Por Matías Quintana (*)
Por Matías Quintana (*)
Hay en las redes sociales algunas expresiones de apoyo al Puerto de Santa Fe. Analizando los debates de esos foros, se observa que sobre el tema pesan la sospecha y el desaliento. Algunas expresiones llaman la atención.
Desde el punto de vista sociológico, se podría pensar que la inactividad naviera del puerto marítimo local mantiene a la ciudad detenida.
La herida parece calar adentro del sentir y las conductas locales. Produce, cuanto menos, melancolía. Es que en el decir de los habitantes, se deja ver que se sienten despojados de su razón de ser.
Esa memoria es una marca dolorosa. Se añora una ciudad por la que circulaban marineros y navíos, pero que últimamente se transformó en una ciudad dependiente del Estado. ¿Qué otro sentido podría tener permanecer en este vértice de agua si no es para aprovechar todo su potencial?
Se leen también en esos foros vagas referencias a supuestos “enemigos externos” que impedirían la recuperación del puerto. Pero éstos tienen la contextura de fantasmas anónimos, errantes e intercambiables entre una variedad de entes dispares.
Es que más allá de la idea épica de los enemigos de la ciudad, la oposición al puerto debe ser entendida solamente en clave económica: el surgimiento de un nuevo actor de envergadura en la Hidrovía produce una clara competencia y, por lo tanto, potenciales pérdidas a los competidores. Por eso, desde esa perspectiva reducida, es perfectamente comprensible y hasta natural, que cada año que se logra dilatar la concreción del proyecto, a la vez que se posponen las pérdidas, se aumentan las ganancias debido a que la demanda portuaria es creciente y la oferta un embudo. Pero esta perspectiva mantiene a una gran región, cuyo epicentro es la ciudad de Santa Fe, al filo de la inviabilidad social.
Por eso lo que quizás más agite el ímpetu local sean los intentos por reducir a la capital a su función administradora. Porque se la despoja de facto de aquello que es claro y evidente, a saber: la ciudad llega hasta la costa misma del río Paraná y de lo que se trata es de plantar el puerto allí y, por lo tanto, extender el potencial de la ciudad sobre todo el delta. Por ese motivo, el puerto, además de un proyecto socio-económico fundamental, es cabeza de playa de una fuerza económica multiplicadora y expansiva.
En rigor de verdad, las virtuales resistencias a ese proyecto fracasaron. Quizás lograron trabar, hasta ahora, la vieja terminal de granos y contenedores, pero no lograron frenar la serie de obras básicas que eran los requisitos sin los cuales hoy no sería posible la relocalización.
Obras facilitadoras
Algunas de esas obras son de gran magnitud. Entre las terminadas están la Autovía 168, la Autovía 19, el anillo de defensa/circunvalación y, parcialmente, la exitosa reactivación comercial e inmobiliaria del puerto actual. El puente a Paraná está decidido y próximo a licitarse con una traza ideal; así como los pliegos licitatorios del nuevo puerto. Desde este punto de vista, en los últimos 12 años y al contrario de la percepción popular, el “tema puerto” avanzó considerablemente, a pesar, incluso, de la situación macroeconómica adversa de los últimos tiempos.
Por eso, sorprende la contexto actual de la cuestión del puerto, con algunas disputas que no concuerdan con la escena principal, dominada por la obra grande. Hecho curioso si los hay. Ya que pocos proyectos económicos a nivel mundial gozan del poder de armonizar los intereses más antagónicos.
¿Quién, acaso, en su sano juicio, podría no querer un puerto marítimo sobre un río que desemboca directo en el mar? Y de hecho, la cuestión del puerto no reúne todo el consenso social que merecería por parte de los vecinos. Es probable que esas resistencias pertenezcan a la esfera del desconocimiento o de la sucesiva frustración, más que a la de una oposición fundada en razones suficientes. Se impone por lo tanto, la tarea de concientizar y entusiasmar.
Los puertos entusiasman y éste en particular, por lo que a la ciudad le falta recorrer en términos de modernización. Por eso, es necesario que el entusiasmo llegue a inversores, trabajadores, navieras, usuarios y desarrolladores de todo tipo. Pero también a los habitantes de toda la ciudad. Ello terminaría de conformar el clima social ideal que permitiría atraer a los actores económicos globales de magnitud que se necesitan. Porque insisto: pocas obras a nivel mundial, generan tanto consenso y modernización como un puerto.
La ciudad seguirá en su deriva hasta tanto no recupere su razón. La melancolía por lo que fue, no deja reprimir el deseo de recuperar lo perdido. La sensación de despojo que revelan las charlas vecinales, mantiene viva la posibilidad de retomar definitivamente la senda de la prosperidad.
Pero no se trata de repetir una ciudad que fue, sino de caminar hacia un futuro más evolucionado. Para ello, en una ciudad en la que muchos habitantes viven en la pobreza o la miseria, ¿cómo hacer para explicar, en un lenguaje claro y contundente, el planteo estratégico de esta obra, que trasciende la mera eventualidad de un puerto en tal o cual lugar, y que pasa a ser vital para el futuro de todos?
El planteo estratégico
La estrategia pretende inscribir a la ciudad de Santa Fe como protagonista central en la economía del Mercosur. Basada en ese entendimiento, en el año 2003, la Bolsa de Comercio de Santa Fe llamó a licitación pública para la realización de un estudio de factibilidad para trasladar el puerto al cauce principal del río Paraná. La licitación fue concedida a la consultora Eco Axis dirigida por la prestigiosa académica mendocina, Dra. Beatriz Nofal.
Nofal, doctora en Desarrollo Económico por la Universidad de Johns Hopkins y en Planificación del Desarrollo por el Instituto de Estudios Sociales de La Haya, materializó su estudio en un libro titulado Lineamientos para la relocalización del Puerto de Santa Fe en el Mercosur (2005). Doce años después de su publicación, ese libro fue y sigue siendo la brújula para el desarrollo económico de esta región. Hasta el punto de que cada paso dado por el Estado hasta la actualidad en materia de desarrollo regional, se adecuó casi en un todo a los lineamientos allí establecidos.
El libro propone crear un polo logístico internacional, en el horizonte mayor de la plena explotación de la Hidrovía, en un contexto de demanda mundial creciente de materias primarias y procesadas. Dicho nodo se localiza en lo que Bolsa denomina una Megalópolis: conjunto de metrópolis que, por su crecimiento exponencial, tienden a unirse, como es el caso de Santa Fe y Paraná. Pero el ciudadano “de a pie” tiene una percepción contraria sobre el “tema puerto”. En general, desconoce la existencia de ese plan estratégico y de los muchos avances realizados. Quizás porque el árbol de la escena local o las necesidades apremiantes de la vida diaria, le tapan el bosque del escenario real.
Es cierto que no se puso un solo ladrillo para la relocalización, pero se cumplieron las obras fundamentales sin las cuales la mudanza no sería posible. Hoy, el traslado es posible y, por lo tanto, el broche de oro de un proceso previo ya cumplido. Resta, por lo tanto, que el Estado decida el paso final: construir las rutas de acceso y licitar la relocalización.
Cualquier intención o acción humana tiene impulsores y detractores. No importan tanto las hipotéticas resistencias externas, cuanto el empuje de la decisión real. La resistencia de un proyecto económico, es siempre otro proyecto económico. Sólo el egoísmo inherente a la propiedad privada o el corto plazo político podrían seguir manteniendo el pie en el freno. Los puertos son obras colectivas que tienen la capacidad de reunir a los intereses más dispares, e incluso el “egoísmo privado” bien entendido y canalizado, puede ser el motor del progreso social. La transformación regional que propone Nofal necesita del desarrollo simultáneo de todos los intereses económicos en juego, privados y estatales. No son intereses necesariamente contrarios, sino potencialmente complementarios.
La necesidad de desarrollo económico para la ciudad es imperativa. No es ético mantener el ancla en una obra mayor al alcance de la mano. La obra mayor es poner el Atlántico en la vereda de cada vecino de Santa Fe.
(*) Licenciado en Psicología (UCA, 2004). Especialista en proyectos de inversión (FCE-UNL, 2009). Diplomado en Sociología (Flacso, 2011). Es director del Instituto de Psicología de Santa Fe.