Según un amplio estudio, realizado por importantes instituciones extranjeras, duplicar la cantidad de universidades se asocia con una mejora del 4 % en el PBI. ¿Cuál es la situación en nuestro país?
En el imaginario social, la idea de que mejorando la educación se mejora la economía suele ser frecuente. Sin embargo, no había hasta el momento mayores datos que sustenten este razonamiento. En este sentido, el estudio titulado “The Economic Impact of Universities: Evidence from Across the Globe” (“El impacto económico de las universidades: evidencia alrededor del mundo”), presentado recientemente, pretende ser un aporte cuantificable que convalide esta relación.
El trabajo contó con el apoyo de “The National Bureau of Economic Research”, una de las organizaciones de investigación económica más grande de los Estados Unidos. La información fue recolectada por un período de 50 años, desde 1950 hasta 2010, en cerca de 1.500 regiones geográficas en 78 países alrededor del mundo. Allí, los investigadores Anna Valero, de la London School of Economics, y John Van Reenen, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, registraron una tendencia: el incremento en la cantidad de universidades está asociado de manera positiva con el crecimiento del producto interno bruto (PBI) per cápita.
Entre las conclusiones se indica que incrementar 10 % la cantidad de universidades en una región se asocia con una mejora de 0,4 % en el PBI per cápita. Así, un país que duplique el número de universidades podría esperar un crecimiento del producto bruto interno per cápita en un 4 %.
Radiografía nacional
En una revisión del estudio, comentada al Observatorio de Argentinos por la Educación, el doctor en Educación y profesor de la Universidad Torcuato Di Tella, Marcelo Rabossi, trasladó el foco del estudio a nuestro país: “Cuando se toma en cuenta lo ocurrido durante los últimos 30 años, se advierte que mientras se duplicó la cantidad de universidades argentinas, el crecimiento económico per cápita se ha mostrado bastante errático”.
Precisamente, según indica la Síntesis de Información Universitaria (SIU) medida por el Ministerio de Educación de la Nación en 2017-2018, a lo largo y ancho del territorio nacional existe un total de 131 establecimientos de educación superior, de los cuales 111 son Universidades y 20 Institutos Universitarios. De esta manera, en el período de 30 años, entre 1989 a 2019, se han creado 37 universidades estatales (que concentran casi el 80 % de la población) y 42 privadas (que en un 98 % son de pequeño y mediano tamaño de gestión).
Dentro de los problemas universitarios históricos de la Argentina, hubo síntomas positivos en cantidad de graduados y abandono en primer año, aunque aún por debajo de muchos países de la región. La tasa de retención de los primeros estudiantes tuvo un progreso que llegó a ser del 63,1 % en 2017. Mientras, se registró un crecimiento de los recibidos del 32 % en la última década: en 2008 fueron 94.909, mientras que en 2017 fueron 125.328. De los correspondientes al último año, más de la mitad (61,4 %) fueron mujeres, y sólo un 38,6 % son varones. En contraposición, perduran todavía los números bajos en los egresados en el tiempo teórico (sin retrasos), que se ubica en menos de uno de cada tres (29,4 %).
Infografía El Litoral
Foto: Infografía El Litoral
Huecos en la formación
En términos estrictamente cuantitativos, el consecuente desarrollo productivo planteado en el estudio internacional no parece haber surgido el mismo efecto; si bien las estadísticas nacionales son favorables tanto en cantidad de universidades como en permanencia en el estudio y en nuevos profesionales.
En ese sentido, Rabossi agregó a su planteo inicial que sería relevante “correlacionar crecimiento económico con el tipo y la calidad del capital humano que se está formando”. “Si la calidad impartida es baja, el tipo de trabajo relacionado podría ser de menor calidad y, por lo tanto, daría como resultado un menor crecimiento económico”. Y agregó: “Por lo tanto, sería relevante incluir una variable que vincule el crecimiento con el tipo de capital humano que se ha formado: en qué áreas del conocimiento se concentra la mayor cantidad de graduados”.
Retomando las estadísticas del SIU, en el año 2017 las carreras en el ámbito de las ciencias sociales fueron las más elegidas por los nuevos inscriptos (38,8 %). A ellas le siguieron las de ciencias aplicadas en un 22,4 %, luego las de ciencias humanas con 19,5 %, las de ciencias de la salud con 16,4 % y finalmente las de ciencias básicas en un escaso 2,8 %.
Determinaciones políticas
Retomando las consideraciones del estudio internacional, un país necesita delinear un modelo de desarrollo de la educación superior para obtener un verdadero crecimiento productivo. De manera que, reformulando el enfoque aportado por Rabossi, se vuelve necesario redirigir el esfuerzo de las universidades hacia la formación de profesionales en áreas funcionales -relegando la idea de que “cualquiera estudie cualquier cosa”-.
Bajo una concepción similar se viene trabajando desde la Secretaría de Políticas Universitarias, dependiente de la cartera educativa nacional, con el planteo de “áreas de vacancia, que son resultado de características económicas de cada región sumado a la distribución de ofertas académicas universitarias en el territorio. En forma complementaria, las “carreras estratégicas” reciben programas de incentivo y diferenciales en el pago de la Beca Progresar.
De todas formas, Rabossi agregó que hay que tener en cuenta las acciones sobre investigación y extensión. “En algunos países -sostuvo el especialista- cuestiones que hacen a la investigación y desarrollo de tecnologías se realizan en gran parte por fuera de las universidades. En el caso de Francia, el Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) o el Conicet en la Argentina. En ese caso, la apertura de nuevas y más universidades no ligadas a la investigación y de corte profesionalista, podría no estar directamente asociado a un crecimiento o desarrollo sostenido”.
En consecuencia, los vaivenes económicos sufridos por el Estado argentino a lo largo de distintas décadas terminan por afectar a los niveles de financiamiento y sostén de estas tareas. Así, los “científicos lavaplatos” -memorable definición de Cavallo-, que emigran del país por falta de oportunidades, terminan dilapidando los recursos materiales y humanos invertidos en épocas de bonanza económica y dejando un bache en la consolidación de un desarrollo integral del sistema de educación superior.
Argumentos del estudio
De forma general, el informe aporta algunos puntos de referencia pensando en el porvenir de las distintas naciones, aun más en quienes necesitan oportunidades para los jóvenes. Así, con el objetivo de presentarse como un caso exitoso, las gestiones deberían considerar cambios significativos con respecto a la educación superior.
Según el estudio de Valero y Van Reenen, este efecto positivo en la economía se desprende de dos factores fundamentales:
El primero es la contribución al crecimiento económico. Por un lado, la mayor presencia de universidades se relaciona con una mayor oferta de capital humano calificado (promoviendo la innovación y la fuerza laboral). Por otro, se incrementa el mercado interno, ya que las nuevas instituciones aumentan la demanda de productos para profesores y estudiantes.
El segundo mecanismo es la innovación: se halló una asociación positiva entre crecimiento de universidades y el registro de patentes (exclusividad de las invenciones). De esta manera, se relaciona la cantidad de patentes con el crecimiento del PBI. Además, el efecto es más significativo mientras las universidades se encuentran más cerca entre sí, empujando el desarrollo regional.
En otro orden, también se encontraron vínculos positivos entre la presencia histórica de universidades y actitudes a favor del sistema democrático.