Elda Sotti de González
Elda Sotti de González
—En su vasta obra poética es posible descubrir un universo plural y sorprendente que emerge del río y su entorno. ¿Cuándo percibió usted esa riqueza de imágenes que ofrece el paisaje litoral? ¿En qué circunstancia se produjo su relación dialógica con ese paisaje agreste?
—Desde los primeros libros, el río Coronda siempre estuvo presente como alegato de la infancia, pero indudablemente fue en “Isla adentro” donde ingresé de lleno a ese universo de aguas y de islas, donde reina el asombro y el misterio. Aquel libro representó una manera y un lugar para hablar conmigo mismo. La naturaleza, totalmente desnuda de lo social, fue un espejo que ayudó a reflexionar sobre la vida, la memoria, las pérdidas, el devenir y el silencio. Inicié así un diálogo metafísico que ya no pude soslayar.
—En algún momento usted comentó que sus tres últimos libros publicados representan posturas temáticas diferentes. Háblenos de esos libros.
—En los últimos meses aparecieron casi en forma simultánea tres nuevos libros, publicados por diferentes editoriales: “Andares”, “La Jornada” y “De abajo mira el cielo”. Cada uno contiene una postura temática que lo distingue. “Andares”, editado en la ciudad de Corrientes por Ananga Ranga, habla de obsesiones, dudas y emociones del creador; de homenajes a poetas y artistas que me deslumbraron, algunos como amigos y otros por su arte; de lugares del mundo que me conmovieron. “La Jornada”, editado en la ciudad de Rosario por Ciudad Gótica, refiere a la odisea de un ciudadano que viaja todos los días en tren, desde la más remota estación hasta el corazón de la gran ciudad. Y “De abajo mira el cielo”, editado en la ciudad de Santa Fe por la Universidad Nacional del Litoral, es una selección de poemas fluviales, algunos pertenecientes a libros anteriores y, otros, inéditos. Es mi homenaje al río, a sus orillas, a las criaturas que conviven en el cosmos isleño. A pura luz y encantamiento.
—¿Qué recuerdos tiene del Taller Literario de la Asociación Santafesina de Escritores?
—Los coordinadores Miguel Zanelli y Edgardo Pesante fueron excelentes precursores de la poesía y narrativa santafesina joven de los años setenta. Ellos supieron manejar al grupo como dadores de conocimiento, empujando el carro con paciencia y elocuencia. Cada uno de los integrantes fue construyendo su propio estilo y personalidad literaria. No había consignas, sólo respeto por el otro, escucharnos y volcar las inquietudes sobre un papel en blanco. Aquel taller literario de la biblioteca Mariano Moreno no sólo nos dio cobijo y aportó cierta lucidez en la apreciación de los textos propios, sino que también nos enseñó a tomar prudente distancia y luego cortar amarras en busca de nuevas expectativas e incertidumbres. Nos convencimos, por lo menos quien habla, que escribir era una manera de asumir un compromiso diferente ante la vida.
—Alejandra Pizarnik escribió: “Únicamente el lector puede terminar el poema inacabado, rescatar sus múltiples sentidos, agregarle otros nuevos. Terminar equivale, aquí, a dar vida nuevamente, a re-crear”. ¿Coincide con esta apreciación? ¿Piensa en el lector cuando compone un poema?
—Debo admitir que re-crear poemas es uno de mis vicios. Nunca los doy por concluidos, aún editados. Sé que en una próxima lectura les encontraré otro sentido. En eso estoy de acuerdo con el concepto de Pizarnik. Pero no pienso en el lector cuando escribo. Cuando uno escribe un poema no piensa en el otro, escribe para sí como forma de llegar al otro. Considero que la poesía no está ligada a lo inmediato, a lo coyuntural, a lo utilitario, aunque en cualquier momento habrá alguien que acudirá a ella. Desde ahí a la eternidad.
—Finalizando el siglo XIX, varios escritores franceses -los llamados poetas malditos- impulsados por un espíritu renovador, se sumaron al simbolismo literario. Para Cirlot, “la poesía simbolista quiere ser la vía perfecta para la huida del mundo fenomenológico y la entrada en el universo metafísico de las realidades esenciales...”. ¿Cuál es su posición frente a este movimiento artístico?
—Todo movimiento artístico nos presenta un dilema diferente. Y de una manera u otra queremos penetrar en él. El simbolismo fue la antesala del surrealismo: Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, poetas que intentaron explicar el mundo por fuera de una oscura realidad imperante a causa del auge del industrialismo. Nos enseñaron a encontrar desde la escritura nuevas sendas, sin recurrir al oficio de decir las cosas de una manera más confortable para el sistema. Ellos prefirieron mirar al mundo desde el borde del poema.
—La presencia de jóvenes en los talleres literarios revela que existe una naciente vocación creadora, limitada a veces por la inseguridad. ¿Cuál sería su mensaje para ellos?
—Siempre me atrajo el fenómeno de los talleres literarios. Son fuertes disparadores para quienes desean iniciarse en el mundo de las letras. Es muy importante la comunicación que se plantea entre el coordinador y el receptor, ya sea un individuo o un grupo. El objetivo fundamental es que cada tallerista logre crear su propio universo de ideas, imágenes y sensaciones. Se puede coincidir en los temas y en las propuestas, pero no en la toma de posición de cada creador. Y el coordinador debe estar atento a esto, ponerse a la par, para que nadie se sienta desilusionado con su quehacer, ni defraudado con la respuesta de quien evalúa su texto. Sólo sentirse acompañado por sugerencias orientativas. El tallerista debe aprender y actuar por sí solo, hasta darse cuenta del sentido y la forma de su escritura. Así podrá superar su inseguridad, encontrar un estilo que lo conforme y formar su propia personalidad literaria.
—En diciembre de 1945 y en la ciudad de Buenos Aires, Victoria Ocampo reunió en su casa a un grupo de intelectuales para debatir el tema “literatura gratuita-literatura comprometida”. Una de las conclusiones fue la siguiente: “Todo hombre tiene su compromiso en la vida y, aunque quiera, no podrá desprenderse de él”. ¿Qué piensa usted sobre el tema aquí expuesto?
—Nada más comprometido que la palabra. Históricamente, el poder le ha tenido más temor al poema que al poeta, aunque prefiera eliminar al mensajero, porque entiende que es quien adopta la responsabilidad social y política ante la realidad. Pero el poema tiene la posibilidad de viajar por todos los sentidos y abarcar de diferentes maneras la idea de crear algo nuevo. Incluso nos hace valorar el silencio. La poesía, como cualquier manifestación del arte, cualquier revelación de la belleza, es siempre un acto de compromiso. Ella convive con lo verdadero, que tiene que ver con la mirada, la percepción, los sentimientos y la reparación. Y nuestro compromiso como poetas es aceptar su mandato, más allá de la otra verdad que se manifiesta a través del uso y abuso del poder, porque abruma y corrompe los valores e ideales.
—Desde su profesión de sociólogo, ¿encuentra o establece usted algún vínculo entre la sociología y la poesía?
—Son dos disciplinas que observan y obran a través del entorno social. La sociología estudia la sociedad en todas sus variables y condiciones. La poesía recurre a vivencias y videncias que provienen de la relación del poeta con el mundo que lo rodea. Además, desde la escritura propiamente dicha, la sociología ayuda a la poesía a interpretar con mayor profundidad las relaciones sociales y humanas, mientras que la poesía ayuda al sociólogo a fertilizar el uso del lenguaje. En mi caso, ambas conforman una especie de fe metafísica, cuya misión apunta a resignificar lo social a través de la palabra poética.