Martín Weber estrena su ópera prima, “Mapa de sueños latinoamericanos”: un documental que busca reencontrarse con aquellas personas a las que retrató durante 21 años a lo largo del continente. En diálogo con El Litoral, repasó esa búsqueda de la propia voz de los silenciados.
Gentileza Martín Weber Realidades: Jineteras en La Habana durante el Período Especial, queriendo casarse con un yuma (estadounidense); y Cristian, el chico colombiano que quería morir.
Entre 1992 y 2013, Martín Weber recorrió Latinoamérica fotografiando en el camino a sus protagonistas, pidiéndoles que escribieran un deseo en una pequeña pizarra de madera. Años después emprendió un nuevo viaje por esas mismas ciudades en busca de aquellas personas. ¿Qué fue de sus vidas? ¿Y qué fue de sus sueños? Los paisajes latinoamericanos se suceden y se confunden. En todos alguna forma de violencia parece haberse mantenido de algún modo, así como las miradas de esas personas sosteniendo entre las manos un deseo.
“Mapa de sueños latinoamericanos”, ópera prima de este artista multimedia, tendrá su estreno en la sala Malba Cine de Caba el próximo 8 de julio. El Litoral se anticipó para charlar con este creador y conocer más sobre su periplo americano.
Gentileza Martín Sigal Martín Weber, fotógrafo devenido en realizador audiovisual.
Martín Weber, fotógrafo devenido en realizador audiovisual.Foto: Gentileza Martín Sigal
De primera mano
-¿Cómo surgió el proyecto original de salir a recorrer Latinoamérica a los 23 años para retratar esos sueños en blanco y negro y con una pizarra?
-Es una historia que es mucho anterior a las fotos. Como artista uno hace la mejor obra desde esa honestidad que tiene que ver con qué es lo que le pasa en función al contexto en que se mueve. Y esto me retrotrae a mi infancia y adolescencia, mucho antes de las primeras imágenes y/o acciones: porque no son sólo fotografías si no performances, situaciones, acciones qué se producen en colaboración con las personas que aparecen en las imágenes.
-Es una construcción.
-Sí. Empecé este proyecto mientras estaba estudiando Licenciatura en Arte, toda una parte teórica, y en donde justamente me cuestionaba la fotografía como práctica. Una de mis intenciones era demostrar cómo en definitiva son construcciones, de una manera u otra; pero en este caso hacerlas evidentes.
Fui al Nacional Buenos Aires en Capital, en los recreos había alto nivel de discusión: eran los primeros años de la democracia, y también estaba en el aire la revolución nicaragüense y se discutía sobre eso. Me acuerdo de tener no sé si una epifanía, pero si claridad en decir: “Che; la verdad que no tengo la más puta idea de esto, estoy repitiendo información”. Ahí surgieron dos cosas: una de que quizá las imágenes que cruzaban por mi cabeza habían sido producidas por europeos o norteamericanos; y otra es esto: por qué no ir a buscar testimonios directos, “que no me la cuenten”.
Después viene lo de aprender distintos oficios: tuve la suerte de que a los dos años vino Horacio Coppola, el fotógrafo, que en ese momento tenía 83 años ya, a dar un taller al colegio. También volví por primera vez a Chile, donde yo había nacido, después de que mis padres se habían ido tras de la Noche de los Bastones Largos durante (la dictadura de Juan Carlos) Onganía; mis padres, sin tener una filiación política o una militancia, como tantos objetores de conciencia decidieron irse en protesta. Llego todavía con Pinochet: tengo la experiencia de lo que es levantar una cámara y que un carabinero te apunte y te diga que la bajes.
A mi regreso Horacio se había cansado, y lo convencí de que me tomé de aprendiz. También me marcó muchísimo un director de fotografía de cine, (Félix) “Chango” Monti; y estudié dibujo y actuación para hacer este proyecto de los sueños, que tiene mucho de puesta en escena, de teatralidad, de performance. Y se fueron conectando todas estas ideas.
Para principios de los 90 ya pensaba en las imágenes que aparecían en los medios con un epígrafe, y uno estaba condicionado a leer esa imagen dirigida por ese epígrafe, que se colocaba en una redacción a kilómetros o a distancias culturales del lugar donde habían sido realizadas. Me preguntaba por qué no devolver ese poder sobre su representación a aquellos que estaban siendo representados dentro de la imagen. La idea de empoderar, que era una palabra muy usada a principios de los 90, y la de reejercitar la libertad de expresión, que era algo que no habíamos hecho durante mucho tiempo, y que era lo que todavía estaba faltando.
Tenía mucho de cuestionar algo con lo que nunca estuve de acuerdo, que es “la mosca en la pared” para lo que es la fotografía documental o el documentalismo en el cine; me interesaba marcar que son construcciones. En este caso era devolviendo poder y voz al representado y generar una construcción más horizontal, donde el fotógrafo fuese el que tiene el oficio y el que trae la propuesta, pero recobrando el punto de encuentro y la colaboración. A mí me inspiran mucho a todas estas lecturas teóricas, entre las cuales están los conceptualistas argentinos, como (Alberto) Greco: esta idea de señalar e intervenir la vida cotidiana con una acción.
Gentileza Martín Weber El lustrabotas de La Habana que quería ser poeta: la composición de las miradas demuestra la premisa de Weber: la fotografía es una construcción.
El lustrabotas de La Habana que quería ser poeta: la composición de las miradas demuestra la premisa de Weber: la fotografía es una construcción.Foto: Gentileza Martín Weber
Derretir el instante
-¿Cómo era tu manera de trabajar la composición fotográfica, entre lo “armado” de posar con un cartel y lo espontáneo? Pensemos en la puesta de miradas en la del lustrabotas cubano: él mira a cámara, el cliente lo mira a él, el que está atrás mira el cartel y está la pareja que se miran entre sí.
-Esta pizarra con el texto escrito también se vuelve el mínimo guión a partir del cual trabaja. Hay una puesta en escena: Elegir una cámara que de alguna manera ralentaba el proceso fotográfico: no es una cámara de 35 dónde me escondo atrás y trató de “robar” o tomar una fotografía, sino volver a una cámara como las antiguas: con placas, que se pone en un trípode; donde dejo de estar detrás de la cámara y miro a la gente a los ojos cuando se realiza la toma. Es la idea de colaborar y construir una acción; y de alguna manera un escenario para que ellos puedan representarse, y para eso poner al servicio este oficio.
Estaba estudiando teoría, leía textos de (Bertolt) Brecht: me interesaba esto de trabajar la identificación y el distanciamiento a partir del uso de carteles dentro de la puesta: que la narrativa te invite a identificarte con el personaje, pero al mismo tiempo tener la posibilidad de tomar distancia para entender el contexto en el cual ese personaje se encontraba.
El sueño rompe con esto de que la fotografía convertía todo en pasado: quería a partir de esta pregunta dar una posibilidad de que la persona mire su pasado, comparta algo en el presente y nos pueda proyectar a posibles futuros.
-Cuando recuperás las fotos en la película, hay todo un juego con el reencuadre, destacando detalles, manos, pies, miradas. Y ese trabajo se traslada a la cámara en movimiento del presente. ¿Está buscado durante el rodaje?
-Sí, todas son decisiones que fui tomando. El proyecto fotográfico duró casi 20 años; sobre el final hay una superposición con el registro en video para la película, que son siete años más, más tres años de edición. Uno aprende que es importante la adquisición de oficios, y de trabajar con otra gente. En la película fue tomar la decisión, por un tema económico pero también pero también por integridad, de mantener un equipo pequeño: me pareció más importante que yo me concentrara en el audio; eso me permitía no estar escondido detrás de la cámara sino mirada de frente.
Esa conexión está, y es re importante; al mismo tiempo es importante tener un bagaje y un oficio que tiene que ver con los fotográfico pero después trabajar con directores de fotografía (Emiliano Villanueva, Alejandro Arballo, Rodrigo Sandoval, Iván Gierasinchuk, Owen Smith) , con los cuales, teníamos conversaciones, se marcaban pautas, y estaba tanto lo que yo ya estaba buscando como lo que ellos traían desde su talento propio y de propuesta. Fue en ese sentido un laburo genial, lo mismo en la edición con Valeria Racioppi.
Esas cosas que vos mencionas son decisiones que se toman y se van buscando. Como las observaciones en estas cámaras lentas: con esta idea de derretir los momentos congelados. El audio también trabajó mucho, y me encontré aprendiendo mucho y haciendo una cantidad de notas tanto para la postproducción. Encima conté con esta música de Gustavo Santaolalla, que la verdad es increíble; y que me permitió trabajar sutilezas, música que son sonidos con los que él juega, y que entran en un diálogo muy fuerte con las imágenes y los sonidos tomados en vivo.
Narrativas
-¿Cómo elegiste de todas las fotos aquellas cuya historia te interesaba recuperar para este trabajo?
-El proceso es difícil. Hay dos factores: uno es ya de por sí la edición de lo que fueron los registros fotográficos, que terminaron en un libro y una muestra (fue la última muestra en el Parque de la Memoria antes de la pandemia): todas esas elecciones tienen que ver con la construcción de una narrativa más amplia; pero cuando uno tiene que hacer la selección decís: “¿Qué es lo más significativo? ¿Qué es lo que puede contar el cambio, no sólo a nivel individual sino también colectivo?”. Ahí hay elecciones, pero después está el azar, el hecho de que ya preveíamos que a alguna gente no la íbamos a poder encontrar. Entonces estaba la idea de trabajar con gente que en el mismo lugar pudiera dar testimonio de ese sueño, en el momento original y en el ahora del reencuentro.
Después aparecieron un par de historias que simplemente se desenvolvieron delante nuestro, que conectaron porque tenían que ver con la temática de lo que estábamos buscando, y tenían que ver con darle contexto al resto. Algo que es importantísimo en ese paso entre el primer registro y el segundo es la construcción de contexto: al comienzo, cuando empecé este proyecto, la posibilidad de acceso a las redes sociales de cada cual o poder dar lugar a la propia historia era algo casi inimaginable: tener un celular y poder subir una imagen. Hoy eso ya existe, pero creo que lo que el proyecto otorga en todo este recorrido es justamente que cada sueño se va tomando de la mano del siguiente, y entre todos se genera un contexto, que creo que es lo que falta en general en la sobreabundancia de imagen con la cual estamos bombardeados.
-En algunos casos está el reencuentro, a veces recurrís a la familia o alguien cercano, pero en otras buscás reconstruir la esencia de la vida de esa persona con gente con experiencias similares, o quien vive ahora donde vivía aquella persona retratada. O en la unificación de las historias del Período Especial en Cuba: el actor es el que también habla de las jineteras.
-Sí, también sucede en Brasil, en la Rocinha, esta favela donde no encontramos a esta familia, pero encontramos a más de uno que dan unos testimonios que son increíbles; que te hablan de este deseo o sueño de conseguir algo para salir de ese lugar, si se irían o si no, y cómo se terminaron yendo algunos de sus amigos: no de la mejor manera.
Lo mismo el tema de la tortura en Brasil: cómo también dan testimonio aquellos que la sufrieron abiertamente y otros en un contexto de lo que significa el contexto de la violencia en Brasil entonces, hoy y por siempre. Lo cuentan desde lo general hasta lo personal, la experiencia propia, vivida en carne.
Perspectivas
-Hablabas de la Revolución Sandinista, y está la historia del ex combatiente con su desilusión del devenir histórico de Nicaragua. ¿Cómo fue cambiando tu mirada de las realidades latinoamericanas a lo largo de ese tiempo?
-Es uno de los ejemplos más fuertes en una dirección; al mismo tiempo es interesante ver que es un matrimonio y tienen perspectivas que confluyen pero también cada uno tiene su perspectiva propia. Sí creo que no hay nada más fuerte que alguien que te dice que por un ideal no sólo arriesgó su vida sino que quitó las vidas de otros; y esa desilusión de no sentirse representado por ese ideal hoy, o por lo menos por quienes lo llevaban adelante y prometieron un cambio que el encuentra que finalmente no se ha dado.
Creo que el proyecto lo que busca es generar un espacio donde ellos cuenten y reflexionan sobre sus propias historias; es fuertísimo encontrarse con esta capacidad de todos de poder con el tiempo (lo que incluye este regreso) tomar a distancia y reflexionar ellos mismos en sus propias palabras, increíblemente articulados, sobre la experiencia vivida. Cómo se mueven esos contextos y de qué manera a veces nos previenen o se interponen en la concreción de nuestros sueños.
Mencionaste lo de Nicaragua, pero por otro lado la experiencia zapatista también es para mí muy iluminadora. Y en ese arco creo que es interesante encontrar la resiliencia: esta capacidad de salir adelante, esa fuerza que encontrás hasta en esta mujer en una guardería en Guatemala, cortando leña; teniendo un sueño que es individual pero es colectivo, haciendo un esfuerzo enorme, ayudando a otros a poder salir adelante.
-Seguramente una de las fotos más fuertes es la de “Mi sueño es morirme”.
-Sí. Muchos me preguntaron por qué se volvió la tapa del libro, y es justamente por oposición: creo que es el sueño que nunca hubiera querido encontrar. Es una de las historias que cruza la película: te pone en una perspectiva bastante fuerte.
-Y es una de las búsquedas, saber qué fue de la vida de este muchacho.
-Cuando cerré el libro tenía una historia que me habían contado; cuando llegó el rodaje y estábamos haciendo una entrevista en una esquina esa historia se dio vuelta totalmente. Lo que me había llegado era que “le habían conseguido el sueño” seis meses después, y en la realización del filme esa historia estalla por otros lados.
Aporte
-Ahora se estrena la película, como el cierre de un ciclo de una treintena de años. ¿Qué expectativa tenés con el estreno? ¿Qué duelo empieza ahora o qué significa cerrar la etapa?
-Tengo 52, ya para fin de año 53, le puse la pasión que creo que se merecía. Algo que es importante señalar es que el proyecto estaba basado en confianza, y que alguien te dé su confianza es un enorme privilegio y una enorme responsabilidad: llevar estas voces, estas historias, no es un proceso fácil, no es algo que yo me lo tomo a la ligera. Cerrar el ciclo con esto que tiene que ver con devolverle la dignidad a todos es muy emocionante y muy movilizante.
Es una mirada que uno cierra y puede hacer que el contenido de lo que uno ha podido concentrar circule y tenga dominio público; que sea algo que ya entre en la conversación y la discusión con el otro. Esto de generar un espacio de diálogo: para mí es una gran invitación a esto que se dice pero no se hace, que es realmente ponernos en el lugar del otro; a entender el contexto que se interpone entre nuestro impulso de lograr un sueño y las posibilidades que el contexto te da para realizarlo. Es una invitación a entender y encontrarnos en este tejido en el cual estamos todos conectados. Y es un gran momento de entrega decir: “Yo hice hasta acá” (risas), bienvenido a que circule y que ojalá sea un aporte a esta discusión, este diálogo constructivo.
Sobre el duelo, como siempre estoy haciendo otras cosas... en este momento justo estoy con un libro por entrar en prensa.
Distancias
-¿Sobre?
-Es otro proyecto que hice alrededor del nacimiento de mi hija y la muerte de mi padre, que se dieron de una manera muy simultánea, pero con la conciencia clara cuando mi padre se iba. El proyecto se llama “Mario. Saved Calls”; “Saved Calls” era una carpetita en la que se empezaban a guardar las conversaciones que teníamos por Skype, porque yo en ese momento estaba en Nueva York con mi hija y mi padre en Argentina. Un día mi padre se despidió con un beso de mi hija y empecé a fotografiar la pantalla; después conseguí un programita, porque me di cuenta que ese era el tiempo que teníamos y el que íbamos a extrañar. Eso se grabó hasta el final, hay parte que es un video, hasta que el muere.
Después en estos viajes en que yo iba y venía un día mi padre me dice que sentía que no dejaba nada. Obviamente la reacción de cualquier hijo es decir: “Bueno, no, estamos nosotros: tus hijos, tu esposa, tu familia”; y él dice: “No, vos tenés tu obra”. Entonces ahí enseguida le dije “¿por qué no hacemos unas fotos?”, medio inspirado en los retratos de El Fayum (Egipto): sentaban a dos personas y se generaba como este pasaporte a la otra vida; no eran con la tradición egipcia de la pintura sino en ese momento con una tradición grecorromana. Son retratos donde claramente los dos saben que una de las dos miradas, más rápido que la otra, no va a estar más.
Es un proyecto que trabaja sobre la transferencia y el amor generacional; y sobre las distancias: sacarlo ahora, en esta pandemia que esperemos se vaya pronto, me pareció fundamental, porque este ejercicio de los afectos a la distancia es algo a lo que nos vimos sometidos todos. Y este proyecto habla mucho de eso: de cómo las tecnologías nos permiten acercarnos, pero también nos devuelven esa distancia de lo que no tenemos.