Por Jorge Bello (*)
Toda una sociedad fracasa cuando la niña queda embarazada. Y quien se atreva a levantar en su contra el dedo acusador, o siquiera la mirada, o incluso el pensamiento, más le valdría sufrir en carne propia el cruel mordisco de la miseria.
Por Jorge Bello (*)
Me contaban que quien le vacunó el recién nacido la había visto embarazada, y todavía una niña, andando por las arenosas calles de Colastiné Norte. Iba con otras chicas, y se reían, movedizas, y apelaban sin mucho éxito a la generosidad del ocasional transeúnte.
Toda una sociedad fracasa cuando la niña queda embarazada. Y quien se atreva a levantar en su contra el dedo acusador, o siquiera la mirada, o incluso el pensamiento, más le valdría sufrir en carne propia el cruel mordisco de la miseria.
La enfermera la reconoció enseguida, ya puérpera, poco después de parir en la maternidad del hospital, y ya no se reía. Quien lloraba era el bebé. La saludó con profesional cortesía, y una vez más comprendió que ya no era tiempo para sermones. Comprendió, en cambio, con maternal profesionalidad, que ese mismo día tenía que comenzar el difícil proceso de integrarla en sociedad, y que teníamos que recibirlos a los dos, con los brazos abiertos. Al verla y darse cuenta, el bebé dejó de llorar.
Entonces, a la enfermera le pareció ver que el bebé la miraba como sólo los bebés saben mirar, y que movía los labios, y que abría un poco la boca como quien se dispone a decir algo importante.
Los bebés imprevistos, no deseados, que proceden de un embarazo adolescente, ingenuo, imprudente, negligente, como jugando, estos bebés son de los bebés más vulnerables. Son más vulnerables que otros a causa del entorno donde nacen y donde tendrán que crecer y desarrollarse.
De este entorno no pueden salir. No podrán salir, ni la madre ni el bebé, excepto que reciban reconocimiento social y ayuda oficial. Se necesita saber quiénes y cuántos son, dónde están, qué hacen, de qué manera los podemos integrar.
Hábil como sólo son hábiles las enfermeras, lo vacunó con BCG, la vacuna contra la tuberculosis. Medio mundo vacuna a sus recién nacidos con esta vacuna. Protege contra las formas más graves de la tuberculosis infantil.
Durante el breve procedimiento de la vacuna, la madre del bebé tragó saliva y sintió que hacía de tripas corazón, y lo mismo sintió la enfermera, pero ninguna de las dos madres dijo nada. Y el bebé entendió que ese no era momento para llorisqueos inútiles.
Luego la enfermera la saludó sin apuro, y sin apuro se dio vuelta como para irse. Y si no fuera porque sabe que los recién nacidos no hablan, hubiese jurado que en el momento de darse vuelta para irse el bebé le decía alguna cosa.
Se detuvo. Se volvió hacia el bebé pero el bebé ya cerraba los ojos mientras levantaba el brazo derecho, el de la vacuna, y le agitaba la mano, como quien saluda.
La ciudad estaba paralizada por la orden de encerrarse para impedir la llegada del virus, y las clases habían sido suspendidas para impedir la expansión del virus y de su enfermedad. Ya se sabía entonces, tanto como se sabe ahora, que esta enfermedad afecta más a los pobres, a los que no tienen trabajo, ni obra social, ni futuro.
Durante el similar confinamiento que se impuso para vencer al virus del Ébola, además de registrarse un aumento de los casos de violencia doméstica, de la cual los niños fueron atónitos testigos, se registró un aumento de embarazos adolescentes, no deseados, imprevistos, juveniles.
Me pregunto si acá se registran los casos de embarazos pobres y adolescentes, y si hay un seguimiento posterior. Me pregunto si a cada bebé imprevisto se le asigna un pediatra y una enfermera de pediatría, en el centro de salud más próximo, para que controlen si se desarrolla bien, para ver si lo quieren, si come lo que debe y si está limpio y cuidado, y si recibe las vacunas y los controles. Como si tuviera obra social. Me pregunto si la madre recibe asesoramiento sobre cómo evitar el próximo embarazo.
Me pregunto también si alguien se pregunta si este año hay más embarazos adolescentes que el año pasado, y más casos de abuso infantil, y de explotación laboral de niños. Y me pregunto si se pregunta por qué.
En Sierra Leona, África, el cierre de las escuelas por causa del Ébola comenzó en marzo de 2014, duró nueve meses y afectó a poco más de un millón y medio de alumnos. Durante este tiempo, diversas organizaciones denunciaron tanto el aumento de casos de explotación laboral infantil como el aumento de casos de embarazos entre adolescentes. Recomenzadas las clases, no fueron pocas las que no pudieron ir a clase por tener que quedarse en casa, como si fueran madres, como si tuvieran obra social.
El bebé había cerrado los ojos pero, tal como suelen hacer los bebés, no dormía. Se mantenía atento, vigilante, olía a leche de pecho, mantenía los ojos cerrados. La enfermera, en cambio, mantuvo los ojos bien abiertos porque ya sabe que sólo los bebés, sólo ellos, tienen derecho a cerrar los ojos. Todos los demás, pensó, no debemos, no podemos cerrar los ojos. Ni mirar para otro lado.
Y si no fuera porque sabe que los recién nacidos no saben guiñar un ojo, hubiese jurado que el bebé le guiñó el ojo derecho, el del lado de la vacuna.
Toda una sociedad fracasa cuando la niña queda embarazada. Y quien se atreva a levantar en su contra el dedo acusador, o siquiera la mirada, o incluso el pensamiento, más le valdría sufrir en carne propia el cruel mordisco de la miseria.
(*) www.bello.cat