Viernes 21.6.2024
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Asentada en una terraza aluvial, Santa Fe padece la inundación periódica de sus márgenes ribereñas y, en ocasiones, la incursión del agua en el ejido urbano. Así lo atestigua la historia reciente, cuando el desborde del río Salado sumergió un tercio de la ciudad y dejó un saldo importante de víctimas fatales.
El primer registro oficial es de 1878: una crecida del río Paraná afectó a gran parte de la pequeña aldea. Santa Fe no disponía de un sistema de defensas y sus calles tenían un nivel inferior al actual ya que aún no habían llegado las obras de urbanización. La posterior pavimentación de sus arterias principales modificarían esa condición frente al arribo de las aguas. A pesar de ello, ya para esa época se venían realizando obras como la construcción de una costanera en el borde oeste de la laguna Setúbal, cuya inauguración fue en 1901.
Pero entre el 8 y el 16 de junio de 1905, los santafesinos vivieron días de tremenda angustia, afectados por una crecida colosal del Paraná de la cual todavía se conservan imborrables recuerdos. Por aquellos años, la ciudad lucía los últimos adelantos en materia urbana: el Jardín Botánico, la finalización del Teatro Municipal, el edificio del Banco Municipal; también el adoquinado y alumbrado público con lámparas de arco voltaico y el ansiado camino carretero de Santo Tomé-Santa Fe.
La Estación del Ferrocarril Francés, lugar donde hoy está la Terminal de Ómnibus de la ciudad.Sin embargo, en junio de 1905, las aguas cubrieron casi la totalidad de la ciudad, mientras que las poblaciones de la costa como Colastiné y Rincón quedaron aisladas durante días. El hidrómetro registró un récord general en la altura de las aguas: 7,83 metros, una marca jamás igualada en posteriores eventos hídricos.
Aquel invierno de principios del siglo XX, la plaza España, frente a la mítica farmacia “Las Colonias” y a una cuadra de la Estación del FFCC Francés (hoy Terminal de Ómnibus), quedó oculta bajo el plano especular de un lago manso y vasto, que invitaba a transitarlo en botes y canoas. Ese espacio, que había sido símbolo conspicuo del pujante comercio, se transformó con los años en un hito geográfico de la catástrofe.
Las noticias de la inundación
La prensa santafesina vivió la tragedia con especial compromiso, y hoy podemos recurrir a ella a través de sus valiosos archivos. El diario Nueva Época advertía que “desde el 4 de junio de 1905 el temor empezó a instalarse entre los santafesinos”. Y comentaba que las procesiones que organizaba la Iglesia junto a sus fieles, suplicaban por la misericordia de Dios, y llenaban las únicas calles por las que se podía caminar.
En tanto el diario El Litoral, en 1925, a veinte años de lo sucedido, recordaba: “La ciudad de Santa Fe se había convertido en una Venecia, por cuyas calles se transitaba en botes, como en la reina del Adriático”. Y en 1955, la crónica del vespertino afirmaba: “Los criollos e inmigrantes que vivían en la ciudad en aquella época siempre habían visto aguas extendidas o serpenteando en sus alrededores, pero nunca en volumen, presionando y transportando materiales de arrastre y flotantes con tanta fuerza como en aquellos primeros días de junio de 1905".
Los vecinos a la espera de ser rescatados.Cartografía de una ciudad bajo agua
En aquella ciudad que ingresaba al mil novecientos con una población numerosa y diversa, y una actividad portuaria y comercial en aumento, el agua fría llegaba a pulsos constantes y anegaba calles, viviendas y anhelos. La marcha amenazante del vital elemento se extendía sobre 49 manzanas. Una creciente previa, en 1878, había avanzado más que la de 1905 entre las calles Buenos Aires (ahora M. Zazpe) y Mendoza, porque aún no había llegado el pavimento ni las edificaciones que cubrieran y elevaran la cota en ese recorrido. En cambio, en 1905, el agua ocupó el área de Mendoza hacia el norte por el borde Este del ejido.
Para entender el alcance del episodio, conviene mencionar que el agua llegó al barrio Candioti por las calles Belgrano y San Luis, hasta Boulevard Gálvez; por las Heras hasta Ituzaingó; por Alvear hasta Gobernador Candioti y así en las demás calles hasta llegar al Parque Oroño que estaba completamente inundado.
La estación y los talleres del F.C.S.F. se inundaron completamente, desde el paso a nivel de la calle San Luis y Santiago del Estero hasta Rivadavía, y de allí por Suipacha hasta la mitad de cuadra entre San Martín y San Jerónimo. Por San Martín hasta Gobernador Vera, siguiendo por 25 de mayo hasta La Rioja, que recibía agua hasta la esquina de la Iglesia del Carmen; también por Tucumán hasta pocos pasos de San Martín, lo mismo que por Primera Junta y Falucho.
Los sectores populares se movilizaban en piraguas y canoas.Por 25 de Mayo desde Mendoza hacia el sur hasta llegar al río, aunque no alcanzó a cubrir la esquina de General López. En el Oeste, por Zavalla desde J.J. Paso a Amenábar, por General López hasta el edificio del Ferrocarril Central Mitre, cubriendo los terrenos bajos en la costa del Salado hasta lo que era el Cementerio Municipal y las cercanías del Hospital Italiano (hoy Parque Garay). En resumen, se puede decir que el agua encontró su límite aproximadamente en la cota actual de los 16,20 msnm según el IGN.
El socorro a los inundados
La reducida superficie habitable de la ciudad se transformó en un improvisado refugio para los vecinos. No había vivienda, local comercial, taller, galpón ni escuela donde no se hubiese amparado a personas o familias completas. También se improvisaron ranchos, carpas y casillas de madera.
Informaba en sus páginas el diario Nueva Época: "El río crece a una proporción de un centímetro y medio por minuto (...) es tan fabulosa la cifra de familias inundadas que ya van faltando locales donde alojarlas (...) La comisión de auxilios contabilizó hasta el 16 de junio el rescate de 1.400 personas sólo en las áreas costeras. Ese día, el agua empezó a retirarse lentamente”.
El plano de la ciudad de Carlos Chapeaurouge de 1901 y en azul la línea que indica hasta dónde llegó el agua del río.Por aquellos años, el intendente de Santa Fe era Manuel Irigoyen, destacado farmacéutico e impulsor de esta actividad en nuestra ciudad. Fue presidente del Club del Orden y alternó con la política provincial cuando fue elegido diputado para la Convención Constituyente de 1899. Posteriormente, bajo el gobierno de Rodolfo Freyre, Irigoyen actuó como senador provincial representando a los departamentos de Belgrano y San Cristóbal.
En aquel invierno de 1905, y una vez que se inició el descenso del agua, la Municipalidad dispuso una inspección de los hogares afectados. Por razones de seguridad e higiene, se decretó la prohibición de retornar a los hogares hasta que la Oficina de Asistencia y Obras Públicas de la ciudad no elaborase un informe de salubridad de cada domicilio afectado.
La comisión encargada de distribuir donaciones y reparo económico por la suma de cinco mil pesos, estaba encabezada por el Intendente Manuel Irigoyen y los doctores Benito Pinasco y Miguel Parpal junto al vecino José Maciá.
La placa que recuerda el limite que alcanzo el agua, Rivadavia 3255.Según el informe elevado al Concejo Deliberante, por parte de esta Comisión, en fecha 29 de junio de 1905, para las familias afectadas por la inundación se improvisaron albergues en el centro y nordeste de la ciudad. La Comisión dio alojamiento a 2.270 personas hasta el día 17. En el pueblo de Candioti, se alojaron 542 personas: 316 en 67 carpas, 35 en 6 ranchos. Otras 56 en La Calera, 106 en la Escuela de Artes y Oficios y 19 en el edificio de Aguas Corrientes.
En los pabellones en construcción del Hospital de la Caridad (hoy Hospital Cullen), se alojaron niños de ambos sexos, 120 de todas las edades. En dos galerías subterráneas, entre montículos de cal y arena, improvisados braseros al pie de los catres daban una imagen tétrica, sombría y húmeda. Entre ellos, se alojaban perros, gatos, y animales de granja, que acompañaban a las familias ante el funesto destino que les tocaba soportar.
En la calle San Juan (hoy Primera Junta), entre San Martín y San Jerónimo, en un reducido y lúgubre espacio sin ventanas, 69 personas pasaron sus días, rogando y rezando por sus vidas. Cada familia armaba un grupo de consuelo aparte, en que se animaban a no perder el aliento frente a un futuro incierto.