Juan Ignacio Novak
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La adaptación de Exequiel Maya de la obra teatral de Federico García Lorca se presenta todos los viernes, a las 22, en la sala de 25 de Mayo 1867. Se centra en una Casa donde Bernarda Alba vive junto a sus cinco hijas bajo un clima opresivo. “Aborda el universo de la mujer de manera cabal”, explicó Maya a El Litoral.
Juan Ignacio Novak
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Todos los viernes a las 22 en la sala ubicada en 25 de Mayo 1867 el público santafesino tiene la posibilidad de ver un clásico de Federico García Lorca en la versión de un artista del teatro local. Es que se reestrenó “Bernarda, ni un gesto de indulgencia”, adaptación que Exequiel Maya moldeó sobre la base de “La Casa de Bernarda Alba”, el clásico escrito por el poeta granadino.
Maya sostiene que buena parte de la elección se relaciona con la identificación que genera la obra. “Todos, en mayor o menor medida, reconocemos los problemas de estas mujeres en nuestra familia, entre nuestras amistades o en nuestro barrio”, asegura.
¿Por qué Lorca? Para Exequiel haber seleccionado a este autor obedece a que “los teatristas hacemos esto por la necesidad de decir algo que Federico pudo sintetizar con una poética indudablemente seductora”.
Respecto al proceso de trabajo, el director recordó que un aspecto central fue que la mayoría de las actrices que pensó previamente para el elenco le dieron su “ok” al ser convocadas. “En principio, confiaron en mí telefónicamente. Y eso es un reconocimiento y un estímulo muy importante para el sostenimiento de un proyecto de tanta responsabilidad y con un equipo numeroso como éste”, expresó.
—¿Qué te llevó a elegir “La Casa de Bernarda Alba”?
—Es una obra que aborda el universo de la mujer de manera cabal: cada uno de sus personajes representa la condición femenina desde un lugar donde se puede leer a la mujer de ayer, pero también donde la mujer de hoy puede reconocerse en sus deseos y en sus problemas. Porque la obra habla fundamentalmente de las relaciones maternales y de la represión en contextos de encierro, dos temas enormes que siempre me atrajeron tanto en el cine como en la literatura y que aquí Lorca supo abordar con esa lucidez extraordinaria que lo caracterizó. También porque todos, en mayor o menor medida, reconocemos los problemas de estas mujeres en nuestra familia, entre nuestras amistades o en nuestro barrio. Y porque en esta mirada tan personal que ofrecemos desde la puesta, todas ellas comparten o intercambian características que en un abordaje más tradicional podrían ser privativas de uno u otro personaje, como rasgos exclusivos: este correrse del estereotipo me elige y lo elijo. Hoy pienso que cuando comencé a proyectar el montaje con un elenco santafesino, el feminismo no estaba tan en alza como en este momento; afortunadamente latía, pero tal vez estaba menos visibilizado, y creo que su posicionamiento actual (con un clima donde la sensibilidad pública frente a la violencia de género es exponencial) convierte a Bernarda Alba en un clásico con mayor fuerza para la vigencia.
—¿Cuáles son las motivaciones para seguir representando a Lorca en pleno siglo XXI?
—Muchas. En principio comprender que la mayoría de los teatristas hacemos esto por la necesidad de decir algo que Federico pudo sintetizar con una poética indudablemente seductora, pero sobre todo provocadora: creo que es imperante, en los tiempos que corren, poder agruparnos con nuestro arte y gritar aquello que nos está vedado en otros espacios. Y también como grito personal, cuando los deseos y las expectativas son muchas y el desaliento y la desilusión también. El teatro y este último Lorca vienen a posicionarse así como ráfaga de desahogo, de aire necesario, de liberación contra todo tipo de opresión y de represión (que es el tema principal de la obra).
—Son nueve personajes, todos ellos femeninos y llenos de matices. ¿Hay alguno de ellos que te parezca más atractivo?
—Retomo para esta respuesta lo que te decía sobre la primera pregunta: de entrada charlé con las actrices la idea de una puesta donde la búsqueda y creación de cada personaje tuviese un camino muy distinto al del estereotipo. En nuestra puesta nos propusimos entender que la naturaleza humana es ambigua: que una madre represora y educada en una cultura patriarcal tiene debilidades en los momentos en que no es vista por los seres que domina, y que hace un uso ilimitado de su autoridad porque no le enseñaron a ser de otra forma; que Adela, la hija más rebelde, impulsiva y hambrienta de goce, tiene momentos de piedad por la hermana que se convierte en su rival; que Martirio, la hermana enferma no es la “mala de la historia” por la simple explicación de que corra sangre vil por sus venas o sea la que más se parece a su madre, sino porque las circunstancias la convirtieron en lo que ahora es: una criatura deforme de frustraciones tras la reja; que Angustias, la hija mayor, no tiene por qué ser la más fea y verse pretendida únicamente por su herencia; que Amelia, la hija más agria según el texto original, en nuestra puesta tiene actitudes conciliadoras y es la más solidaria y dulce de todas las hermanas; que la abuela loca tiene una lucidez que nos alivia en medio de tanto ahogo y que, aún comportándose como una niña, añora también los momentos de madurez en donde fue una madre con cierta autoridad y no la vieja chiflada y condenada al encierro que es ahora; que todas están atravesadas por el deseo, también Bernarda, y que por ende, ésa es una necesidad común: el fuego de la Casa que todo el tiempo quiere apagarse desde arriba. Y éstos son los matices a los que creo te referís. En cuanto a mis preferencias, creo que cada personaje es muy rico, pero voy a confesarte algo: cuando leí “La Casa de Bernarda Alba” por primera vez, en mis 18 años, la seducción de Adela -sobre todo interpretada por Ana Belén en la película de (Mario) Camus- y Bernarda fueron indisimulables sobre mí, me parecían los personajes opuestos más extremos en este mundo femenino tan rico, descubrí a la heroína y a la villana con profunda admiración por el verbo lorquiano; sin embargo, años después comprendí que Poncia y Martirio son personajes que, por la complejidad de sus naturalezas, yo elegiría interpretar si fuese mujer.
—¿Cómo fue el trabajo con las actrices?
—Precioso. Imaginate que la mayoría de las actrices que soñé para el elenco me dieron su “ok” al ser convocadas, ¡en principio confiaron en mí telefónicamente! Y eso es un reconocimiento y un estímulo muy importante para el sostenimiento de un proyecto de tanta responsabilidad y con un equipo numeroso como éste. Esto en lo que refiere a lo afectivo, a lo empático. En lo que respecta a la metodología de trabajo, la búsqueda fue muy variada dentro de un sistema bastante claro desde el comienzo: me presenté con una estructura de puesta algo predefinida porque yo soy así; una estructura bocetada en mi cabeza y en mis cuadernos (dibujos, esquemas, pinturas), con algunos elementos de puesta que sabía que estarían y otros que desconocía. Claro que este propósito estuvo siempre abierto a la posibilidad de la modificación en función de lo que cada actriz y su cuerpo, cada charla, cada punto de vista sobre los temas de la obra o la comprensión de los personajes, iban aportando para el proceso. Trabajamos con objetos que son juguetes buscando la múltiple forma y función, que con la acción de la actriz puedan convertirse en signos dramáticos potentes; con elementos escenográficos que el cuerpo femenino se apropia para estar ahí en escena, latiendo y vibrando, porque ése es el lugar que más me interesa en el teatro y para esta puesta en particular: el de un cuerpo en origen disciplinado que se deforma o libera producto del entorno en el que vive y las circunstancias que lo rodean. En este sentido, una de las premisas fundamentales para las consignas de trabajo en los ejercicios fue el binomio “tensión-distensión”: cuerpos disciplinados, rectos, rígidos, obedientes cuando la madre está presente versus músculos y emociones que se desbloquean cuando ella no está rodeándolas con su autoritarismo y ordenando su espacio. Y la confianza es fundamental para este trabajo en el que, entre tantas cosas que aprendo, pueden reforzarse las decisiones más tambaleantes frente a un planteo crítico para el que creías no tener respuestas, y podés llegar a sorprenderte con alegría.
—Tu experiencia es fundamentalmente actoral, pero en este caso asumiste además la responsabilidad de adaptar la obra y dirigir la puesta en escena. ¿Cómo fue ese proceso? ¿te sentís cómodo en esos roles?
—En parte sí y en parte no. Me encanta el armado de las escenas, es lo que más disfruto en un proceso de puesta. Me gustan los juegos dramáticos donde vamos creando entorno, metiéndonos en climas y moldeando personajes: me gusta investigarlos juntos, la disponibilidad y la escucha atenta, aportarles elementos y que las actrices me sorprendan con una anécdota que amplía la mirada. Me gusta planificar un ensayo y ejecutarlo. Me da placer ver todo lo que una actriz y un actor pueden ofrecernos en un proceso de ensayos y luego en una función: es un verdadero disfrute, de emoción hasta las lágrimas cuando ves resultados óptimos y sos consciente de que logramos eso en equipo. Me da placer todo lo que tiene que ver con la conciencia corporal del actor en relación con el uso del espacio y mi rol como director en ese aspecto; supongo que es porque vengo de la aeróbica coreográfica y descubro que me aporta mucho para lo teatral. En este sentido creo que la dirección actoral es mi parte favorita en lo que a la dirección teatral respecta. Pero lo paso muy mal coordinando horarios de ensayos, buscando espacios y resolviendo imprevistos. Seguramente tiene que ver con un sentido de la disciplina y del compromiso que tengo que replantearme permanentemente. El lugar del director es muy complejo por la cantidad de roles y responsabilidades que tenés que asumir cuando hacés teatro autogestivo. Pero nadie dijo que hacer teatro sería fácil. Y una de las cosas más hermosas para un director es cuando te encontrás con una actriz con la que te comprendés con sólo mirarte, incluso cuando hay diferencias estéticas o ideológicas: eso te facilita el trabajo y al final te hace sentir “cómodo” (ya que usaste esa palabra en tu pregunta). Pero qué va, no creo que el teatro sea un lugar de comodidad: está atravesado por conflictos -la mayoría de las veces en un sentido positivo- y deben ser capitalizados.
Itinerario mágico
—¿Cómo sigue el camino de “Bernarda...” luego de este reestreno?
—Completando lo acordado para esta segunda temporada y programando funciones en localidades cercanas, lo que podríamos llamar una gira regional. Creemos que es una obra de fácil traslado y que, por tratar temas tan vigentes, el espectador recibe muy bien (especialmente el público del interior, que es tan agradecido). Siguiendo al deseo, las ganas son para que Bernarda no se termine: porque formamos un grupo hermoso y porque conseguimos un trabajo coral del que todos somos parte, incluido asistentes y técnicos. La magia trasciende el escenario y eso debería continuar.
Actrices
El elenco de la obra está integrado por: Adriana Rodríguez, Nelda González, Daniela Romano, Marisa Ramírez, Luciana Lezcano, Carolina Mráz, Ana Paula Borré, Rosa Ana Sánchez y Stella Maris Curi.