El Gitano Juárez solía decir que “yo a un buen jugador puedo enseñarle a correr, pero si es malo y corre, no me sirve”. Tenía la fama, la pinta y el aspecto de un bohemio. Y sus equipos llevaban aquella “filosofía” a la cancha. El Vasco Urriolabeitia era diferente. Venía con una disciplina férrea, la de Estudiantes. Había sido un jugador destacado del “Pincha”, al punto tal que alguna vez lo quiso y se lo llevó River. Y antes de llegar a Colón, era un colaborador nato de Osvaldo Zubeldía. Alguna vez, la Bruja Verón (padre) lo contó: “El Vasco Urriolabeitia, ex jugador de Estudiantes, estaba trabajando en el club, y fue a ver la final de Europa por pedido de Osvaldo, y trajo toda la información del Manchester. Ellos tenían un jugador clave que les manejaba todo, el 5, Nobby Stiles, un loco. Cuando viajamos a Inglaterra lo vimos en un partido con Liverpool y manejaba todo: a su equipo, al árbitro, a los rivales, a todos. Tuvo la mala suerte de que lo echaron acá en el partido de ida. Bilardo le pegó un manotazo y le sacó los lentes de contacto, lo lastimó. El tipo jugaba con una esponja pegada al ojo. En una jugada se enojó y el árbitro lo echó. No pudo jugar la revancha. Era el jugador a marcar. Se lo había dicho claramente el Vasco a Zubeldía”.
Cuando Colón se salvó del descenso, en el 70, se vino un cambio profundo. Urriolabeitia fue el pionero. Trajo una “camionada” de jugadores de Estudiantes. No le erró en ninguno, acertó en todos. Fueron varios años, con algunos intervalos. Pero la llegada de jugadores de la talla de Baley, Spadaro, Zuccarelli, Carlos Trullet, Cococho Alvarez, el Gringo Sacconi, el Piojo Zibecchi y Hugo Coscia, entre otros. Fue un cambio rotundo. Y a pesar de que el Vasco era la imagen de la disciplina y muchos lo sindican como el hombre que enseñó muchos aspectos del profesionalismo, fue el que pergeñó aquél equipo que deslumbró en la década del ‘70 y que impuso un estilo en Colón.
Cuando el Flaco Menotti hablaba del Gitano Juárez, lo hacía con muchísimo respeto y admiración. Pocos saben, por ejemplo, que dirigiendo a Colón, en 1975, el Flaco lo llamó para que dirija a un equipo nacional que fue a disputar un torneo a México, allá por el mes de octubre de ese año. Quedó Rubén Cheves, justamente alguien que también llegó al club de la mano del Vasco Urriolabeitia y se quedó varias temporadas, dirigiendo a la reserva y alternando en la primera. En esa selección, entre otros, jugaba el jujeño Valencia, atajaba Carlos Suárez y aparecía el Chango Cárdenas.
El Gitano es uno de los tipos más queridos, respetados y admirados de la historia de Colón por aquél influjo e identidad que tuvieron sus equipos. El Gitano fue el primero en hablar de “la nuestra”, término que usó mucho el Flaco Menotti. En realidad, Menotti escuchaba a dos personas del ambiente del fútbol: a Miguel Antonio Juárez y a don Adolfo Pedernera. Con ellos fue acuñando un estilo, una manera de ver, sentir y hacer jugar a sus equipo, cosa que llevó a la práctica con absoluta fidelidad en aquél Colón de 1975.
Pero hay un detalle que a muchos se les escapará. El Gitano había tenido un pasado en Unión. Ya en el final de su carrera como jugador, le tocó venir a Santa Fe para formar parte del equipo que ascendió en 1966. Jugó apenas cinco partidos. Fue lo que le dio un físico ya ajetreado y castigado. ¿Saben qué cuenta la historia que hizo el Gitano?, devolvió el dinero que el club le había adelantado. Un gesto infrecuente y quizás imposible de imitar —y hasta de entender— en estos tiempos que se viven.
Hace tiempo, El Gráfico solía tener una sección que se llamaba “Jugo de Fútbol”. Allí contaba anécdotas, de aquellas que generalmente eran risueñas y que “se podían contar”. Y una de ellas la tuvo al Gitano de protagonista, nada menos que con otro hombre que dirigió a Colón: don Jim López, el entrenador que protagonizó una de las mejores campañas por aquellos tiempos, en el Nacional de 1968.
“Jugaban Central y Newell’s y el técnico centralista era Jim López. Por ahí le cae una pelota un poco larga a Miguel Antonio Juárez y don Jim desde el banco le grita. ‘¡Parála!’ Pero el Gitano no hace caso, saca un pase de primera para Menotti y es gol. Uno a cero. Inmediatamente se da vuelta, mira al banco y le grita al técnico: ‘¡Que pare qué... Los pelos se me van a parar!’. Termina el primer tiempo y en los vestuarios, López increpa a Juárez: ‘Mire, como técnico y como hombre no le voy a permitir lo que me hizo en la cancha delante de todo el mundo. Yo soy hombre como para eso y...’. El Gitano lo miro y empezó a desabrocharse un botín. ‘...Porque no voy a aceptar de nadie compadradas ni nada por el estiloà’. El Gitano se sacó el otro zapato y enseguida una media. La voz del técnico comenzó a bajar: ‘No es justo que yo los respete y alguno de ustedes no lo haga’ Desapareció la otra media, la camiseta. El tono de don Jim era casi inaudible: ‘Además yo no discuto que la jugada fue perfecta. Le digo por la imagen que debemos dar... ¿Que hace, Juárez? No se ponga así’. El pantaloncito al suelo, la toalla en la mano, el jabón .’Oiga Juárez, déjese de macanas...’. ‘Me voy’, dijo el Gitano tranquilamente. Y se metió en el baño. Central terminó con diez hombres —no había suplentes— y el partido 1 a 1”.
El Vasco fue pergeñando un equipo que tuvo muchos aspectos de “ensueño”. A Baley lo trajo de Estudiantes y se convirtió en arquero de la selección. En el fondo, en 1974, armó la famosa defensa con Araoz, Villaverde, Trossero y Fernández (¿la mejor de la historia de Colón?), en el medio lo tenía a Cococho y a Carlos López para que armen juego y al chaqueño Zimmermann para que sea el sostén de la contención; y arriba, la potencia de Coscia y los desbordes del misionero Brítez (que después se fue a jugar a Independiente).
Esa base fue la que tomó el Gitano. El siempre muy bien recordado Eugenio Marcolín, presidente de entonces, cambió a ese hombre de disciplina, señorial y súper educado, por alguien que tenía bohemia, lirismo y la necesidad imperiosa de permitir que la libre imaginación y albedrío se apoderen de los jugadores. Se fue de Urriolabeitia a Juárez, de un año para el otro. Pero la elección, más allá de que podían ser como el agua y el aceite, fue inteligente, sagaz y hasta muy bien estudiada por parte de aquellos dirigentes. La base que dejaba el Vasco era propicia para el Gitano. Y habían llegado un par de jugadores que resultaron vitales para terminar de definir aquél estilo, como el inolvidable José Luis Saldaño (“Poroto”) y el chaqueño Mazo, al que habían “junado” cuando disputó el Nacional de 1973 con la camiseta de Juventud Antoniana de Salta.
Tantas veces se habló de ese equipo que juntaba a cuatro jugadores exquisitos en el mediocampo, como Mazo, Cococho Alvarez, Carlos López y Hugo Villarruel, que había debutado el año anterior —en el ‘74—, más el aporte de otro jugador de gran talento como Daniel Borgna, uno de los que había salido de aquellas inferiores de Gimnasia de Ciudadela que nutría por esos tiempos a los dos equipos que militaban en los máximos torneos.
Es posible que aquellos dirigentes todavía se estén preguntando por qué Colón no pudo llegar más arriba con esos jugadores y entrenadores. Después, los dos volvieron. El Vasco volvió a hacer una muy buena campaña en el 77. Vino un “arquerazo” como el Gato Andrada, había llegado un delantero con un gran poderío aéreo como José Artemio Luñiz y dos wines que se cansaron de tirarle centros como Lalo Vega y Daniel Vicente Aricó. También estaba la Chiva Di Meola, en plena vigencia y la sabiduría de Hugo Villarruel para mantener en alto aquella bandera que él mismo había empezado a enarbolar en los primeros tiempos. ¿Qué se hizo cuando el Vasco se fue?, se repitió la fórmula: volvió el Gitano Juárez para hacerse cargo del equipo desde 1978 hasta 1980, cuando los problemas económicos empezaron a ser el detonante y el “principio del fin” para aquella larga permanencia sabalera en los torneos de Primera, que se había inaugurado en 1966 y tuvo su punto final en 1981.
Claro que hubo otros grandes entrenadores que luego llegaron a Santa Fe y que realzaron la imagen de Colón. Esa es la historia actual, la más reciente, la de Chabay, Ferraro, Piazza, Bauza, Mohamed y Domínguez, por mencionar sólamente a aquellos que trascendieron por haber conseguido objetivos y sin que signifique ignorar a otros que dejaron su huella. Pero éstos dos, Urriolabeitia y Juárez, marcaron una época y ese sello distinguió a aquellos equipos y definieron un estilo. Con sus diferencias, sus métodos y sus enseñanzas, quizás trasladando a la cancha lo que eran fuera de ella, pero coincidiendo en lo escencial: el respeto por la pelota y por el buen juego.
Se pueden nombrar varios jugadores que fueron elegidos por los dos. Quizás, el caso más emblemático haya sido el de Cococho Alvarez, porque lo trajo el Vasco y fue uno de los preferidos del Gitano, prácticamente el cerebro de ese equipo del 75.
También hay un caso para comentar, el del “Gringo” Enzo Trossero. En noviembre de 1971, pasó de Sportivo Belgrano a Colón. También lo quería Newell’s, donde estaba el Gitano. Pero Colón pagó más y cedió jugadores. Así que en su caso le ganó la pulseada el Vasco al Gitano. Y con 18 años pasó a Colón. Después, le llegó el momento de jugar en la selección. “Con el Gitano Juárez a cargo de la Selección del Interior, algo que propició el Flaco Menotti desde su cargo de seleccionador nacional, fui citado para viajar por varios países; entre ellos, a Costa Rica. Allí, con 22 años, me entero de que me había comprado un club grande. El Gitano me dio la noticia pero no me dijo cuál era el equipo, para no crearme mayor ansiedad. Yo pensé que era Racing, club del que era hincha de chico, más que nada porque mi viejo no hacía otra cosa que hablar de la Academia, o San Lorenzo. De Independiente no me imaginaba porque tenía un gran equipo con grandes jugadores como el zurdo López, Pancho Sá, Semenewicz, y por eso me parecía que, en mí, no se iban a fijar. Pero para mi sorpresa, cuando la selección llegó a Ezeiza, en el aeropuerto me estaba esperando José Epelboin, uno de los capos de Independiente”, contó alguna vez Enzo Trossero.
Los jugadores de aquellos tiempos cuentan anécdotas tan jugosas como risueñas, sobre todo del Gitano Juárez. El que mejor definió a los dos, fue Edgar Fernández, aquél fantástico marcador de punta que alguna vez le metió un golazo desde atrás de la mitad de la cancha a Boca, en una goleada de Colón (4 a 1) en el 74. Dijo: “Durante la semana, me quedaba con el Vasco; pero los domingos, con el Gitano”, en clara alusión a cómo era el trabajo de la semana con uno y de qué manera resolvía el otro en el momento de tomar decisiones en medio de un partido.
Frases como “el Gitano nos daba dos o tres indicaciones en el entretiempo y acomodaba todo”, o “cuando empezaba el partido, al Gitano le llevaba diez minutos para darse cuenta cómo venía la mano, si podíamos ganarlo o si se nos iba a complicar”. En pocas palabras, un “visionario”.