"Las opiniones son libres...los hechos son sagrados". Punto. En medio de la incertidumbre total que genera el fútbol argentino ("No es momento de jugar", dijo en exclusiva Nicolás Russo, vocero de AFA, a El Litoral), las estadísticas marcan que Colón es uno de los clubes que más jugadores desvinculó en la "barrida" y que menos incorporó: en los papeles, Piovi y la apuesta cafetera, pero ninguno de los dos oficializados por la entidad del Barrio Centenario.
Está más que clara la política deportiva de Colón en la post pandemia, cuya bajada de línea deberá gambetear de la mejor manera el "Barba" Domínguez: economía de guerra. Por los menos, hasta que pase el vendaval. Nunca mejor dicho lo de "Hay que desensillar hasta que aclare". Y nada tiene que ver la ocurrencia del General Perón al asumir Onganía la presidencia tras el golpe de Estado en 1966. Acá, es Vignatti y Domínguez. Mano a mano, como en el tango.
Acallados los ecos del 9/11, con la histórica, única e irrepetible Final Única en "La Olla" de Asunción de Paraguay, unos meses después la idea de Colón pasa por "rascar la olla". Es decir, el "Barba" sabe que deberá cocinar con lo que tiene y no con lo que quiere. Desde los años tiernos, siempre el presidente José Vignatti jugaba con la figura de: "Una de dos: o compramos buena carne...o traemos un buen asador".
Está claro que los mejores asadores que pasaron por el club (Martino, Bauza, Basile, Maturana y tantos otros más), en Colón ni siquiera lograron prender las brazas para arrancar el fuego. Y cuando se compró carne de primer nivel, como el año pasado, al cocinero de turno (Pablo Lavallén) le gustaba la "comida chatarra". Ahora, sin dudas, asoma un mix: los restos que quedaron de "La Olla" y un cocinero que deberá rascar la olla, pasar el pan y conformarse con lo que hay.
El riesgo deportivo de Eduardo Domínguez, esta vez sin compromisos por copas continentales y sin clásico a la vista, parece nulo. El riesgo político de la actual gestión, con una decisión casi inminente de "elecciones pateadas para el año que viene" (se debían realizar en diciembre de 2020, algo prácticamente imposible por estos tiempos de Covid), parece extinguirse por cuestiones naturales. Y el riesgo del veredicto popular, con la gente teniendo la cabeza en otra cosa y no en la pelotita, tampoco asoma como una amenaza. Es decir, un combo ideal para la tijera loca: recortar, recortar y recortar.
En el último año, sin dudas, Colón tiró manteca al Salado. Primero, porque Vignatti estaba convencido que "podía dar el golpe en un torneo corto". De hecho, buscó a Julio Avelino Comesaña (otro que acá pasó con pena y hace algunas horas en Barranquilla volvió a abrazar la gloria) el día de la mismísima final con el Paranaense, el 12 de diciembre de 2018, horas antes de pisar el Arena da Baixada de la ciudad de Curitiva. Era una postal bizarra por donde se la mire: dos dirigentes contratando un entrenador antes de jugar una Final. Como casi todo lo que se le pone como idea fija, para bien (como casi siempre) o para mal (como en los últimos tiempos), Vignatti lo consigue: ¡Se lo trajo a Comesaña nomás!.
Estaba claro su rumbo: "En seis partidos se gana una Copa", concepto que aplicaba para la Conmebol Sudamericana o para la Copa Argentina. En ese "gastadero" de plata, hubo de todo: jugador-franquicia de Atlético Tucumán ("Pulga" Rodríguez), goleador de la Copa Libertadores (Wilson Morelo) y en el medio del río el pase millonario (más de un palito "verde") de Federico Lértora, la figurita que todos buscaban. En el revoleo, claro está, "plata quemada": Cadavid, Celis siempre lesionado y la irresponsabilidad del "Sicario" Ortega. Con virtudes y defectos, quedó a 90 minutos de esa idea/gloria fija. En fútbol, para mí, quedó a años luz con un equipo y un entrenador que nunca dieron la cara como sí lo hicieron esas 40.000 almas. Historia terminada.
Si quedaba algún residual de las ventas de las ultra-gastadas transferencias de Alario-Conti, las mismas se fueron por la desesperación del descenso. En el inicio de 2019, Colón tiró la casa por la ventana para salir campeón. En el inicio de 2020 terminó de "quemar" el resto por el miedo del promedio. Se pasó del placer (buscar una estrella) al sufrimiento (gambetear el descenso). No hace falta explicar la que se llevó a Elche un tal Bragarnik por Brian Fernández. De paso, Rafael Delgado, Bruno Bianchi, Lucas Viatri y Rafa García llegaron con sueldos top, más allá de cada operación individual con clubes o representantes.
Sin poder cerrar, esta vez, alguna venta importante "a lo Vignatti", la caja de Colón está cada vez más chica. Estampida de socios y barrida de sponsors: un combo letal. Se fue libre el tucumano Galván a la MLS y por ahora Álex Vigo se queda, más allá que ahora aparece Boca y lo tiene en un "amplio" radar como River.
Así las cosas, todo queda en manos de la tranquilidad que transmite el "Barba" Eduardo Domínguez, una especie de "Tótem" para estos tiempos de economía sabalera de guerra. Es posible que la nueva normalidad haga espacios para chicos como Leandro Quiroz, Eric Meza, Brian Frioli o Santiago Pierotti, por nombrar a algunos de esa "pibada" que corren a la par de los "jugadores caros" que quedaron en pie.
La gallina ya no pone huevos de oro en Colón. En términos de campo, la teta de la vaca ya no alcanza para todos los que quieren leche. Se viene un equipo nuevo, casi gasolero en materia de fichajes, que podrá potenciarse si se da el milagro que Brian haga lo mejor que sabe hacer: jugar a la pelota. Con el mayor respeto a Piovi y el desconocimiento de cómo juega el colombianito que llega, el único pleno en pandemia pasar por jugar todos los boletos al "38".
Es el que puede salvar a Colón, antes de quedar en Pampa y la vía, seco y loco, con ese solo boleto de tranvía a cambio de diez centavos. Es que nunca es bueno ponerle tanta plata al mismo "burro".