Por Rogelio Alaniz
Por Rogelio Alaniz
Juana Manso nació en Buenos Aires el 26 de junio de 1819 y murió en la misma ciudad el 24 de abril de 1875. Su padre, José María era español; su madre, Teodora Cuenca pertenecía a las familias tradicionales de Buenos Aires. Estudió en colegios, pero como las mujeres inteligentes de su tiempo su formación fue la de una autodidacta. El fracaso de la experiencia unitaria y la llegada de Rosas al poder obligaron a la familia de Manso a emigrar a Montevideo.
Juana aún no ha cumplido veinte años pero sus orientaciones culturales ya están definidas: los derechos de la mujer, las críticas al despotismo y al racismo. En Montevideo conocerá a su amigo de toda la vida, José Mármol y disfrutará de la amistad de Giuseppe Garibaldi y luego, su mujer, Anita.
Cuando en 1843 las tropas de Oribe sitian la ciudad, emigra con su familia a Brasil. Juana en todos los tiempos de su vida se reivindicará como unitaria. Unitaria de cuna y por opción política. El unitarismo para ella no es la reivindicación de una forma de gobierno sino un programa de realizaciones políticas, un estilo de vida, un reconocimiento a la modernidad, una reivindicación de los derechos humanos. Para ella ser unitaria era tan natural como ser argentina o llamarse Juana. Todavía los historiadores revisionistas no habían estigmatizado esta palabra y a ella jamás se le hubiera ocurrido que por esa identidad en el futuro sería calificada de vendepatria y otras lindezas por el estilo.
En 1843 Juana se casa con el violinista Francisco de Saá Noronha. Ella amará siempre a ese hombre talentoso, irascible, contradictorio; lo amará más allá de las infidelidades y el abandono. Alguna vez su hija le preguntó por su padre y ella respondió: “Solo he sobrevivido dignamente a mi pena. He sobrevivido a mi desamor siendo fiel por lo menos a mis sentimientos. He sido fiel a mi amor, no a Noronha. Nunca he engañado a mi corazón, nunca lo he olvidado, nunca he dejado de amarlo, él no logró hacer que lo odie, pese a que eso buscaba para lavar sus culpas. Nunca olvidaré sus amores conmigo; tampoco sus desamores. Él abandonó mi amor; yo no”.
Regreso a Buenos Aires
Para 1853 Juana regresa a Buenos Aires. Rosas ha caído y también cayo su matrimonio. Tiene dos hijas y está sola. Intenta ganarse la vida escribiendo en diarios y revistas de la época. No alcanza. Regresa a Brasil para probar suerte. Tampoco le va bien. En 1854 deja Brasil para siempre. Un poema recuerda ese momento: “Adiós playas, adiós montes/ flores, pájaros y mares/ Cenizas dejó en la tierra/ Mi vida esparcida en el aire/ Dejo páginas sin nombre/ De mi juventud pasada un altar que derrumbaron/ Una tumba abandonada/ Amores despedazados/ Decepciones y recuerdos/ Quien sabe cuántos fantasmas/ Todo acaba así en el mundo/ Me ausento vuelvo a la patria”.
En Buenos Aires, Mármol le presenta a Sarmiento. En el primer encuentro se sacaron chispas. Juana no le perdona a Domingo Faustino sus artículos en Chile contra Camila O’ Gorman y, sobre todo, le reprocha su actitud oportunista por haber condenado sus amoríos para oponerse a Rosas. Sarmiento le da las explicaciones del caso, pero esa primera reunión no termina bien.
Después se harán amigos y será una amistad de toda la vida. Ese mismo año Sarmiento la designa directora de la “Escuela de ambos sexos Nº1” de Monserrat. Para esa época comienza a colaborar en Los Anales de la Educación Común. Para 1860 se hará cargo de la dirección de la revista y desde ese espacio dará a conocer sus propuestas educativas más atrevidas.
La educación mixta nunca fue bien vista por la moralina de la época. Mucho más escandaloso fue el proyecto de enseñar educación física o de dar instrucciones precisas contra los castigos físicos a los alumnos. La divulgación de las teorías de Pestalozzi y Froebel tampoco cayeron bien. Durante la presidencia de Mitre presenta el Compendio de la Historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Muchas voces se levantaron para objetar el libro, pero finalmente Mitre, “que siempre fue mejor que los mitristas”, decidió apoyarla.
Sin el respaldo de Sarmiento que está en Estados Unidos, Juana debió enfrentar casi en soledad la conjura de los necios . “Escriba, combata, resista -le escribe Sarmiento- agite las olas de ese mar muerto cuya superficie tiende a endurecerse con las costras de impurezas que se escapan de su fondo: la colonia española”.
Nadie trabajó con tanta constancia como ella a favor de la profesionalización del maestro: planillas de asistencia, ingreso por concurso, capacitación adecuada. La primera asociación del magisterio fue creada por ella. Por supuesto, no fueron pocos los maestros que la rechazaron. Ella misma discutió con ellos. “Los que no creen en el poder de la educación siempre me han combatido; la ignorancia siempre me ha rechazado y hay maestros que se suman a ese coro... en realidad son maestros, lo que buscan es una renta mensual sin trabajar, sin cultura y sin fervor”. Una licencia puedo permitirme: a Baradel o a Yasky esas palabras seguramente les hubieran molestado.
Una mujer de enfrentar lo establecido
En 1868 viaja a Chivilcoy, a la colonia donde Sarmiento pronunció su célebre discurso a favor de la educación y de los gauchos transformados en colonos. Juana allí se propone inaugurar una biblioteca popular, pero su conferencia es saboteada por quienes no aceptan que una mujer hable en público.
Después están sus conflictos con la Iglesia Católica, a la que renuncia para adherir a la iglesia anglicana. Como para que nada falte a su currícula, defiende la enseñanza laica, la secularización del matrimonio y acusa a la Iglesia Católica de colaborar en la opresión de la mujer.
Cuando Sarmiento asume la presidencia de la Nación la designa vocal del Departamentos de Escuelas. Para qué. Le llovieron críticas, insultos y burlas. El imbécil de Santos Olalla prometió domarla a latigazos en un palenque. Juana se reía. Se reía pero la procesión iba por dentro. Murió relativamente joven. En el lecho de muerte sus enemigos tampoco se privaron de intrigar contra ella. Las damas de la Sociedad de Beneficencia se hicieron presentes en su casa para exigirle que renuncie a la Iglesia Anglicana. Enferma y debilitada, tuvo fuerzas para sacarlas de patitas a la calle. A ellas y al sacerdote que las acompañaba.
Le cobraron la audacia. Cuando murió le negaron el entierro en la Recoleta y en Chacarita. Durante años sus restos estuvieron sepultados en un cementerio inglés. Desde 1915 Juana descansa en el Panteón del Magisterio en Chacarita. En su lápida puede leerse lo siguiente: “Aquí yace una argentina que en medio de la noche que envolvió a la patria, prefirió ser enterrada entre extranjeros antes que dejar profanar el santuario de sus conocimientos”.
Claro que debemos recordarla. Fue la primera escritora que noveló los tiempos de Rosas; la primera que reivindicó los derechos de la mujer desde una perspectiva política; la primera maestra que vivió el magisterio como una militancia; la primera ciudadana que se interesó por los derechos de los negros y los indios.
Semejantes osadías no salen gratis. Mucho más cuando se es pobre, fea y gorda. Su linaje, su orgullo, su tesoro fue su inteligencia, una inteligencia acerada, flexible, vibrante. Si pudo soportar la insidia de los mediocres, el desprecio de los poderosos y la envidia de los renacuajos, fue porque estaba muy segura de lo que hacía. Sus certezas provenían del saber, del estudio, pero también de la experiencia, de la vida, de las prolongadas penas y los chispazos de felicidad.
Muy poca gente la acompaño al cementerio. Allí la despidió otra gran mujer: Juana Gorriti. En los diarios de la época apenas se comentó su muerte. No creo que a ella le haya importado demasiado ese silencio. Sus preocupaciones eran otras; sus alegrías y dolores eran otros.
Juana en todos los tiempos de su vida se reivindicará como unitaria. Unitaria de cuna y por opción política. El unitarismo para ella no es la reivindicación de una forma de gobierno sino un programa de realizaciones políticas, un estilo de vida, un reconocimiento a la modernidad, una reivindicación de los derechos humanos.