Sonia Rosa Tedeschi
Sonia Rosa Tedeschi
Tengo la satisfacción de poner en noticia de V. S. que en la noche del 9 realicé mi proyecto de impedir la invasión contra la provincia de su mando. Tuve buen resultado y ha recaído en mí el mando del ejército. En esta virtud, puede V. S. reputarme por un amigo, que no desea otra cosa que la felicidad del país, casi arruinado por la guerra civil que debemos terminar de un modo amistoso… ".
La carta de Juan Bautista Bustos al gobernador santafesino Estanislao López, fechada el 12 de enero de 1820 en el Cuartel General de la Esquina, refiere al levantamiento militar en la Posta de Arequito que tanta implicancia tuvo en el nuevo mapa del poder y de las instituciones, configurado desde entonces en el Río de la Plata.
Al cumplirse otro aniversario, queremos rescatar la potencialidad política del acontecimiento con su profundo sentido histórico y recuperar la voz de los propios actores. Un episodio que merece un lugar de memoria como lo es el magnífico conjunto escultórico "Monumento a la Sublevación Federal" de autoría de Augusto Daniel Gallo, erigido a las puertas de la localidad en 2013 como un emblema de identidad local: una obra hecha en hierro que moviliza emociones pese a la naturaleza fría de sus materiales… quizás sea por una combinación entre la exploración artística de ese metal y el fluir del propio fuego interior al momento de crear que ha confesado el autor.
El mérito de la desobediencia: la reafirmación de la autonomía de los pueblos, la Federación y el plan de Independencia.
Este motín contra el poder central a cargo del Director Supremo con sede en Buenos Aires, fue protagonizado por tropas del Ejército Auxiliar del Perú –también llamado Ejército del Norte- en el marco del proceso desatado por la revolución y sus variados frentes de lucha. En el frente militar, las misiones del Ejército Auxiliar para contener a los realistas en la frontera altoperuana fueron parte del plan libertario junto a las del Ejército de los Andes hacia Chile y Perú, dirigidas por José de San Martín. En el frente político, las profundas diferencias entre centralistas y autonomistas se manifestaron en virulentos discursos y en el campo de batalla.
Desde 1815, la tensión entre las políticas del Directorio y las aspiraciones de autonomía bajo régimen de Federación se fue intensificando. Santa Fe, integrante de la Liga de los Pueblos Libres, sufrió repetidas invasiones de tropas porteñas oponiendo férrea resistencia. El Director José Rondeau, ante la imposibilidad de doblegar al Litoral artiguista solo con sus tropas, ordenó que parte del Ejército de los Andes y del Auxiliar del Perú acudieran en su apoyo para someter a los "disidentes federalistas".
San Martín se negó a cumplir la orden aclarando con firmeza: "Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas, como éstas no sean en contra de los españoles y su dependencia". En cambio, el Ejército Auxiliar comandado por Francisco Fernández de la Cruz bajó obediente hacia el Litoral. No era la primera vez que el gobierno central convocaba a esa poderosa división militar, desde 1816 la usaba para controlar insubordinaciones provinciales y asegurar gobernabilidad. Pero en esta oportunidad, hubo un fuerte descontento por la orden de un Directorio evidentemente debilitado y falto de suficiente legitimidad: este marco de crisis dio lugar a la desobediencia. Al llegar a Arequito, la mayor parte de oficiales y tropas se rebeló con Juan Bautista Bustos a la cabeza y el apoyo de José María Paz y Alejandro Heredia. Los principales oficiales del Regimiento, junto a de la Cruz, fueron apresados y se iniciaron negociaciones que terminaron por fragmentar a ese Ejército y sustraerlo de la subordinación directorial. Así, muchos de sus batallones se unieron a los ejércitos provinciales, participando más tarde en los enfrentamientos entre unitarios y federales.
El motín no fue un hecho aislado sino parte de sucesivos focos violentos contra la autoridad abusiva del Directorio desde fines de 1819. Lo reconocemos como inmediato antecedente de la batalla de Cepeda del 1º de febrero, en la que las fuerzas de Estanislao López y Francisco Ramírez vencieron a las de Buenos Aires al mando de Rondeau. Los resultados de este asalto final fueron la caída del Directorio y la disolución del Congreso Constituyente centralista.
Discutimos la definición tradicional de esa coyuntura como "la anarquía del año XX": en ella existe un orden lógico y a partir de ella se genera un cambio radical en el mapa del poder y la organización institucional, dando inicio a la formación de Estados provinciales autónomos y su vinculación formal a través de Pactos. Si tenemos en cuenta estas consecuencias, la percepción de Paz en sus Memorias fue muy acertada: denominó revolución al motín, detectando en él un signo real de cambio político más que una reacción de coyuntura.
El motín en la escritura de la Historia, en las Memorias y en el Arte.
La historiografía tradicional ha tildado a este motín de "defección", como acto de deslealtad y hasta de satisfacción de aspiraciones personales de poder, que manchan toda derivación que pueda ser considerada como positiva. Nuevos estudios lo están ponderando como producto de una maduración del proyecto federal y adhieren a los motivos señalados en las Memorias de Paz y de Aráoz de Lamadrid en cuanto a la no intervención del ejército en guerras internas y a sostener su principal misión de resguardar las fronteras contra los realistas. Pero hay más motivos: los de esa tropa conformada principalmente por soldados y milicianos de las provincias del Interior, seres anónimos que se negaban a ver transformada su participación en la causa patriota por otra basada en intereses políticos ajenos, un cambio de planes que no merecía los esfuerzos personales de estar alejados de sus lugares de origen y de sus familias.
En la concepción de las figuras que componen el Monumento, Gallo expresa magistralmente el concepto de ruptura, mostrando el signo real de cambio que se potencia a partir de ese acontecimiento. Un signo traducido en el punto de fuga de la obra, pero un punto de fuga no pensado desde la perspectiva artística como representación visual sino como parte de una estrategia compositiva que da coherencia al discurso de la escultura en sus principios, desarrollo y desenlace enfatizando en las proyecciones del hecho. Esa trama escultórica concretada a golpes en el yunque, en el temblor de la amoladora y en medio de las chispas del soldador, representa, a juicio de su creador, la fuerza y la convicción con la que actuaron esos hombres para cambiar el curso de la historia en el Río de la Plata. Gallo pretende convertir a su obra en una síntesis histórica y no en una suma de detalles inconexos, le interesa la aparición genérica de los que actuaron en esos sucesos, por ello no tiene la intención de construir próceres inalcanzables para la sociedad sino que en esa composición mixta de oficiales y milicianos, resalta a los anónimos al no identificar sus figuras… esto tiene un interesante fundamento por parte del escultor: quiere acortar distancias entre el observador y el hecho histórico que se condensa en esa pieza férrea, un rasgo que lo muestra en su más fina sensibilidad y en sintonía con los mejores postulados de la divulgación histórica plasmados en un formato no convencional.