Si se pudiera observar América Latina desde el aire y pasar la imagen por un filtro geopolítico, se detectarían puntos de conflicto, posibles de representar con fuegos. “Algunos fuegos”, aclara Gabriel Kessler, sociólogo, investigador del Conicet y docente, quien estuvo días atrás en Santa Fe para disertar, precisamente, sobre las desigualdades en el continente y los aportes que su disciplina puede sumar al debate.
Fue en el marco de los 15 años de creación de la carrera de Sociología de la UNL, y Kessler propuso allí una perspectiva novedosa sobre una situación compleja que tiene como hilo conductor a las desigualdades aludidas pero cuenta con matices propios en cada país.
Pero antes de exponer su opinión en la Facultad de Humanidades y Ciencias, Kessler dialogó con medios de la ciudad y también con este diario.
¿Qué tienen en común los conflictos que comparten países de la región y qué consecuencias pueden tener sobre la Argentina?, se le preguntó. “Lo que se está viendo es que la popularidad de los gobiernos entrantes en las últimas décadas en América Latina fue descendiendo cada vez más. Parece que hay un ‘pico de rating’ que se pierde rápidamente por distintas razones: porque los partidos están más desarticulados y muchos gobiernos son lo que se llama ‘coaliciones de domingo’, es decir, grupos que se juntan para ganar una elección, pero el lunes mismo empiezan a aparecer las desaveniencias. Los ciclos económicos son más cortos y las sociedades, más demandantes. Nos estamos acercando a esa idea de democracia sin partidos, con sociedades democráticas, pero donde los partidos son débiles.
Kessler habla entonces de “situaciones de crisis diferentes que tienen en común ciclos cortos donde hay mucho descontento y hay, de un lado, tensiones distributivas como es el caso chileno, y reacciones más de la elite frente al aumento de la igualdad como podría ser el caso boliviano y el ecuatoriano, que desencadenó un levantamiento”.
Para el experto, “todo parece marcar que ese tipo de conflictos no llegarían necesariamente a la Argentina, que atraviesa una crisis económica feroz en una situación por ahora de ‘calma chicha’, para decirlo de forma elegante”. Pero “me parece que la coyuntura del día a día es nuestra marca más que esa crisis política donde tenemos partidos democráticos, y un nivel de participación que no hace pensar necesariamente en un conflicto. Pero todo eso puede cambiar”.
- ¿Cómo se explica que las mismas personas que sufren estas desigualdades prefieran apoyar a referentes de derecha?
- El caso que está más estudiado es el de Jair Bolsonaro, en Brasil, donde hay varias hipótesis: una dice que hay un pánico de status de los hombres heterosexuales blancos frente al avance de las minorías; también que hay un desagradecimiento de los sectores que mejoraron durante el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) y que se volvieron neoliberales ahora que están un poco mejor, y por otra parte que hay una reacción muy fuerte de grupos conservadores religiosos por avances de género y sienten la amenaza de un “fantasma” gay o LGTB.
Pero hay otros estudios en ese país que muestran cómo hay identificaciones o perfiles de votantes que, por razones distintas, apoyaron a Bolsonaro, pero no necesariamente todos los bloques tienen las mismas demandas. Hay tres bloques: uno conservador-religioso que estableció una muy inteligente estrategia de poner en el centro de su demanda el cuidado de los hijos, es decir que su prédica ya no es contra las mujeres sino por los hijos, y sostienen que no están en contra todas las feministas, sino contra las “feminazis”, ni contra todos los gays sino contra el movimiento LGTB. Entonces, en lugar de demonizar al otro, intenta establecer una definición legítima del otro.
También hay un grupo libertario que se aúna en el eje de la corrupción, que fue el centro de la polarización en Brasil. Y hay otro eje nacionalista, xenófobo y punitivista. Estos tres grupos no comparten todas las demandas: por ejemplo, los religiosos no están a favor de la pena de muerte. Entonces, hay una complejidad interesante en ese mundo de la derecha.
Y algo que sí creo que ocurre, al menos en el caso ecuatoriano y en el boliviano, es una reacción de parte de las elites frente a lo que sienten como una pérdida de privilegios. Hay una situación de elites que saben que van a estar poco tiempo en el poder y aprovechan a hacer la máxima cantidad de reformas.
Frente a eso Argentina está un poco mejor: siempre critiqué y sigo criticando a las elites, pero acá saben que hay sindicatos. Pero también que no se pude tener el nivel de racismo que se vio en Ecuador y que no se puede gobernar contra la sociedad. En la Argentina hay una sociedad que es uno de nuestros mayores refugios o valores frente a elites y a políticas de intentos restauradores o antipopulares.
- Si se toma distancia y se observa a América Latina desde arriba, se ve como si todos fuesen fuegos...
- Bueno, algunos. Pero, ¿todos esos fuegos están causados por la desigualdad? Porque se habla de ese concepto como un todo homogéneo para América Latina.
- Lo que se está empezando a estudiar y el colega chileno Juan Pablo Luna lo hace, es cómo hay cada vez más una multiplicidad de demandas muy distintas entre si que además están territorialmente fragmentadas. Es decir que en el mismo territorio, si ponés el zoom, aparecen demandas muy distintas. Si tuviera que elegir un hilo conductor sería la desigualdad porque también se está formando una lente con la que uno mira en perspectiva. Si miramos Chile, está la cuestión de los peajes, el género, la Constitución, la salud, el medioambiente, los y las indígenas, que se miden en términos de desigualdad. Es una mezcla entre derechos políticos y no necesariamente derechos sociales. Es más, en algunas investigaciones aparece como dato que la gente está un poco más contenta en términos de derechos sociales que en términos de derechos civiles y políticos. La distribución en un sentido más general es uno de los ejes presentes en varias de estas demandas.
- ¿Qué aporte puede hacer la Sociología en este campo?
- Creo que hay varias cosas que la Sociología puede hacer: no hay acuerdo sobre si la desigualdad disminuyó y qué desigualdades lo hicieron. En eso, esta disciplina tiene la tarea de transformar indicadores cuantitativos en experiencias cualitativas. Es decir, ¿qué quiere decir que baja un coeficiente en términos de oportunidades, de salud, de educación? ¿Cómo se transforman esos números en experiencias cotidianas? En segundo lugar, hay un panorama complejo donde los ricos son más ricos y la distribución entre capital y trabajo no mejoró mucho. Nos podemos preguntar cómo influyeron los nuevos movimientos sociales, feministas, indígenas, que fueron centrales para pasar de un neoliberalismo a un postliberalismo, en la disminución de la desigualdad. No sabemos qué impacto tuvo en la desigualdad la agenda de diversidad.
Entonces, la desigualdad no es un capítulo: en un tiempo se pensaba el género como algo transversal. La desigualdad también lo es en el sentido de que todo gravita de un modo u otro para que ésta exista: un plan de seguridad en este barrio pero no en otro, una inversión aquí pero no allá, un shopping va a influir en las desigualdades; una ruta mejora el precio de ese terreno, pero ¿quién se apropia de ese mayor valor?
Entonces, entre otras cosas, la Sociología puede mirar las acciones públicas y privadas, los planes y programas, y preguntarse qué desigualdades de quiénes o de qué territorios van a afectar. Esa es una política central si tenemos que poner a la desigualdad en el centro.
La conferencia “Las investigaciones de desigualdades en América Latina: desafíos pendientes”, a cargo de Gabriel Kessler, tuvo lugar el pasado 20 de noviembre en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL, en el marco del ciclo por los 15 años de la creación de la carrera de Sociología en esa casa de estudios.
Gabriel Kessler es Lic. en Sociología por UBA y Dr. en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (EHESS), investigador principal del Conicet y profesor titular en la UNLP y en el Idaes-Unsam. Recibió el premio Konex en Sociología (2006-2015). Es autor de numerosos libros, entre ellos, “La nueva pobreza en la Argentina” (con A. Minujin), “Sociología del delito amateur”, “Neoliberalism and National Imagination” (con Alejandro Grimson), “Controversias sobre la desigualdad”, “El sentimiento de inseguridad” y “La sociedad argentina hoy”.