La relación de la Señora Cristina con actores, artistas en general y con aquello que podría calificarse en términos genéricos como farándula, es de una enternecedora consistencia. A esa ternura los súbditos de la Señora no la disimulan. Y, por el contrario, en más de un caso recurren a la más variada gama de sus dotes histriónicos para sobreactuar ese cariño, un cariño que incluye, claro está, una cuota importante de agradecimiento, de mucho agradecimiento. Y a esta afirmación la sostienen contables razones de peso. "La patria subsidiada", calificó con términos impiadosos pero realistas un diputado nacional opositor. Exagerado o no, los vericuetos de esa relación entre Cristina y su corte podría llegar a ser inspiradora de los más diversos géneros teatrales, desde el vodevil, al grotesco, desde la comedia al sainete. Como para propiciar las especulaciones más escabrosas, la vicepresidente no vaciló en calificarse de "madre", no sé si de todos los argentinos pero por lo pronto de todos los peronistas, con lo cual nos desplazamos alegremente del liderazgo político al liderazgo de sangre.
Admitamos que la señora Cristina incluye en su visión del liderazgo elementos religiosos y místicos. Suaves y moderados, pero no por ello menos insistentes. Alguna vez, hace unos cuantos años, habló de temer a Dios? y un poquito a ella. ¿Humorada? Por lo general el humor no es la virtud que más engalana a la actual vicepresidente. Por el contrario, su anecdotario está ilustrado e iluminado por sus arrebatos de mal humor, sus iras y furias, motivo por el cual, hay buenos motivos para sospechar que cuando habló de tenerle miedo como a Dios estaba hablando muy en serio, tan en serio como cunado se autocalificó como una "abogada exitosa". Lo dije muchas veces: lo notable no es Cristina; lo notable son las adhesiones y las pasiones que inspira. Hace unos años, la hija de un amigo intentaba explicarme las delicias del liderazgo de Cristina y la relación que, ella y sus amigos, mantenían con Ella. Como con las jóvenes hijas de los amigos hay que ser muy cuidadoso en materia de discusiones, intenté elaborar algunas suaves objeciones. Hablé, por ejemplo, de que el contrato social que funda la representación política es entre ciudadanos y el lazo de legitimidad no es religioso y mucho menos familiar. Me escuchó y no sé si me entendió. De lo que estoy seguro es que estaba en desacuerdo con todo lo que decía, aunque por ser un amigo de su padre se esforzó para no acusarme de "cipayo", "neoliberal" o "vendepatria" y algunas dulzuras por el estilo, pero en cierto momento, cuando el diálogo llegó a una suerte de punto muerto con sus consabidos silencios incómodos, ella expresó a modo de conclusión, y como para dar por cerrada cualquier otro tipo de consideración, que la relación que ella y sus amigas mantenían con Cristina a mí me estaba vedado entenderla. "Usted exige explicaciones para todo, pero los sentimientos no se pueden explicar". Una barra brava de Boca o de River no lo hubiera explicado mejor. Muy racional lo mío, me dijo con tono resignado. Demasiado racional y, por lo tanto, incapaz de asimilar lo más importante: la relación mágica, amorosa, con Cristina. En ese punto entendí que definitivamente el diálogo, o cualquier posibilidad de discusión, estaba cerrada. Como se dice en estos casos, ante semejante declaración de amor, ante tanta pureza de corazón, advertí que todo lo que dijera era injusto cuando no, indigno.
Admitamos que la consideración de la hija de mi amigo no era ni tan arbitraria ni tan caprichosa. Mucho menos alejada de añejas tradiciones de la cultura populista. En su versión más oscura, esta intención de reemplazar el contrato racional por el contrato de sangre remite a los dictadores bananeros, siempre decididos a presentarse ante la "gran masa del pueblo" como "padrecitos". Trujillo, Somoza, Stroessner algo sabían de eso. El "padre" es bondadoso, pero también puede ser severo y temible. En todos los casos su voluntad es omnipotente. El "padre" -y ya que estamos, la "madre"- se dirigen a su hijos, menores de edad, incapaces relativos o absolutos, que deben ser orientados, guiados, "conducidos", como les gusta decir. Son las ovejas del rebaño; la tropa sumisa y servil. "Yo no soy consecuente, yo soy obsecuente", repetía henchido de orgullo Héctor Cámpora, líder entrañable de las huestes juveniles del actual populismo. El padre, la madre, conduce, lidera y su vínculo es para toda la vida. Eso importa. Tanta retórica para caer a lo mismo: la ambición de ejercer el poder para siempre. En tiempos de democracia la reelección indefinida es la herramienta "legal". Un lema que a nuestros populistas les gusta repetir y que más de una vez lo han escrito, es el que consigna que "los conductores nacen, no se hacen". ¿Como los reyes absolutos o los déspotas absolutos? Más o menos. Acerca de estos temas, para el señor amigo de Somoza, Stroessner y Trujillo no había demasiadas dudas. ¿De quién estoy hablando? ¿Adivina adivinador?
Ahora hablemos de la oposición, es decir, de Juntos por el Cambio. Todo merece ser entendido, pero siempre hay un límite. Se entienden los errores, mientras no se reiteren con demasiada frecuencia; se entienden las ambiciones y los egos, porque no hay política sin dirigentes con una autoestima elevada; se entienden las disputas internas, porque la interna más innecesaria es preferible al despotismo más eficaz del partido único. Dicho esto, vayamos a las peripecias de lo real. Juntos por el Cambio dispone de muchas posibilidades de ser gobierno en 2023. Las posibilidades son altas, pero no definitivas porque ya se sabe que "a Seguro lo llevaron preso". Se sabe que el oficialismo carga con los costos del ejercicio del poder; se sabe que cuando ese ejercicio empieza a ser impugnado le cuesta mucho impedir la alternancia del poder. Pero también se sabe que si algo distingue al peronismo es su talento para aferrarse al poder bajo la certeza subjetiva de que el pueblo argentino es esencialmente peronista, y que toda contradicción a ese dogma de fe solo puede ser perpetrado por un "intruso" o un impostor. A la oposición, por ahora, le alcanza y le sobra con ejercer su labor crítica. Sin embargo, conociendo los entremeses de la política criolla y la "singularidad" del peronismo, Juntos por el Cambio haría muy mal en creer que ya está todo dicho y que en el 2023 la Casa Rosada le abrirá sus hospitalarias puertas. Dicho con otras palabras, a la oposición le aconsejaría que no gaste a cuenta y que no se prueben los trajes de antemano.
Atendiendo a los resultados electorales de noviembre, se ha dicho que los votos de una amplia mayoría de ciudadanos estuvieron más orientados a criticar al gobierno peronista que a apoyar a la oposición de Juntos por el Cambio. A esta afirmación, la relativizaría un tanto porque entiendo que un sector importante del voto opositor se siente representado por los dirigentes del Pro, de la UCR y de la Coalición Cívica. De todos modos, esos votos no alcanzan para ganar las elecciones. Como la experiencia lo enseña, a las elecciones las decide esa franja del electorado independiente que, según la coyuntura, se vuelca para un lado o para el otro. A ese electorado independiente la oposición debe conquistarlo, debe esforzarse por merecer ese voto, sin olvidar que incluso ese "voto fiel" carece de la incondicionalidad que suele distinguir a la sumisión populista. A su electorado, el actual y al por ganar, la oposición se las debe ingeniar para merecer su voto. O sea, que la oposición no está en condiciones de "hacer la plancha" o de suponer que solo los errores del gobierno alcanzan para ganar el gobierno en 2023. Sin ánimo de exagerar, diría que a la presidencia de la Nación la oposición la debe ganar todos los días, porque si supone que ya está todo dicho y solo queda esperar que llegue el 2023, lo más probable es que sea emboscada por las malas noticias. No me preocupa que en la oposición se discuta y que se reproduzcan los liderazgos; lo que me preocupa es que supongan que para ser gobierno es necesario e ineludible parecerse a los peronistas.
Admitamos que la señora Cristina incluye en su visión del liderazgo elementos religiosos y místicos. Suaves y moderados, pero no por ello menos insistentes. Lo notable no es Cristina; lo notable son las adhesiones y las pasiones que inspira.
No me preocupa que en la oposición se discuta y que se reproduzcan los liderazgos; lo que me preocupa es que supongan que para ser gobierno es necesario e ineludible parecerse a los peronistas.