La profesión de ingeniero lo dotó de ejecutividad en sus acciones. A Miguel Lifschitz siempre se lo notó más feliz ejecutando que legislando. Sabía y admitía la necesidad de la negociación, de la rosca política, del debate, pero siempre prefirió la acción, la ejecución. Los ocho años de intendente y los cuatro de gobernador dejaron en claro su decisión de transformar desde la política. Los cuatro años como senador por el departamento Rosario los tomó como un paso más para instalar su candidatura a nivel de la alianza progresista y para un mayor conocimiento ciudadano que para legislar. Estos primeros dieciséis meses como presidente de la Cámara de Diputados también estaban pensados para su objetivo principal que era volver a la Casa Gris en el 2023. El coqueteo con la posibilidad de ser candidato a senador nacional fue más una estrategia para mantener unido en algún objetivo al Frente Progresista que una posibilidad cierta de irse al Congreso de la Nación en caso de salir airoso de esa elección. Alguna vez le preguntó al cronista cómo aguantaba tantas horas de debates parlamentarios. Le incomodaba y se notaba. En cambio disfrutaba caminar el territorio.
Durante su gestión como gobernador visitó todos los sitios de la provincia. No quedó colonia o pueblo sin visitar. Se jactaba que el último había sido Carlos Silvestre Begnis, obviando el primer mandato de Carlos Reutemann quien también llevò su figura por todo el territorio.
Llegó a la Casa Gris superando por un puñado de votos a Miguel del Sel con quien terminó compartiendo comidas más allá de la política. Antes había llegado a la intendencia de Rosario también ganando por un puñado de votos al justicialista Norberto Nicotra. Desde la silla de intendente y de gobernador se dedicó a construir poder primero en el socialismo y luego en el Frente Progresista. Tuvo diferencias con Hermes Binner y con Antonio Bonfatti y esas diferencias le impidieron llevar adelante su propósito de reforma constitucional y reelección.
Fue el primer gobernador desde 1983 hasta la actualidad que se encontró con una mejor situación económica que sus antecesores y fue por que días antes de asumir la Corte Suprema de Justicia le dio la razón a Santa Fe en el juicio por coparticipación de Ganancias y autarquía Afip que le detraían sin consentimiento. Su gestión se encontró con holgura de fondos más un crédito externo tomado tras el aval de la Legislatura (fue la mitad de la solicitado). Así su gestión puso en marcha mucha obra de infraestructura especialmente en el sur y el norte del territorio. Las diferencias con la gestión municipal de José Corral fueron postergando a la capital.
Su fuerte impronta de gestión no tuvo correlato en sus armados políticos. Así el Frente Progresista obtuvo magros resultados en las elecciones de 2017 y 2019 para cargos en el Congreso. Tampoco tuvo éxito el armado de Consenso Federal con la fórmula que encabezó Roberto Lavagna para presidente intentando superar la grieta entre macrismo y kirchnerismo.
Su gestión como gobernador coincidió con la presidencia de Mauricio Macri. Nunca hubo feeling entre ambos. Dialogaron pero sin grandes avances.
Le dolió la derrota electoral interna del socialismo en Rosario. Fue a manos de un aliado –Pablo Javkin- a quien le demoró más de lo adecuado reconocerle el triunfo. También la pérdida de la banca del departamento Rosario en el Senado. Es que la inseguridad fue la pata renga de la gestión. Hubo en su mandato un intento fuerte de cambiar la inercia a la suba de indicadores en la materia de los años anteriores del Frente Progresista pero no alcanzó a percibirlo la sociedad.
De puño y letra armó la lista de diputados que lo condujo a la presidencia de la Cámara. La mitad de los representantes del Frente Progresista son socialistas. También fue activo partícipe de impulsar a Mónica Fein como presidenta del PS y la continuidad de Enrique Estévez. Todo apuntaba al 2023, a volver a la Casa Gris, hasta que apareció el Covid.