Roberto Schneider
Roberto Schneider
El Grupo Las Carlinas de Santa Fe estrenó recientemente en la Sala Marechal del Teatro Municipal su versión de “La Biunda”, de Carlos Carlino. La historia siempre, y en todos los aspectos de la vida, viene bien para recordar algunos aspectos salientes. El texto fue escrito en 1952; ubica su acción en la Pampa Gringa y refleja su condición de ancestral respecto de la inmigración piamontesa en el campo santafesino alrededor de 1910. El primer mérito de esta versión dirigida por Marina Vázquez y Flavia Del Rosso es haber evitado “las tradiciones” centrándose en cambio en una minuciosa lectura del texto. Afloran, por ese camino, todas sus riquezas: una estructura dramática muy bien concebida, un cuidadoso trazado de los perfiles psicológicos, el peso de lo social en las sucesivas pérdidas (de tierras, de afectos, de raíces) que sufrirán varios de los personajes y la batalla de los sexos plantada en pleno paisaje rural. Una maravilla.
La maestría de Carlino alcanza en su texto una perfección dramática admirable, aun comparándola con el mejor teatro naturalista de la época. Su acción dramática posee verdad, clima, firmeza y una lógica escénica irrebatible. Sin necesidad de recursos ajenos a la materia anecdótica e ideológica e incluso haciendo alarde de una cotidianeidad que reduce las posibilidades trágicas y de un espesor ambiental monocorde, logra un tempo sostenido y conturbador. Toma lo real y lo refigura hasta el mínimo detalle. Cierta parsimonia en el tratamiento de los menores cambio anímicos, situacionales o temporales, ensordece la vibración de los hechos y exalta, por contraste, su significación.
Antes del estreno del Grupo Las Carlinas, sus hacedores reflexionaban acerca de qué habla “La Biunda” hoy, en 2017. Los moviliza la indagación del género como acto de violencia ensañado especialmente en el cuerpo de las mujeres. “Cuerpos de mujeres -expresaron- cuyo destino y única posibilidad de valorización parece ser la pertenencia a un varón. Cuerpos destinados a la reproducción de un orden social ‘natural’ de opresores y oprimidas”. La propuesta explicita la vulnerabilidad humana frente a la tragedia, que no se muestra pero que se percibe en el aire. Vista entonces desde el presente y así encarado el trabajo, “La Biunda” gana un sentido extra: el del derecho a elegir la propia muerte. Ese eco suena aún más fuerte porque los responsables del proyecto eligieron no trastocar el texto y respetar su esencia.
En la obra de Carlino, como en la vida, las pasiones se cruzan y generan los discursos de toda una época, que hoy adquieren, a partir de esta inteligente versión, inusitada vigencia. Y aun cuando el texto abunde en algunas simplificaciones, difícilmente se le pueda negar su belleza poética. Hay en la dirección de Vázquez y Del Rosso sentido del espectáculo y capacidad para generar en el espacio un discurso de fuerzas que se enfrentan, de ritmos y silencios, de haces de luces que se mixturan con el impecable vestuario de Melisa Guerrero y la magnífica música de Eduardo Fessia, que incorpora fragmentos de antiguas canciones piamontesas de autor anónimo, interpretadas en vivo por el elenco tales como La Romanina, El ramillete de flores, La Piamontesina y La Monferrina. El punto más alto de la dirección radica en el tratamiento actoral de los personajes, jugando con el intercambio de roles para que lo ideológico adquiera indiscutible fuerza expresiva. Se elude permanentemente la machietta.
Nidia Casís como Biunda pone al descubierto sus excelentes cualidades para los escenarios. Todo en ella es precisión y entrega, las mismas cualidades de Eduardo Fessia como el Botto, quien puede ser un buen reparador de “la mancha”. “Cuando entran animales a mi campo no les pregunto quién es el padre, les pongo la marca y listo”, dirá con férrea convicción. Están muy bien acompañados por Sebastián Roulet, perfecto en los roles que interpreta, y Maia Esquivel, con indisimulable entrega también en sus personajes. Es bueno el trabajo de Melisa Medina. Todos reviven a través de sus roles la lacerante historia de Biunda. Colabora con eficacia Cristian Buffa en el diseño y realización de espacio escénico, atrezzo y planta de luces.
La totalidad nos interpela acerca de un mundo al que parece haber llegado el tiempo de las lágrimas. Un universo donde las leyes han dejado de ser una de las formas de la hermosura. Todo surge de un estado de vida (y de muerte), de una concepción totalizadora de los dramas minúsculos y particularizados. La imposibilidad, un fatalismo social y existencial son marcas indelebles que esta Biunda construye y entrega con, insistimos, rigurosa actualidad.