a la altura y al suelo pedregoso, que destruía a la caballería. Estaban cansados, sin agua y bajo un sol abrasador. González Balcarce cuenta que se libró “el fuego más activo que puede imaginarse”, mientras aumentaba el sol, la sed y el calor. El jefe realista, Córdova, reconoció que los patriotas “atacaron a pie firme”, por no poder maniobrar la caballería; avanzando con dos cañones de montaña, y soportando un intenso tiroteo desde los parapetos defensivos.

Refiere Balcarce: “La tropa se ha portado con intrepidez y valor, pues ha llegado a pecho descubierto a tomar agua y hacer fuego dentro del mismo río de Santiago, bajo del de mosquetería y baterías enemigas; no le he permitido atacar a bayoneta, como lo solicitó en repetidas ocasiones, reconociendo que iba mucha parte de ella a sacrificarse. Se ha retirado cuando se le ha mandado, sin confusión ni atropellamiento, conteniendo siempre la artillería”.

Es decir, pese a la intensa metralla, los soldados querían aún cargar entusiastamente a la bayoneta contra las posiciones realistas. Al ver que el costo en vidas de esta maniobra sería enorme, Balcarce ordenó la retirada. Un intrépido capitán de milicias de caballería, que luego sería famoso, cubriría valientemente la retirada de los dos cañones patrios. Era el salteño Martín Miguel de Güemes. Los realistas no atinaron a perseguirlos.

El capitán de artilleros Juan Ramón de Urién, huyó del combate, llegó hasta Humahuaca y difundió la falsa noticia de que se había perdido todo el ejército. Ello motivó que los indios y los lugareños dejaran de auxiliar a los patriotas. Urién fue después arrestado y la Junta ordenó fusilarlo por desertor.

El “estandarte del terror”

González Balcarce retrocedió como 85 km al sur, para acercarse más a Castelli, conseguir refuerzos, caballos y municiones, que ya no tenía, poder refrescar sus tropas y descansarlas, a la orilla de un río, donde la provisión de agua no representara problemas. Escribió entonces a Castelli, comunicándole que “mi dirección es a Suipacha, donde esperaré los auxilios indicados y superiores órdenes de V.E.”.

Suipacha era un caserío situado a la orilla del río del mismo nombre. Cruzándolo, hacia el sur, existe, en frente, otra población, denominada Nazareno. Allí se acantonó Balcarce, esperando la ayuda que podía mandarle Castelli. Mientras el grueso del ejército realista, fuerte en varios miles de hombres estaba aún en Cotagaita, el capitán Córdova salió tras de Balcarce con más de 1.000 soldados y 4 cañones; enarbolando “el estandarte del terror”, es decir, una bandera negra con una calavera, tradicional emblema de los piratas, y que significa “guerra sin cuartel”, ni piedad.

Córdova, que venía con infantería del Regimiento Fijo, de la Marina, Dragones y voluntarios de Charcas, llegó a Suipacha la tarde del 6 de noviembre de 1810. Sabía que González Balcarce, que estaba acantonado, río de por medio, en Nazareno, únicamente contaba con 400 efectivos desmoralizados, impagos y sin municiones. Sin embargo, durante la noche, sin que Córdova lo notara, y a marchas forzadas, Castelli había conseguido remitirle a su general, desde Yavi, 200 soldados más de refuerzo, con municiones, dinero para los soldados y 2 cañones.

La victoria máS breve de la historia

A la madrugada del día siguiente, Córdova ocupó unas lomadas sobre la izquierda de Balcarce, blandiendo por doquier el estandarte negro pirata, para aterrorizar a los patriotas; Balcarce había ocultado sus refuerzos y artillería en la cercana quebrada de Choroya. Envalentonado con los refuerzos, Balcarce arengó a sus soldados, en obvia y pública respuesta a la proclama del virrey Abascal “que él solo (por Balcarce) excedía en pericia militar a Nieto, Córdova y Socasa, trayendo sus tropas a pecho descubierto, donde se viene que el americano nacido para vegetar y vivir en la oscuridad, por obra del gobierno que ha tenido, excede a los militares venidos de España”.

Como Córdova no atacaba, Balcarce lo tentó con 200 tiradores y 2 cañones sobre la playa del río Suipacha, que disparaban a los realistas, situados en la otra orilla. Córdova respondió destacando algunas guerrillas, que tiraron contra los patriotas. Balcarce mandó refuerzos, y Córdova hizo lo propio, con lo que abandonó las alturas que había alcanzado horas antes, desguarneciendo su flanco.

González Balcarce ordenó, entonces, retirada general, la cual se hizo en desorden. Córdova, con sus tropas, cruzó el río y persiguió a Balcarce por la quebrada de Choroya. El ejército de Balcarce estaba básicamente compuesto por milicianos de Salta, Jujuy, Tarija, Orán y la caballería Chicheña de Tupiza; al mando del capitán Güemes. Evidencia posterior indica que por idea y a la orden de este salteño, en un momento determinado, las tropas patriotas, ya en la quebrada, dieron la vuelta, y acometieron contra sus perseguidores. En ese mismo instante, los refuerzos que estaban también allí ocultados, cayeron encima de los sorprendidos realistas, desde los flancos de las montañas, sometiéndolos a un intenso fuego cruzado que éstos no esperaban.

En efecto, Córdova creía enfrentar a unos pocos “abajeños” andrajosos, impagos, desmoralizados, y deseosos de pasarse a las filas realistas, atemorizados por su negro pabellón, y ante los públicos ofrecimientos de dinero que les había hecho para desertar.

La sorpresa y la victoria patria fue total. La batalla había durado únicamente media hora. Los realistas se desbandaron completamente, dejando en el camino dos banderas, como diría luego Castelli: “más una no merece tal nombre porque es un trapo enastado por jugarreta (se refería a la ‘bandera pirata’), pero la otra es propia de La Plata, que juraron las tropas cuando Nieto desarmó a los Patricios y repartió a los Arribeños. Se hicieron allí mismo más de 150 prisioneros”.

De ese modo, recibía su bautismo de fuego, el Ejército Argentino.

Las tropas se pusieron en marcha hacia el norte. A su paso, se difundían proclamas revolucionarias, se aseguraba la obediencia a la Junta y la elección de diputados, que eran enviados a la Capital.