Por Bárbara Korol
De este lado de la esperanza empezaron a nacer las flores del ciruelo con su blancura de sales espejadas y aromas a cándidos delirios.
Por Bárbara Korol
Septiembre empezó raro… Con atropellos de nubes y tropezones de viento, con pequeños bostezos de sol, con palabras confusas e intenciones extrañas. El frío se resiste a abandonar la cordillera y me abraza con desesperación de amante rechazado.
Detrás del muro de piedra, impregnado con trozos de historias remotas y recortes de vida, se esconden los demoledores de sonrisas y los detractores de ilusiones, amenazando con liberar sus miserias por el mundo.
Yo los ignoro… porque de este lado de la esperanza empezaron a nacer las flores del ciruelo con su blancura de sales espejadas y aromas a cándidos delirios. La primavera está asomando con tristezas de adioses inesperados, confundidos con los trinares de los pájaros y el dulzor de las mañanas breves con sabor a mate amargo y cascaritas de naranja.
El musgo de mis ojos y mis nieves eternas añoran las tibiezas de otras risas y otras voces que ya no me visitan. Mis labios guardan besos y silencios, y suspiran palabras con vuelos impuros y pasiones sagradas. Unas arrugas coronan mi piel con sus rastros de tiempo y de nostalgias.
Estoy envejeciendo… y a veces quiero dejar de creer en Dios y en lo imposible. Pero no puedo. Sigo despertando cada día con ganas de querer y abrir mi corazón a nuevos sueños.
De este lado de la esperanza empezaron a nacer las flores del ciruelo con su blancura de sales espejadas y aromas a cándidos delirios.