En 2020, Antonio Birabent publicó cuatro álbumes y avanzó en material futuro. Pero la producción que más impacto causó fue el segundo episodio familiar junto a su padre Moris, “La última montaña”.
Gentileza Augusto González Polo Moris y Antonio Birabent, sangre de la misma canción.
El año pasado, la pandemia planteó una serie de dificultades y desafíos a todos los sectores, entre ellos, la industria cultural. Algunos artistas “aprovecharon” el encierro para avanzar en grabaciones, rescatar proyectos “perdidos” (pero no olvidados) o fidelizar aún más el vínculo con el público. Antonio Birabent fue uno de ellos: entre marzo y diciembre publicó “Las Lenguas Muertas” (Las Lenguas Muertas), “El interior del volcán”, “Flores en Versalles” (con Marcelo Filippo) y “La última montaña” (con Moris). Junto a El Litoral, el músico buceó en la pulsión y el concepto a partir de los cuales urdió cuatro hiladas más a un entramado prolífico y ordenado por el azar.
Entrar y salir
“Fue un año especialmente fructífero, de mucho trabajo casero”, señala Antonio. El paso inicial fue decididamente grupal. Por primera vez en sus más de 25 años de trayectoria, participa de una banda, completada por Ariel BB Sanzo Minimal, Claudio Leiva y Marcos Rocca. Esta aventura, paralela como todo en el universo Birabent, ya cuenta con un EP publicado a principios de año y otro de versiones, donde sobresale una interpretación de “Atmósfera pesada”, de Sandro. Además, anticipa el cantante, “tenemos listo un disco de 13 canciones”. La vivencia es “fabulosa, muy gratificante, con canciones que nos encantan y conmueven”.
También fue “una manera de combatir el encierro” con discos muy diversos, enlazados por “la necesidad de comunicación y expresión”. Y la compañía. Ya que lo solista no quita lo plural; en todo caso, alimenta la búsqueda de alianzas. “Con los años, he tenido experiencias muy grupales”, reconoce Antonio. “Hijos del Rock” (2016) es una obra de 17 estaciones compuestas con músicos argentinos variados. Una odisea. “Recuerdo y pienso: ¿Cómo fui capaz de hacer eso? Porque fue trabajoso, más organizar que componer. Componer con otros, como con mi padre, siempre me gustó. ‘Se me da bien’, dirían en España. Modestia aparte, tengo mucha facilidad para entrar y salir del mundo del otro, sea poniendo una música o aportando una letra. Hace unos días, Palo Pandolfo me dejó un mensaje y dijimos: ‘Compongamos un tema’”.
El lugar viene a mí
En todo este tiempo, léase desde 1994 a hoy, la discografía Birabent se ha constituido como un artefacto expresivo mutante con identidad propia. Crea y exige gramáticas de recepción particulares, desde las cuales sus producciones admiten una multiplicidad de cronologías (o universos paralelos). “El interior del volcán”, editado este año, se ubica temporalmente luego de la pieza poético-musical Oficio: “Juglar” (2018). Ahora bien, tranquilamente podría considerarse sucesor de la dupla “Hijos del Rock / O” (2016); por no decir, hermano dilecto de “Armonía Casera Mayor” (2009). Lo mismo se aplica al proyecto (avanzado) junto a Víctor Volpi de versionar canciones propias a quinteto de cuerda, cuyo germen posible es quizá “Sopa” (2008).
A fin de cuentas, para Antonio, la vorágine calma, el caos y el orden no se llevan tan mal. Al haber hecho discos tan distintos en lo sonoro, tal vez no se note tanto, pero hay un lugar al que vuelvo siempre, reconoce. Tengo claro que no hay una voluntad; no es que decido volver, el lugar viene a mí. El gesto de reescribirse a sí mismo (sin dejar de ser un hombre nuevo) se detecta en algunas expresiones, entre las que el músico destaca una idea fuerza: hay que saber setear la intención (“El interior del volcán”, 2020). También, podrían incorporarse otras como armonía casera mayor (resituada en el track pandémico “Mente y corazón”) y yo trabajo con el error (“Flores en Versalles”). Ésta última fue escrita por uno de los letristas fundamentales del rock argentino desde los ‘80, Marcelo Scornik. Cuino dijo esa frase y yo le dije que se escriba una letra. Entiendo que el error nos rodea constantemente, y a mí me cuesta amigarme con él, pero no queda otra.
Manos libres
El viernes 18 de diciembre, Antonio y Mauricio Birabent (Moris) publicaron oficialmente La última montaña. Es imposible no ligar el álbum con la primera asociación discográfica entre padre e hijo titulada “Familia Canción” (2011). El espíritu familiar se hace patente, además, en el arte de tapa del álbum, una cuadro de la madre de Antonio, Inés González Fraga. Pero no termina ahí. Antes, un dibujo de su hermano José abrió “El interior del volcán” (y, años atrás, “Lápiz, papel y guitarra”, 2013).
Según Birabent, “La última montaña” se diferencia fundamentalmente de “Familia Canción” porque surgió sin pensarlo. En su arcón emocional, encuentra una foto que atestigua el proceso. “Sentado en mi casa, con el teléfono fijo apoyado en la oreja y el hombro, para tener las manos libres y poder tocar la guitarra. De ese modo, Antonio le pasaba a su padre unos acordes que pensó para una de sus letras. Fueron momentos, rememora, donde iban y venían letras y músicos, y donde fuimos encontrando por azar un disco que no esperábamos”.
Más cercanas
“La última montaña” fue publicado 50 años después de “Treinta minutos de vida”, debut de Moris y clásico del rock argentino de todos los tiempos. Creo que ninguno tenía claro ese número, asume Antonio. “Lo primero que me llega de mi padre es la etapa española, porque cuando estábamos aquí yo era muy chico. Empecé a escuchar canciones que sabía que eran de él cuando tenía 9 ó 10 años. Después, conocí su etapa argentina previa”. En ese recorrido son muchas las pinceladas que asoman: “me llegan, me resultan cercanas, las quiero.”
Hace unas semanas, en su programa “Planeta Nebbia” (Radio Nacional), Litto hizo un especial dedicado a Moris. Entre otras canciones, seleccionó “Muchacho del taller y la oficina”, una de las preferidas de Antonio (“mi padre hace mucho no la canta”), y que resuena, en la urbe contemporánea, en “Mil hombres y mil mujeres”. Nebbia, además, se abraza al planeta Birabent, al sumar su voz a “Nieva en Buenos Aires”. Litto, admirado y querido por ambos, aporta “su corazón y su magia”, resume Antonio. “Las primeras veces que lo escuché no podía dejar de llorar. Por esa conjunción de voces: la de Litto, la de mi padre, la mía. Se armaba algo muy sentimental. Además, siento sus voces (cada una con su color) más cercanas que nunca”.
Hombres de ciudad
“Cuando las ciudades caigan / yo sé qué haré / (...) yo estaré con mi guitarra al hombro”. El extracto pertenece a la apertura de "Familia Canción", y sirve como mantra de la urbanidad-a-lo-Birabent. Es que padre e hijo son hombres de ciudad. Ese aura citadino, ya presente en “Salgo a caminar”, impregnó la trilogía involuntaria de Antonio: “Buenos Aires” (2003) - “Tiempo y espacio” (2005) - “Demoliciones” (2007). "Son marcadamente urbanos. Urbanistas, casi. No sé cuántos discos del rock argentino tienen agradecimientos a historiadores porteños como ‘Demoliciones’” (risas).
La ciudad “ya fue moderna en el ‘30”, cantó Antonio recuperando a Beatriz Sarlo (“Vivo lejos”). Tanto en él, como en el autor de “El oso”, es una marca de nacimiento: “nos moviliza, nos condiciona: para bien, para mal. Nos hace escribir, nos inspira. Evidentemente, hay lugares donde nos toca a los dos la misma fibra. Iba a decir que yo soy aún más urbano que él. No lo sé... En mi caso, tal vez, hay una obsesión más marcada”.
El ojo y el oído urbanos aparecen de distintos modos en “La última montaña”. Uno de sus puntos más altos es “Dónde irán a dormir”, reflexión musical que remite a “Dónde va la gente cuando llueve”. En palabras del autor de la letra, “ha despertado más respuestas y devoluciones de las que esperaba. Es una descripción certera y atenta, con la antena parada, de una postal urbana y anacrónica. Porque cada vez menos gente lee en los bares y cada vez hay menos viejos mozos criollos en Buenos Aires. Podría ser una letra de tango. Yo estaba sentado en un barcito de San Telmo, vi esa imagen y me puse a escribir. Cuando estaba terminando, miré por la ventana y pasaron dos morochazos argentinos con un colchón en la cabeza. Lo llevaban entre los dos. Lo primero que me pregunté fue: ‘estos tipos, ¿dónde irán a dormir esta noche?’. Es la magia de lo que la canción congela al instante”.