El cambio climático amenaza con la extinción a una cantidad descomunal de especies: entre 500.000 y un millón, según el primer informe global al respecto, que la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) publicó en mayo. La mano del hombre asoma detrás de la contaminación, el aumento de las temperaturas, la subida del nivel del mal, la variabilidad de las condiciones y los episodios extremos, como inundaciones y sequías, que causan la pérdida de los hábitats de millones de animales, o una de cada cuatro especies actuales. Pero ¿qué pasa con aquellas especies que pueden resistir a la adversidad?
Por ejemplo, el Prionurus maculatus, un pez tropical de Australia. El moteado amarillo, como se lo conoce también, ha sido parte del ecosistema de la Gran Barrera de Coral, que actualmente peligra por el cambio de temperatura del océano y sufre un blanqueamiento mortal. Pero el moteado amarillo no tiene problemas con la calidez del agua, y parece haber encontrado otro lugar donde comer: el bosque de algas marinas. Que ahora peligra por el apetito del Prionurus.
“Es difícil definir qué es un ganador y qué es un perdedor" dijo a FiveThirtyEight Brett Scheffers, profesor de ecología y conservación de la vida silvestre en la Universidad de la Florida. En su hábitat nativo, el pez era un perdedor, pero es un ganador en el nuevo hábitat que ha encontrado. Y acaso su migración pueda ser benéfica para la supervivencia de los corales.
En general la escena del cambio climático se piensa con la pérdida de los osos polares y las tortugas marinas y la abundancia de mosquitos transmisores del dengue. Pero muchos de los animales y plantas que sobreviven y prosperan, o se espera que lo hagan a pesar del calentamiento global, “no son especies invasoras o criaturas que parecen tenérsela jurada a la raza humana”, observó Cascade Sorte, profesora de ecología en la Universidad de California en Irvine. En general las especies destinadas a sobrevivir tienden a ubicarse en dos categorías: cosas que pueden reponerse ante la adversidad y cosas que se reproducen muy rápidamente.
Según otro especialista consultado por ese sitio, Stephen Hamilton, de la Universidad Estatal de Michigan, la importancia de esas dos características se debe a que “no hay un paso de una situación a otra, un nuevo equilibrio”. El cambio constante requiere una flexibilidad extrema en las especies.
“Como ejemplo, Sorte recurrió a dos especies que sobreviven felices en las aguas cada vez más cálidas del golfo de Maine”, citó el artículo. “Si una especie es resistente, puede arreglárselas para vivir en los bordes de lo que era su hábitat confortable, como los percebes, unos crustáceos que viven sobre las rocas de la costa y pueden tolerar la exposición al aire y el sol durante largos periodos. Si se reproduce rápido, se puede mudar a un nuevo ambiente y establecerse con más facilidad, como la lechuga de mar, un alga del género ulva que puede echar raíces, crecer velozmente y multiplicarse”.
La tolerancia al calor y la sequía hace que la vegetación de los desiertos tenga más posibilidades de futuro que la de las selvas tropicales. “Lo mismo sucede a las plantas cuyas semillas se puedan dispersar en grandes distancias, por ejemplo por acción del viento o las corrientes oceánicas (como el cocotero), que mediante hormigas (como algunas acacias)", ilustró BBC. Y si una planta logra adaptar sus momentos de floración, también podría arreglárselas mejor con las temperaturas más altas.
Como esta extinción masiva tiene que ver con las acciones humanas, es difícil hacer comparaciones con lo que sucedió en las cinco anteriores. Sin embargo, un insecto que sobrevivió a todas probablemente estará también en el podio de los triunfadores esta vez: las cucarachas. Por ejemplo, en Australia se han adaptado a la creciente aridez con un cambio: comenzaron a excavar el suelo.
Esa “capacidad de esconderse y protegerse en condiciones reguladas (en este caso, bajo tierra)” es clave, dijo a BBC Robert Nasi, director del Centro de Investigación de Bosques Internacionales (CIFOR). También su “larga historia evolutiva, ya que en general las especies más antiguas parecen más resistentes que las más jóvenes”. Pero hay algo aun más decisivo: las cucarachas no son melindrosas a la hora de comer. A diferencia de, por ejemplo, el koala, que se alimenta principalmente de hojas de eucaliptus, cada vez menos nutritivas por los crecientes niveles de carbono en la atmósfera, la cucaracha come lo que encuentra.
Los venados, a su manera herbívora, también: en los Estados Unidos, por ejemplo, son comunes en las áreas suburbanas, donde alguna vez vivieron de las especies del bosque y, tras la intervención del hombre, viven de las nuevas plantas que las sucedieron, incluidas las de los jardines de las casas.
Scheffers habló a FiveThirtyEight de una “redistribución masiva”, una manera de encontrarle el lado positivo a la catástrofe ecológica: “Son animales y plantas que migran en la medida en que su ambiente lo hace”. Dio como ejemplo la langosta: “En casi 20 años, de 1996 a 2014, la captura de langostas en Nueva York, Connecticut, Massachusetts y New Hampshire bajó un 97%; en cambio, en Maine [el estado más al norte de todos los que componen Nueva Inglaterra], donde la temperatura del agua todavía es agradable para las langostas, la captura aumentó un 219% en el mismo periodo”. La siguiente estación del crustáceo sería Canadá.
Todavía no se puede establecer qué podría pasar con la interacción entre especies a medida que se den esas migraciones. En condiciones normales se consideraría que las recién llegadas son especies invasoras, y la acción humana intentaría equilibrar su aparición. Pero ¿qué pasa en condiciones de transformación como el cambio climático? “Si las sacrificamos, se crearían muchas complicaciones”, dijo Scheffers. Y si no, también.
Por último, algunas especies podría contar con una suerte de refugios contra el calentamiento global: “áreas relativamente protegidas de las consecuencias del cambio, como los cañones submarinos”, explicó BBC. Jonathon Stillman, de la Universidad Estatal de San Francisco, habló de los ecosistemas en las fuentes hidrotermales del fondo oceánico como un ejemplo perfecto. “Están bastante desacopladas de la superficie de nuestro planeta y dudo que el cambio climático impacte en ellas en lo más mínimo”, señaló. “Hasta 1977 la humanidad ni siquiera sabía que existían. Su energía llega del centro de la tierra y no del sol, y es improbable que su hábitat ya extremo se altere por los cambios en la superficie del océano”.