Entrevista a Fréderic Martel
Entrevista a Fréderic Martel
Sodoma o cómo funciona la “parroquia” en el Vaticano
El escritor y sociólogo cuenta en su nuevo libro de qué manera la doble vida que llevan buena parte de los cardenales influyó de manera decisiva en la Iglesia Católica.
“Los homosexuales en el Vaticano no son un lobby, son un sistema”, dice Martel.
Foto: Gentileza
Gabriel Rossini
El 11 de febrero de 2013, a su regreso de un viaje por México y Cuba, Benedicto XVI anunciaba su renuncia al papado -hecho que había ocurrido por última vez 1415 con Gregorio XII- envuelto en una serie de escándalos que fueron conocidos como Vatileaks I y Vatileaks II, aunque el Vaticano trató de explicar la decisión en la vejez del Pontífice.
Desde entonces, los medios de comunicación se hicieron eco de la presunta existencia de un “lobby gay” fuera de control, integrado por buena parte de los cardenales y la curia vaticana, y de las cada vez más graves denuncias de abuso sexual de sacerdotes y obispos en todo el mundo, que terminó convirtiéndose en un escándalo como pocas veces tuvo la Iglesia en su historia.
Frédéric Martel -escritor, sociólogo y periodista francés- en “Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano”, cuenta que más que un lobby gay se trata de un “sistema” que funciona desde hace mucho tiempo en la Iglesia y que incidió en ella de manera decisiva en los últimos 50 años.
—¿Cómo funciona el “sistema” del Vaticano que describe en su libro?
—Un lobby sería un grupo de personas que saben que son gays y se unen con el objetivo de impulsar una determinada causa. En el Vaticano no hay eso ahora. Por el contrario, hay personas que quieren ocultar la homosexualidad y para mantener su secreto su vuelven muy homofóbicos. En un sentido es estrictamente lo contrario a un lobby gay. Tenemos una mayoría silenciosa con reglas muy simples. Cuanto más homofóbico seas en público, probablemente seas más homosexual o practiques la homofilia puertas adentro. Y esto posiblemente también funciona en Argentina.
—De hecho hay algunos argentinos que forman parte de este sistema que vos describís en el libro, como el arzobispo Leonardo Sandri.
—No sé nada sobre la vida personal o sexual del cardenal Sandri. Me encontré con él. Fue muy amigable, muy muy amigable, súper amigable. Él es más bien una figura muy derechista, bastante homofóbico, que creo fue ayudante de monseñor Pío Laghi, y aún en El Vaticano fue una figura que nunca se ha ocupado mucho ni ha denunciado abiertamente a sacerdotes que fueron acusados de abusos sexuales.
—¿Desde cuándo funciona este sistema y cómo lo enfrentó el Papa Francisco?
—Probablemente desde siempre. Pero a fines de los sesenta hubo un cambio muy importante que fue la liberación sexual. Debido a esto, la brecha entre la Iglesia y la sociedad se volvió enorme. Fue imposible para la Iglesia continuar escondiendo la homosexualidad. Pero se volvieron más homofóbicos en sus declaraciones.
—Afirmás en el libro que la caída de Benedicto XVI es la consecuencia final de la guerra contra los gays, que empezó Juan Pablo II.
—Sí. Por la manera en la que llevó adelante su pontificado Benedicto XVI, hay muchas razones para su renuncia. Pero la mayoría de estas razones están vinculadas con la homosexualidad.
—Usted le atribuye su renuncia a una serie de hechos como Vatileaks I y II y un viaje a México y a Cuba donde toma la decisión final.
—Juan Pablo II tal vez no estaba al tanto de este sistema y de todo lo que pasaba alrededor. Probablemente había gente en su entorno que le ocultaba las cosas, especialmente el cardenal Angelo Sodano que fue secretario de Estado desde 1990. En el caso de Benedicto XVI creo que fue bastante inocente. Él no está en contra de los homosexuales, sí lo está de los homosexuales practicantes. Si se mantienen castos, no hay problemas. En ese sentido es lo que denomino homófilo. Tal vez él mismo lo sea. Pero alrededor de él había muchos homosexuales activos. Cuando descubrió eso y el nivel de escándalos que estaban sucediendo, tal vez se sintió avergonzado.
—Refiriéndose a la relación de Benedicto XVI con su secretario, la define como una “amistad amorosa”. Una especie de amor no consumado.
—Nunca creí que Benedicto XVI fuera un homosexual activo. Creo que es casto y tuvo con su secretario una relación de amigos. Benedicto XVI me cae bien, es muy sincero. Es muy diferente a la conducta de otros cardenales, que son muy homofóbicos en público y son activos sexualmente.
—Una parte del sistema que describe en el libro tiene que ver con la homosexualidad. La otra parte con la corrupción, que están íntimamente ligadas, sobre todo en el papado de Juan Pablo II. ¿En qué se vinculan?
—Creo que todo se trata de poder y clericalismo. Cuanto más poder tenés más lo usás. Y a este poder sólo le puede poner límite un poder más fuerte. Lo sabemos desde Montesquieu. Hay una linda frase de Oscar Wilde que también fue usada en la serie “House of Cards” que dice que “Todo es sexo menos el sexo, que es poder”.
—¿De esa manera lo entiende Francisco?
—No. Creo que Francisco es un tipo de persona diferente. Peronista, jesuita, es un hombre grande de 82 años. En Francia estaría jubilado hace 20 años. Es un político progresista en temas sociales, conservador en cuestiones morales. Es una figura compleja que compararía con Gorbachov. Alguien que intentó cambiar el sistema, paso a paso, no para destruirlo, y por eso a veces se comporta de manera gay friendly y a veces de manera homófoba.
—El sistema que describís en el libro es muy importante de conocer para entender el tema de los abusos que hoy se difunden todo el tiempo en casi todo el mundo.
—Este libro no trata sobre abusos sexuales. La homosexualidad no tiene una conexión directa con el abuso sexual. El abuso sexual en el mundo se da mayormente entre heterosexuales, porque son mayoría entre la población, y en general las víctimas son mujeres menores de edad. Al mismo tiempo, hay una singularidad que sucede específicamente dentro de la Iglesia, en la cual las víctimas entre un 80 y un 85 por ciento de los casos son menores o de adultos no consentidos. Dentro de la Iglesia el abuso sexual es homosexual. Por eso, al final del libro doy la clave de este sistema. Primero que nada la premisa no es la homosexualidad, sino la homosexualidad reprimida, sublimada y fundamentalmente la cultura del secretismo que hace que se proteja a ciertas personas.
—¿Los abusos eran ocultados para que no saliera a la luz la homosexualidad o la corrupción?
—Sí. También la confusión. Esto fue realizado por la Iglesia desde siempre, especialmente bajo el papado de Juan Pablo II por el cardenal Ratzinger y en el papado de Benedicto XVI; que nunca marcaron la diferencia entre actos sexuales consentidos entre adultos y el abuso con menores o con adultos no consentidos utilizado la autoridad.
—Un ejemplo de lo que describís es la actuación del cardenal Angelo Sodano cuando fue nuncio en Chile, que a partir de sus vínculos con el pinochetismo y el círculo de gays que lo rodeaban, ocultó lo que ocurría con Karadima en la parroquia El Bosque.
—No conozco nada sobre la vida del cardenal Sodano. Me sorprendió que estuviera dentro de un grupo de gente gay en Chile. Es cierto que fue el protector clave de los escándalos del sacerdote Fernando Karadima, que contaron también con la protección política de Pinochet y de todos los nuncios que estuvieron en Santiago de Chile desde Sodano. Uno de ellos es ahora muy famoso. Su nombre es Luigi Ventura e hizo silencio sobre Karadima. Y cuando luego fue nuncio en Canadá, fue acusado de abusos sexuales. En París está siendo investigado por 5 casos de abusos. Es probablemente homosexual y estaba dentro de la red homosexual en El Vaticano.
—El cuestionamiento no es que sea gay sino que su condición sexual sea utilizada por otros para extorsionar.
—El problema no es la homosexualidad sino la doble vida que llevan, que quizás en este caso hasta era conocida por el régimen chileno, tal vez con chantaje.
—Trata en el libro la vida de Alfonso López Trujillo, que jugó un rol esencial en atacar a la Teología de la Liberación, en la persecución contra los curas del Tercer Mundo y en su apoyo a Juan Pablo II en su lucha contra el comunismo.
—López Trujillo era el obispo de Medellín y es el arquetipo de una figura muy homofóbica, misógino, que se opuso a la Teología de la Liberación y tal vez haya señalado con el dedo a ciertos sacerdotes izquierdistas para su eliminación. Él era la figura clave durante Benedicto XVI y Juan Pablo II, ya que era el presidente del Pontificio Consejo para la Familia. Estaba en contra del uso del preservativo, del sexo antes del matrimonio, contra el divorcio, por supuesto contra la homosexualidad. Y yo descubrí que él mismo era homosexual. Siempre estaba comiendo y flirteando con todo el mundo. Utilizaba taxi boys y tengo muchos testimonios de primera mano de sacerdotes que se encargaban de escribirles a los taxi boys en nombre de él. Era tremendo el nivel de hipocresía.
—¿Es el único?
—Creo que muchos son como él. Pero él era una caricatura, más que los otros.
—Destacás en el libro la vocación del Papa por entender las uniones civiles de personas del mismo sexo, que lo vivió siendo arzobispo de Buenos Aires, pero no así con el matrimonio porque es un sacramento. ¿Cómo funcionó esto en El Vaticano?
—La pregunta es cómo Francisco está lidiando con todo esto. Creo que sería gay friendly con cuestiones personales y también en relaciones privadas pero no tanto en declaraciones públicas. Para la cuestión de las uniones civiles se mantuvo en silencio y un jesuita cuando no dice nada también significa algo. Él fue muy claro en que estaba en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo. No con las uniones civiles.
—Cuando se definió como el “Papa de la periferia”, también incluyó a los homosexuales?
—Sí, porque sé que él se refiere a la cuestión emocional, donde incluye a los homosexuales.
—¿Cambiaron las cosas en El Vaticano con el Papa Francisco?
—Sí, hubo un cambio total. Hay que decir que Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron Papas de derecha y Francisco es progresista en cuestiones sociales. En cuestiones de moralidad sexual todavía es conservador. Pero intenta cambiar el sistema, paso a paso.
—Respecto a lo que decías de que los jesuitas también hablan con sus silencios, según dicen Francisco aconseja “pensar claro y hablar oscuro”.
—No quiero ser muy arduo con Francisco. Creo que no me gustaba el Bergoglio de Argentina, pero sí me gusta el Francisco del Vaticano, porque está en el medio de grupos de cardenales de derecha y muy homofóbicos. Por supuesto que me gustaría que actuara más rápido y con fuerza pero lo atacan de todos lados. Yo soy periodista, investigador. Mi objetivo no era cambiar el sistema sino escribir un buen libro basándose en hechos reales. Eso es todo.
—¿El Papa está en guerra con estos obispos conservadores, fundamentalmente porque los sacó del placard?
—Hay muchas razones. Fueron designados por Juan Pablo II y Benedicto XVI. También son de derecha. Por ejemplo monseñor Héctor Aguer. Es una caricatura. Es homofóbico, misógino, su pensamiento tiene 50 años de retraso. Habla de la sexualidad de los años ‘30. Estas personas no están ayudando a la Iglesia, la están destruyendo. También son extremadamente esquizofrénicos y diría que no son honestos, porque también tienen muchas personas gays alrededor de ellos.
—¿Qué cosas tendrían que cambiar en la Iglesia para terminar con esta situación?
—Cualquier solución es bastante compleja de encontrar, porque si uno toma este libro seriamente hay que ponerle fin al celibato y a la castidad, hay que abrir la Iglesia al sacerdocio de mujeres, debería poder uno tener relaciones sexuales antes de casarse, divorciarse y permitir a los curas homosexuales aún activos, que de hecho ya están en la Iglesia. Sólo algunos no lo conocen o mienten al respecto. Ir en esa dirección sería cambiar el catolicismo. No creo que el Papa Francisco tenga el poder para hacer eso, ni tampoco la voluntad. Así que no se hará por ahora. Soy pesimista a corto plazo y optimista a largo plazo. En algún momento, las mujeres van a ser sacerdotes, la homosexualidad va a ser aceptada en la Iglesia y los sacerdotes se van a poder casar, con mujeres o con hombres.