Desde hace décadas se sabe que las plantas "perciben" en qué estación del año nos encontramos a través de proteínas que sintetizan en las hojas: se fijan en la duración de los días y en la temperatura para prever cuándo se aproxima la primavera.
A través de proteínas que sintetizan en las hojas se fijan en la duración de los días y en la temperatura para que sus flores emerjan en el momento y lugares adecuados,
Desde hace décadas se sabe que las plantas "perciben" en qué estación del año nos encontramos a través de proteínas que sintetizan en las hojas: se fijan en la duración de los días y en la temperatura para prever cuándo se aproxima la primavera.
Pero es relativamente reciente la confirmación del mecanismo que permite a las plantas florecer en el momento adecuado, consiguiendo, al mismo tiempo, que sus flores salgan en el sitio oportuno. Investigadores de la Universidad de Kioto (Japón), el Instituto Max Plank de Tübingen (Alemania) y la Universidad de Ciencias Agrícolas de Umea (Suecia) resolvieron el «enigma» hace poco más de un lustro: identificaron a la molécula responsable, y que ya se había intuido y bautizado como «Florígeno» a mediados del siglo XX, encargada de «viajar» desde la hoja al tejido embrionario vegetal donde se inicia el florecimiento.
Cuando las condiciones ambientales son las propicias, la planta produce en las hojas una proteína llamada FT, que activa el programa de construcción de las flores en la punta del tallo (el ápice) e interacciona físicamente con otra proteína, la FD, que solo se produce en el ápice. De modo que se ponen en común dos tipos de información: «FT le dice a la planta cuándo tiene que florecer, y FD le dice dónde tienen que aparecer las flores. Ambas por separado no funcionan; tienen que juntarse para poner en marcha los genes de floración», explicaron los científicos.
Pero ¿cómo llega FT desde las hojas hasta el ápice? Lo que se mueve no es la proteína, sino el ARN mensajero de ésta. La importancia de la combinación de los tres estudios de los equipos de Japón, Alemania y Suecia reside en que «el ser humano pueda ser capaz de controlar la floración en los invernaderos y el campo, adelantándola o retrasándola a voluntad si es más conveniente por alguna razón -como la seguridad alimentaria si sobreviniera un desastre natural: inundaciones, plagas, etc.-», subrayaron.
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