Guillermo Dozo
“Zazpe fue un pastor que amó a la Iglesia y al hombre de su tiempo. Para él, esto era asemejarse espiritualmente a Jesucristo, el Buen Pastor (...). Como pastor siempre estuvo presente; diría que su vida fue una presencia calificada por el servicio. Esta actitud lo llevó a trascender los límites de su pastoreo al interno de la Iglesia para salir e ir al encuentro y acompañar a todos los hombres que para él eran sus hermanos e hijos en el ministerio episcopal, sobre todo si vivían situaciones difíciles. He recibido varios testimonios agradecidos de personas que, estando presas en los tiempos de la represión, me dijeron: ‘Monseñor Zazpe nos visitaba’. Esta actitud de amor a sus hermanos en momentos difíciles fue una nota en su episcopado. Lo mismo sucedió con su palabra en defensa de los derechos humanos y de cercanía con quienes vivían situaciones de pobreza, aunque le costaran algunas críticas mezquinas e injustas. Era sensible y sufrió por estos juicios. Creo que el tiempo ha sabido reconocer la autenticidad de su palabra y el compromiso de su ministerio”, sostuvo monseñor José María Arancedo al recordar a “el Buen Pastor” al cumplirse el 50º aniversario de la ordenación episcopal de Zazpe.
Quienes peinan canas tienen claro quién fue Vicente Faustino Zazpe. Admiradores y detractores. Pero muchos jóvenes sólo tienen una reminiscencia, un eco de quien fuera una de las figuras más importantes de la Iglesia argentina en las décadas de los ’70 y los ’80. Bajo de estatura, de rápido andar con largas zancadas, podía parecer frágil, pero sólo había que hablar unos pocos minutos para darse cuenta de que no. Todo lo contrario. Y además era dueño de una sonrisa que cautivaba a sus jóvenes seguidores. Porque hay que reconocer que si su mensaje fue central dentro de la Conferencia Episcopal Argentina o que era seguido atentamente por los fieles santafesinos, eran los jóvenes, a principios de los ’80, uno de los grupos al que “el Buen Pastor” prestaba gran atención.
Su palabra era importante. Por la simplicidad, llegaba a todos; con la gran dosis de buen humor que solía agregar, era decididamente encantador; y sus misas, multitudinarias, al igual que las charlas. También era rico en anécdotas que acercaba su mundo espiritual hacia las personas que lo rodeaban. Un ejemplo eran las historias vinculadas con sus años de estudiante de medicina que provocaban la hilaridad y que al bajar la guardia, permitía que su mensaje llegase más profundamente.
Ernesto Luna lo recuerda del siguiente modo: “De carácter afable, polifacético, una inteligencia brillante, espíritu entusiasta, personalidad vigorosa pero de humildad, fraternidad y alegría franciscana. Trasuntaba una profunda vida interior, espiritualidad hecha testimonio elocuente de vida inmolada en el oficio de servir. Predicador infatigable de la Doctrina Social Católica y abogado de la efectiva vigencia de los derechos naturales del hombre, y sus deberes correlativos. Esto le significó soportar abnegadamente la cruz, calumnias, cárcel, persecuciones. Su ministerio episcopal fue agonal, hacia dentro y fuera de la Iglesia, en aquellos difíciles años de crisis eclesial y social. Puesto que desde temprana edad había militado en la Acción Católica Argentina, comprendió su importancia e impulsó con entusiasmo dicha institución, que tiene como finalidad la evangelización directa e inmediata, es decir la apostolicidad, que fundamenta su existencia y la justifica”.
Perseguido por la Triple A, seguido por las fuerzas de seguridad y considerado un “sospechoso”, fue valiente y se anticipó en varias décadas a lo que sería luego el juicio a las Juntas Militares. Esto puede verse en la respuesta que envió a la Junta militar en 1983 cuando la cabeza de la dictadura dio a conocer un documento final sobre la lucha antisubversiva, dando por muertos a los desaparecidos y, la acción de las fuerzas de seguridad, como actos de servicio. Zazpe criticó el concepto de “actos de servicio para la tortura, el secuestro impune, la muerte clandestina, la detención sin proceso, la entrega de niños a desconocidos y el latrocinio descarado de los hogares por fuerzas parapoliciales y paramilitares”.
Murió muy joven cuando aún tenía mucho para dar en un país que comenzaba a encaminarse dentro de una recién recuperada democracia, el 24 de enero de 1984. Faltaban unos pocos días para que cumpliese 64 años. Había sido obispo de Rafaela y arzobispo de Santa Fe, hombre de confianza del Papa y una de las mentes más brillantes de su época. Pero por sobre todo, Vicente Zazpe fue el pastor indiscutible de la Iglesia santafesina.
Su vida
Vicente Faustino Zazpe nació en Buenos Aires el 25 de febrero de 1920. Fue hijo único de Miguel Zazpe y Rosario Zarategui. Cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Estudió Medicina hasta el tercer año en la Universidad de Buenos Aires y formó parte de la Acción Católica en la década de 1940. El 2 de marzo de 1942 ingresó al Seminario Metropolitano de Buenos Aires (en Villa Devoto), donde cursó el itinerario de la formación sacerdotal. Fue ungido presbítero el 28 de noviembre de 1948. En 1959 fue nombrado párroco de la parroquia Nuestra Señora de Lourdes, en el barrio de Belgrano, y al año siguiente de Nuestra Señora de Luján, un santuario porteño ubicado en el barrio de Flores. Fue designado como primer obispo de la diócesis el 12 de junio de 1961 y ordenado obispo el 3 de septiembre de 1961. Luego, fue nombrado arzobispo coadjutor del Arzobispado de Santa Fe el 3 de agosto de 1968, con derecho a sucesión. A la muerte de su antecesor, monseñor Nicolás Fasolino, el 13 de agosto de 1969 se hizo cargo de la Arquidiócesis a la cual dirigió hasta su muerte en 1984.